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EL DESPERTAR DE LA FUERZA

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No me ha gustado El despertar de la fuerza; es más, me ha disgustado y hasta me ha entristecido.

El siglo XX fue el del desplome del edificio colosal de lo clásico; la teoría de la relatividad puso fin a la idea de tiempo absoluto y la mecánica cuántica enterró la certidumbre del efecto a partir de la causa. El psicoanálisis acabó con el monopolio de lo consciente en la vida psíquica y el surrealismo desterró la tiranía de la lógica en el arte, a la par que el cine descubría su capacidad de hacer inmortal lo fugaz y la música dodecafónica volatilizaba la jerarquía de las notas en el pentagrama; todos las fronteras hasta entonces aceptados se desmoronaban como fichas de dominó. Paralelamente, profundas sombras, de una oscuridad comparable al brillo de toda esa luz, iban extendiendo su amenaza; de entre las ruinas de todo lo demolido se materializaban criaturas monstruosas, en forma de dictaduras atroces que se precipitaban por el sumidero de la abyección moral, o de armas capaces de barrer a la especie humana de la faz de la Tierra. Mientras, el adocenamiento iba perfeccionando su capacidad de mantenernos ajenos a nuestro caminar por el filo de la navaja. El siglo pasado llevó la tensión entre la luz y la oscuridad a su máxima expresión conocida, pero quizás también apuntó al poder que estará a disposición del ser humano si aprende a convivir con su propia sombra.

En 1977, lejos aún de la cima del siglo, La guerra de las galaxias se nos ofreció como un espejo de todo él. En la película estaba todo lo dicho, la lucha entre la luz y la sombra y, en su punto culminante, la aparición del héroe que emprende un viaje; ese viaje, que con tanta certeza describiera Joseph Campbell en “El héroe de las mil caras”, llevará al héroe a triunfar sobre sus propias limitaciones personales e históricas, a adentrarse en el “lado oscuro de la fuerza” para redimirlo y, finalmente, “volver a nosotros transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida”, en palabras del propio Campbell.

En El despertar de la fuerza no he encontrado más que un plagio tísico de su antecesora ya lejana. Es una historia de plástico, carente de creatividad y habitada por personajes sin capacidad de emocionar, con una función aparentemente más ornamental que narrativa. Hay que destacar la presencia de tres viejas glorias (o no-glorias),  que parece forzada sólo con el fin de pegarle el postrer estrujón a una fruta ya exhausta y sacarle hasta el último dólar apelando a la nostalgia; incluso daba la sensación de que Han Solo había sustituido ese aire que solía gastarse de perdonarle la vida al destino por el de la resignación de cargar con el peso de los años.

Pero lo peor es que, si en La guerra de las galaxias vi un espejo del s. XX, en El despertar de la fuerza no puedo evitar tropezarme contra un espejo de lo que llevamos del XXI; un siglo hasta ahora no menos tísico, cosmético y nostálgico. O quizás es que nunca me han sentado bien las Navidades.


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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