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OTROS MUNDOS, OTROS HOMBRES

“Hay otros mundos, pero están en este. Hay otros hombres, pero están en ti”.

Recuerdo estas palabras, pronunciadas por una mujer en tono embriagador de canto de sirena en un anuncio televisivo de colonia de cuando comprábamos cuernos de chocolate a doce pesetas en la lechería de al lado del colegio.

Si se piensa bien, no sé si el reclamo escogido es un arma de doble filo, porque lo cierto es que encierra cierta ambivalencia; si hay otros mundos en este u otros hombres en uno, ¿es que la colonia es una especie de enseña que representa y exalta sus bondades, o más bien es que esos entes en la sombra nos inspiran tanta repulsión que hay que utilizar un aroma casi hipnótico para esconderlos del todo?

Sin duda sí que hay otro mundo en cada persona, un mundo a la vez protegido y enterrado bajo ese embalaje que llamamos “piel” y que normalmente nos resulta tan perturbador como el de los muertos, a los que también enterramos. Por eso procuramos relacionarnos con él lo menos posible y, desde luego, hacer como que no existe delante de los demás; ese es parte del objetivo de las normas de urbanidad que tratan de inculcarnos cuanto antes.

Pero hay veces que las circunstancias nos fuerzan a ponernos en estrecho contacto con ese otro yo, con esa sombra tangible que es la cara oculta de nuestro propio cuerpo, quizás a través de una puerta de comunicación que no entraba en los planes de la naturaleza, como por ejemplo, una ostomía.

Una ostomía es una solución quirúrgica en la que se practica un orificio (el estoma) para dar salida artificial a un órgano y a los productos de su funcionamiento en un punto diferente al de su lugar de salida natural, donde los recoge una bolsa adherida al cuerpo mediante una placa. Normalmente se realiza en el abdomen para hacer asomar el intestino delgado, el intestino grueso o dar salida al aparato urinario y su función es dejar aislado, de forma temporal o permanente, determinado tramo de aquéllos como consecuencia de una operación (frecuentemente un tumor) o una enfermedad. Para el médico es una técnica quirúrgica más, pero para el paciente es un pasadizo entre dos mundos; al menos al principio suele conectar con el infierno o, como poco, con el purgatorio.

Tras la noche de la anestesia llega el amanecer de la reanimación y entonces, por mucho que nos lo hubieran anunciado, la incredulidad al comprobar que ya no somos exactamente el mismo, que estamos con “las tripas fuera” y que nos han adherido a una bolsa con la que habremos de vérnoslas y convivir surge como un géiser entre la neblina de nuestro atontamiento en una mezcla difícil de describir donde nos extraviamos.

Al principio puede surgir la resistencia pasiva – a mí que me lo hagan todo las enfermeras y así que vayan enseñando a mi familia a ocuparse de esto – tal vez entreverada de negación – ¿para qué voy a aprender, si esto no me puede estar pasando a mí? -. Quizás poco a poco, con la recuperación física, va despertándose en uno un cierto estímulo ante el desafío – de esto me encargo yo. No me voy a arrugar ante una placa que sólo tengo que recortar y ponerme como una calcamonía y una bolsa adhesiva que hay que pegar sobre ella -, en parte para entretener la espera de la biopsia.

Un día nos damos cuenta de que la placa y la bolsa, de terroríficos gigantes han pasado a ser valiosos aliados, porque nos están permitiendo seguir con una vida no tan diferente de la anterior.

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Los cambios, la higiene, el manejo del material de ostomía …, ya han pasado a ser parte de la rutina e incluso nos vanagloriamos de nuestras recién adquiridas habilidades. Somos orgullosos supervivientes, veteranos de una guerra sin víctimas y, en esa seguridad, a lo mejor en un momento dado a se nos ocurre pensar que hay aficionados que no tienen más remedio que ponerse a reparar sus propios coches o motos para poder disfrutar de ese espectáculo de color, sonido y movimiento que son las carreras, y que meter las manos en el motor y sacarlas llenas de grasa no es algo ni mejor ni peor que vivir en contacto con la cara oculta de nuestro propio cuerpo para poder seguir disfrutando de ese espectáculo de color, sonido y movimiento que es la vida misma; que ese cuerpo que en ocasiones nos incomoda no es sólo algo que “tenemos”; que somos nuestro cuerpo. Es más, que nuestro cuerpo es el único lugar donde podemos ser.

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Y entonces, también a lo mejor, acabamos llegando a la conclusión de que la enfermedad nos ha venido impuesta, pero que uno puede aprender de ella a aceptarse a sí mismo en su totalidad, y de que en el fondo el anuncio de colonia, aún sin pretenderlo, estaba bien hecho, porque ambas, la luz y la sombra de un ser humano, pueden ser trascendidos en algo tan inaprensible como una fragancia.

 

Fuente:

http://www.ostomizadosaragon.org/ado/ado.nsf/63bc81c7570122b9c12570b60042c6da/ab74390f08d3560ec12572830040ba73/$FILE/Catalogo%20ostomizaado.pdf

 

Fotos:

Pixabay

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ileostomy_with_bag.jpg

 


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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