Las calles de un barrio obrero se deslizan bajo las ruedas del coche en este crepúsculo otoñal. La radio va desgranando un concierto para violines de Bach desde el salpicadero. Las fachadas deslucidas, con sus rectángulos de luz amarillenta y sus ropas tendidas contra la ordenanza municipal, aparecen nimbadas de esa clase de hermosura que surge de lo entrañable.
¿La música es sólo una máscara de carnaval o es la fuerza capaz de desvelar un misterio que en el fondo hace bello todo lo que existe?
Alguien dijo con ironía que hacer una escultura es muy fácil: basta con tomar un bloque de mármol y quitar lo que sobra.
¿Es que la música tiene el poder de disolver lo que sobra?
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