Ya es otoño, tiempo en que el ciclo de la vida comienza a contraerse; tiempo de hojas amarillentas que se arremolinan al compás que les marca el viento, de paseantes que, al caer la tarde, desfilan en busca de un rincón envuelto en un halo intimista donde sacarse el frío; tiempo también de ambientes crepusculares, de sombras, de tinieblas, del despertar del mundo sobrenatural, como si éste estuviera ávido de conquistar el espacio que van dejando todas las manifestaciones de la vida en su retirada cíclica.
Es el tiempo ideal para hacer una escapada al universo del Romanticismo que, por cierto, está en las antípodas de lo que entendemos por “comedia romántica”. Eso sí, cuando nos referimos de esa forma a determinados productos de Hollywood seguramente no reparamos en que estamos haciendo un guiño al verdadero espíritu romántico, porque sin ninguna duda unos cuantos esqueletos, impulsados por el resorte sobrenatural de la justicia divina, saltarían de sus tumbas como cajas-sorpresa si los muertos tuvieran la mala fortuna de poder escucharnos.
En fin, para es escapada siempre me ha parecido un buen programa de viaje visitar o re-visitar el Tenorio de Zorrilla que, como es bien sabido, acostumbra a representarse en la Noche de Difuntos.
Y es que no hay mejor vasija para un sabor intenso que los productos de temporada, salvo que uno prefiera la química alimentaria, eso es una cuestión de gustos.
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