En su artículo “El padrino y las teorías del estado y del derecho” –
https://presnolinera.wordpress.com/2015/10/15/el-padrino-y-las-teorias-del-estado-y-del-derecho/ – el Profesor Miguel Presno desentierra una cuestión de honda raigambre en la Teoría del Estado y del Derecho; las razones de “la obligatoriedad del cumplimiento de las normas que emanan de los poderes públicos y si son diferentes a las que puede dictar una organización mafiosa”. Tras referirse a diferentes aproximaciones al problema y poner de manifiesto lo inseguro de los criterios utilizados para distinguir el poder normativo del Estado del que emana, por ejemplo, de la organización criminal de la familia Corleone, recalará en un punto de vista práctico de aceptación bastante amplia hoy en día:
La clave radica en suponer que el ordenamiento estatal es válido cuando, en su conjunto, es eficaz; es decir, cuando excluye la vigencia de otro entramado jurídico. Así, podemos suponer que el ordenamiento es válido y, por tanto, es obligado cumplir sus normas cuando es efectivo (…).El conjunto del ordenamiento estatal, la “legalidad”, encuentra así su fuente de “legitimidad”; la razón por la que debe ser obedecido. Ahora bien, la trama vuelve a complicarse y nos resulta muy inquietante cuando, como ocurre en la ficción de El Padrino pero también en no pocas ocasiones en nuestra realidad, esa legalidad no está al servicio de la libertad, la igualdad, la justicia o el pluralismo, sino que puede “comprarse” con dinero o con influencias, como se refleja en la conversación entre el senador Pat Geary y Michael Corleone, donde el primero condiciona la obtención de la licencia para un casino en Las Vegas, cuyo coste es de 20.000 dólares, al pago de 250.000 dólares y el 5% de las ganancias de los hoteles que explota en el estado de Nevada la “familia Corleone”. El no va más de esta preocupante analogía lo ejemplifica el propio Michael Corleone cuando, en otra escena, sentencia: “la política y el crimen son lo mismo”. Resulta, o tendría que resultar, obvio que es una afirmación disparatada pero, y eso debería preocuparnos, parece que cada vez hay menos gente que la considere una exageración, a lo que no debe resultar ajeno el hecho de que más de un cargo público considere, parafraseando de nuevo a Michael Corleone, que el ejercicio de sus funciones “no es política, sólo negocios”.
Recojo el guante de dar entrada a la realidad social en el análisis del fenómeno jurídico para tratar de seguir un poco adelante con la reflexión del autor.
Nancy Fraser, profesora de Filosofía y Política en la New School for Social Research realizó una ponencia en un seminario celebrado en en 2012 en Berlín titulado “Rethinking Capitalist Crisis”, donde vinculaba los problemas derivados de la crisis actual con la lógica del neoliberalismo.
(en inglés y alemán)
Si atendemos a la idea expuesta a partir del minuto 7,40 de su intervención, veremos que las afirmaciones acerca de política y crimen o política y negocio que parecen perturbar a Presno, no es que a muchos ya no les parezcan disparatadas, sino que viajan a bordo de un tren de alta velocidad camino de su legitimación ideológica.
Como puede verse, Fraser halla la dinámica que denomina “mercantilización ficticia” (fictitious commodification) en la raíz de la crisis. Tal dinámica consiste en el intento de mercantilizar todos los elementos que operan como presupuestos (preconditions) de la producción de los verdaderos bienes y servicios, entregándolos a las fuerzas de unos mercados que se dicen “autoregulados”; los presupuestos citados por aquélla son la fuerza de trabajo, la naturaleza (en la que, supongo, incluye la energía) y el dinero, pero creo que podría añadirse sin dificultad el conjunto de realizaciones y logros que la sociedad en su conjunto ha ido poniendo a disposición de todos a lo largo del tiempo incluyendo, singularmente, la organización social y jurídica.
Entonces, ¿de qué extrañarse ante afirmaciones como las señaladas por Presno en su artículo? Es cierto que cada vez con mayor intensidad se viene considerando que todos y cada uno de esos elementos subyacentes que operan como presupuestos de la producción son también bienes sometidos a las reglas del mercado, es decir, que se compran y se venden. Desde esa posición ideológica (aunque muchos de quienes la sostienen piensen que ellos no tienen ideología, que ya sólo en algunos países queda ideología, y así les va…) es coherente terminar por pensar que la política, como todo lo que se compra y se vende (es decir, como “todo”), es sólo un negocio más. Que vamos por ese camino muchos lo vienen demostrando hace tiempo, no sólo desde la corrupción, en los casos más graves, sino desde la falta de empatía hacia quienes tienen menos poder; estoy seguro de que el sonoro “¡que se jodan!” o el despectivo “como si tienen que irse a Finlandia” con que nos atragantaron hace no tanto siguen sonando en los oídos de muchos.
La reacción química funciona en dos sentidos y en ambos es igual de peligrosa, porque la consideración del orden político como un producto de mercado supone la disolución de la política en los negocios, pero, a la vez, la disolución de los negocios en la política, es decir, que el gran poder económico se convierta completamente en una carta de naturaleza que permita a su minoría de poseedores decidir sobre cuanto afecta a toda la comunidad y, en última instancia, sobre el destino de los otros.
Por tanto, si ese es el camino que llevamos, pienso que nadie debe tener dudas de que no sólo nos dirigimos hacia el vaciamiento constitucional, sino de que, desde la más pulcra justificación ideológica y en nombre de la libertad de comprar y vender, acabarán quebrando el espinazo moral de nuestra sociedad, si es que aún queda algo de él. Menos mal que todo lo que no es sostenible acaba por hacerse el hara-kiri con su propia absurdez o su propia insidia.
Foto: vavel.com
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