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PERO, ¿CUÁNDO VA A EMPEZAR EL S. XXI?

2000

Si seguimos a Antonio Muñoz Molina, los siglos no suelen empezar en una cifra redonda; concretamente, el s. XX empezó en 1914, cuando la potente química que había ido creciendo entre el deseo recíproco de exterminar de forma masiva al oponente y la capacidad tecnológica de llevarlo a cabo se resolvió en la Primera Guerra Mundial.

En esa línea, creo que el s. XXI no ha empezado aún. En mi opinión el s. XXI se iniciará cuando esas partículas elementales (en todos los sentidos) del universo económico que somos los consumidores decidamos autoproclamarnos “ciudadanos” y agruparnos en entidades capaces de influir en los operadores económicos. Creo que en ese punto encontraríamos una síntesis de fuerzas actualmente encontradas y, como resultado, una noción más amplia de la libertad de mercado que incorporaría el servicio a las personas (no lo contrario) como elemento a la vez axiológico y finalista; no creo que nadie pueda poner en duda que se trata de una visión completamente alejada de cualquier veleidad “estatalista” y plenamente respetuosa de la iniciativa individual.

Como avanzadilla de tal tendencia quizás se puedan señalar las compras colectivas de energía y carburante que ya están funcionando o las propuestas de que asociaciones ciudadanas hagan acto de presencia en empresas del sector eléctrico mediante la adquisición y sindicación de muchos pequeños paquetes de acciones, con el fin de estar más próximos a los centros de control de bienes y servicios de primera necesidad. Como corolario, se iría abriendo paso la creación de mecanismos de información pública sobre la situación económica real de cada país y de exigencia de responsabilidad efectiva a cualquier tipo de poder que tome decisiones que afecten a la economía.

Para ello cada uno de los miembros de la ecuación (o inecuación) del mercado tendría que cambiar un poco su actual punto de vista; uno de los lados tendría que aprender a evaluar sus posibilidades reales y a priorizar sus demandas para ajustarse a aquéllas y el otro tendría que tomar conciencia de que, por necesidad ontológica, no hay libertad sin un medio en que ésta se desenvuelva, es decir, sin límites, lo mismo que, por más que le estorbe el rozamiento, un pájaro no podría volar en un espacio del que previamente se ha expulsado el aire.

Probablemente la democratización de la economía mediante la participación activa, no sólo pasiva, de sus sujetos, simplemente sería un aspecto más de un proceso de regeneración democrática  que sin duda pugna por ver la luz, más allá de la mera elección periódica de representantes políticos.

Mientras escribo esto tengo la sensación de que todas las imágenes a mi alrededor se tiñen de tonos sepia y de que me encuentro en las faldas de un nuevo siglo cuya cumbre jamás llegaré a pisar.

 

Foto: listas.20minutos.es

DOGMA DE FE

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La verdad es que no estoy muy enterado de esas cuestiones, pero me suena que hace varios años la Iglesia consideró permisible la inseminación artificial, siempre que se utilizara el siguiente procedimiento: como es pecado masturbarse, el esperma debía obtenerse en el curso de una relación sexual lícita. La manera más eficaz de lograrlo era reteniendo el fluido en un preservativo, pero como el uso de anticonceptivos también es pecaminoso, el preservativo tenía que estar perforado para que no obstaculizara la fecundación. Para aprovechar el semen que quedaba retenido se cerraba el extremo contrario al orificio practicado y se estrujaba el preservativo, convertido así en una especie de manga de pastelero.

Aquello me dejó a medio camino entre la risa y el pánico. Primero te sientes transportado al extremo de lo grotesco, pero inmediatamente algo bien distinto te golpea la conciencia: los actos descritos son de tal crudeza, están tan ciegamente subordinados al fin perseguido y a las limitaciones impuestas por el dogma, que llegan a perder por completo su sentido propio y a desligarse de realidad. El discurso exhala tal falta de humanidad que roza lo psicopático y esto produce escalofríos, porque sin el freno interior de la empatía los únicos límites que conoce el psicópata son los que logren imponerle los demás por la fuerza. Hemos llegado a eso muchas veces a lo largo del tiempo y, a mi juicio, sucede siempre que el pensamiento encalla en el dogma y logra arrastrar tras de sí a los sentimientos más básicos del ser humano.

En la antigua Roma el deudor respondía de sus obligaciones con su propia persona. En caso de que sus bienes no fueran suficientes para hacer frente a sus deudas, su acreedor podía venderlo como esclavo para cobrarse con el precio obtenido.

Si no me falla la memoria, fue en el s. XVIII cuando el Parlamento Inglés abolió la pena de muerte por robo.

Tal y como atestigua Dickens, en el s. XIX las prisiones inglesas estaban llenas de deudores insolventes, pero esa tentativa se consideró, no sólo inhumana, sino poco práctica y hoy en día el Convenio de Roma de 1950 prohíbe que los estados signatarios impongan a sus ciudadanos penas de prisión por el sólo hecho de que éstos no puedan hacer frente a sus obligaciones contractuales.

Ya en el plano interno, la legislación española desde antigüo ha contemplado límites a la posibilidad del acreedor de embargar bienes del deudor. De este modo, no sólo son inembargables las herramientas de trabajo, sino el salario mínimo y el lecho cotidiano, por ejemplo.

Por continuar con el caso de España, en el año 2003, gobernando José María Aznar, se aprobó en nuestro país la Ley Concursal, al menos teóricamente orientada, no a la satisfacción íntegra de los acreedores, sino a obtener soluciones que permitan garantizar la viabilidad de las empresas en dificultades económicas y, más recientemente, el Gobierno de Mariano Rajoy ha puesto en marcha los planes de pagos a proveedores, que en la práctica ofrecen a los acreedores de los Ayuntamientos la alternativa de renunciar a una parte de lo que les es debido y cobrar pronto o verse en riesgo de no hacerlo jamás.

Resulta patente que, a lo largo de la historia, la protección de los intereses materiales ajenos ha ido amoldándose a la convicción de que existen otros valores tanto o más dignos de ser preservados que aquéllos, y estoy convencido de que no hay ningún país de la UE donde el derecho interno otorgue carácter absoluto a la protección de los derechos de crédito. No creo que nadie pueda decir que esta tendencia histórica haya socavado los cimientos de la economía o la paz social,  más bien al revés, y sin embargo los sorprendente es que parece que el principio del pago íntegro e incondicionado de la deuda soberana ha alcanzado la categoría de dogma en el contexto de la UE, de forma que éste se ha convertido en un fin sagrado que justifica cualquier consecuencia que pueda desencadenar o cualquier sufrimiento que se pueda imponer en su nombre.

No obstante, incluso antes de las recientes elecciones griegas empezaron a aparecer signos de que una visión diferente del problema estaba ganando fuerza entre los expertos, como pone de manifiesto, por ejemplo, el siguiente artículo (en inglés) de Odette Lienau, profesora de la Cornell University Law School – http://blogs.lse.ac.uk/europpblog/2014/07/28/it-is-time-that-we-reconsidered-the-principle-that-states-must-always-repay-their-sovereign-debt/ – y, ya tras las urnas, el manifiesto (en francés) firmado por trescientos economistas y profesores universitarios de varios países – http://blogs.mediapart.fr/edition/que-vive-la-grece/article/050215/nous-sommes-avec-la-grece-et-leurope – o el artículo publicado en prensa la semana pasada por Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía http://www.huffingtonpost.es/joseph-e-stiglitz/una-fabula-griega-sobre-m_b_6641144.html.

En el primero, la autora expone que el cumplimiento estricto de las obligaciones en relación con la deuda soberana, sin importar las circunstancias ni los condicionantes que han llevado a contraer aquélla, no es una regla escrita en las estrellas, sino el producto fraguado en el último siglo por determinados factores políticos, corrientes ideológicas y, señaladamente, por el proceso de reconstrucción del sistema financiero internacional tras la Segunda Guerra Mundial. No obstante – señala la autora -, en otros momentos el rechazo de la deuda soberana no ha dañado la reputación de los estados ni ha impedido su financiación posterior y, por lo tanto, la citada regla del cumplimiento estricto no puede entenderse como una necesidad esencial inherente al funcionamiento del mercado.

El manifiesto citado en segundo lugar hace hincapié en el fracaso de las políticas impuestas a Grecia hasta el momento y apela al realismo al considerar que la deuda actualmente existente es insostenible y nunca será devuelta, mientras que una mayor flexibilidad por parte de los acreedores favorecería el relanzamiento de la economía griega.

Finalmente, el artículo de Stiglitz incide también en el fracaso de la “medicina” de la Troika y destaca la cuota de responsabilidad que corresponde a los acreedores en la situación creada, al tratarse generalmente de instituciones financieras con mayor capacidad de evaluar los riesgos asociados a los préstamos, así como la necesidad de crear un proceso ordenado que dé a los países una oportunidad de comenzar de nuevo, como fue el caso de Alemania tras la II Guerra Mundial. En relación con este último punto, adjunto un enlace al llamado “Plan Morgenthay” sobre el futuro de Alemania tras la contienda, que prefiero no pensar a dónde nos habría conducido de haberse llevado a cabo – http://es.wikipedia.org/wiki/Plan_Morgenthau-.

En definitiva, los tres textos abogan por una posición más flexible por parte de los acreedores si se quiere abordar el problema de la deuda y del futuro de la Unión Europea con un enfoque constructivo y, en definitiva, realista.

En fin, tras presentar a tanta eminencia y dejar al amable lector con ellos si así lo desea, vayan un par de observaciones por cuenta propia.

La primera es que, cuando hay un problema en una relación, raramente las enseñanzas que de él se pueden extraer son unilaterales. La regla del estricto cumplimiento “caiga quien caiga” sólo sirve para engañar a los expertos financiadores profesionales sobre sus propios errores al no haber sido más diligentes “a priori”– o menos ambiciosos – al evaluar la situación económica de los prestatarios y sus posibilidades reales de devolver lo recibido. Ya que ahora está de moda tratar a los estados como empresas, quizás no sería malo que las prácticas del mercado llevaran a imponer a los países una auditoría periódica de su economía, llevada a cabo por un organismo internacional con garantías razonables de independencia. Esto también redundaría en beneficio de los ciudadanos y de la propia democracia, puesto que permitiría a aquéllos tomar sus decisiones en las urnas con más conciencia de la realidad y, por tanto, más libremente. Desgraciadamente, en este campo de la transparencia, creo que al menos España suspende. Sin ir más lejos, mientras que al amparo de nuestra Ley de Protección de Datos no hay problema en incluir a las personas físicas con deudas en ficheros de morosos, para protección de los prestamistas, la reciente Ley de Transparencia permite a la Administración denegar información si ésta tiene implicaciones económicas, también a mayor gloria de las entidades financieras.

La segunda es que si la economía es, como el derecho o el lenguaje, un producto genuinamente humano, no tiene ningún sentido que la aplicación de sus principios acabe abocando a resultados gravemente inhumanos. Y si se ha llegado a esto es porque, en alguna parte del camino, como si se tratara de un espíritu maligno que habita en las profundidades del bosque, nos hemos dejado secuestrar por algún dogma que nos ciega. Habrá que liberarse de él y volver a abrir los ojos.

Quizás no sea difícil de explicar la hostilidad de la mayoría de los gobiernos europeos frente a los planteamientos de Grecia. Como en la fábula del vestido nuevo del emperador – que había sido estafado e iba desnudo, pero nadie se atrevía a ponerlo de manifiesto –, si a Grecia le fuera medianamente bien por una vía diferente muchos gobernantes tendrían que reconocer que han hecho algo injusto y estúpido imponiendo a sus ciudadanos los dictados de la Troika.

HISTORIAS CON INTENCIÓN: SOLÓN

Solón (muerto en 559 A.C.) ha pasado a la historia como legislador ateniense. Nacido en el seno de una familia acomodada, fue comerciante y poeta y destacó por su sentido de la justicia junto con una gran habilidad política.

Estando Atenas al borde de la guerra civil por las tensiones existentes entre los ricos terratenientes y sus siervos, un grupo de ciudadanos, en la confianza de que actuaría de modo imparcial, propuso a Solón que se hiciera cargo del gobierno de la ciudad. Los ricos consintieron porque Solón era rico y los pobres porque era honrado, y así se dio carta blanca al sabio legislador para que reformara la constitución y las leyes de Atenas. Solón no defraudó y redactó normas que, en ciertos aspectos, han sobrevivido hasta la actualidad.

Según las leyes atenienses de aquella época, si alguien incumplía sus obligaciones de pago frente a su prestamista, éste podía tomar posesión del deudor y de su familia y venderlos como esclavos para cobrarse con el precio obtenido. La crueldad de esta norma había llevado a que los pobres se organizaran en grupos para protegerse y rescatar a los que habían sido reducidos a la esclavitud como consecuencia de la usura. La primera reforma de Solón fue prohibir que se usara a cualquier persona, incluso con su consentimiento, como garantía de una obligación. Los que habían sido esclavizados fueron liberados y los que habían sido vendidos a los extranjeros regresaron a Atenas como hombres libres. También ordenó el perdón de todas las deudas pendientes y la cancelación de las hipotecas constituidas sobre la propiedad. Parece ser que el sabio ateniense no satisfizo a nadie, porque ni los ricos ni los pobres lograron todo lo que buscaban. No se produjo una completa redistribución de la riqueza, como querían los pobres, y los ricos se mostraron muy descontentos con la pérdida de las cantidades que se les debían. Sin embargo, cuando los atenienses experimentaron los buenos resultados que, con el tiempo, ofrecieron las reformas de Solón, éste volvió a ser objeto de su admiración, y así ha pasado a la historia.

La influencia ejercida por Solón sobre el convulso panorama de sus conciudadanos resulta difícil de explicar solamente desde la perspectiva de la habilidad política, y menos aún, de la técnica legislativa. La actuación del sabio concita la idea de ataraxia, esa disposición de ánimo propuesta por varias escuelas de la filosofía griega gracias a la cual, mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos, alcanzamos el equilibrio emocional y la fortaleza del alma frente a la adversidad.

En su libro “Oriente y Occidente” Luis Racionero aborda la ataraxia desde una perspectiva más amplia. Parte del humanismo como la más hermosa contribución de Occidente a la cultura mundial: los hombres vivían en una relación de dependencia ante los estados totalitarios y los imperios hasta que, en Grecia, el hombre se reveló por primera vez contra esta situación. Dicha rebelión se convierte en mito a través de Prometeo, el titán que robó el fuego a los dioses para regalarlo a los hombres.  Según dicho autor:

 «De todas las maravillas que lograron los griegos, entre todas las visiones que concibieron, la más trascendente fue el humanismo: la rebelión prometeica contra la autoridad y las fuerzas ciegas (…)

Pese a los innumerables libros escritos sobre ella, la cultura griega resulta difícil de comprender; hay un elemento no racional, un estado de ánimo, un ángel indefinible en la vida griega que no se puede explicar, pese a ser lo que más la caracteriza. Una maravillosa obra de arte como la vida griega no se consigue con leyes ni tratados filosóficos, tiene que venir de un estado de ánimo que sólo puede dar una experiencia interior. (…); instantáneamente viene a la cabeza la palabra <<ataraxia>> (…) ¿Qué se oculta tras la ataraxia que hizo a los griegos, entre todos los pueblos, soñar más bellamente el sueño de la vida? Ningún libro lo ha explicado todavía, y no podrá hacerlo porque lo escrito en el frontispicio de Delfos y en la sonrisa hermética, sólo se explicaba dentro del tempo; y los templos han desaparecido, los misterios se han perdido. Las experiencias de los misterios que vivieron Platón, Píndaro, Esquilo, Praxíteles y todos los creadores de la ataraxia griega no existen ya. (…)

La ataraxia es un estado de ánimo, y por lo mismo, difícil de comunicar con palabras.(…) Era una transmisión no verbal, de mente a mente, cuerpo a cuerpo, como la sonrisa de Praxíteles. Cuando Constantino clausuró los misterios, la vida de Grecia perdió su fuerza interior, aquel poder formativo del espíritu que, según Plotino, engendra la belleza en las formas materiales.»

Resulta significativo que Racionero se refiera al reinado de Constantino como el hito que marcó la disolución de ese poder espiritual que llamamos ataraxia. Constantino fue el primer emperador romano que se convirtió al cristianismo y éste, al menos en la versión que ha llegado hasta nosotros, y que el propio Constantino se dedicó tenazmente a depurar, es una religión muy centrada en el peso del pecado, en el peso de la deuda del ser humano. Nunca he sido capaz de entender el tema de la redención, porque que a pesar de que, supuestamente, aquélla tuvo lugar por la pasión y muerte de Jesucritos, el rito se empeña en hacernos repetir machaconamente que “he pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Es decir, no hay nada que pueda uno hacer para librarse del pecado, no hay nada que pueda hacer para librarse de su deuda. Bajo un peso tan asfixiante, no tiene nada de particular que la fuerza espiritual, la ataraxia, se desvaneciera, o al menos entrara en hibernación esperando mejores tiempos.

De Solón a Constantino parece que la paz espiritual de Grecia se mueve al compás del peso de las deudas asumidas. Hoy en día no se trata sólo de la paz espiritual y no se trata sólo de Grecia; probablemente la supervivencia de la civilización dependa de nuestra capacidad de decidir qué deudas estemos dispuestos a asumir y cuáles no.

Escritas en 1993, estas palabras de Luis Racionero podrían ser de antes de ayer:

«Por uno de los desconcertantes avatares de la historia, esta creación sublime de la cultura griega, el humanismo, ha degenerado en el vulgar y agresivo individualismo de la época actual. Pese al intento italiano por reinterpretar el ideal griego en el hombre universal del Renacimiento, al intento español por reinterpretarlo en el individualismo quijotesco, o el intento inglés de reinterpretarlo en el individualismo romántico, la burguesía mercantil e industrial banalizó estas alternativas y acabó imponiendo el individualismo del negociante: el empresario competitivo, agresivo y utilitarista. El individualismo de la cultura europea actual es una mutilación del ideal griego; es el retrato de Dorian Grey del hombre dórico, marchitado por veinte siglos de comercio y usura. (…)

El individualismo es una opción noble y heroica si es movido por un sincero altruismo interior, ¿quién no se emociona ante las incomprendidas rarezas de don Quijote?; pero cuando es movido, como hoy día, por el ideal utilitarista de lucro, poder y egoísmo, el individualismo es repugnante. Éste es el dilema que confronta hoy a Occidente: su mejor invención ha traído consigo un ideal humano despreciable, totalmente opuesto a lo que el individualismo griego se proponía en su origen. El individualismo sólo es beneficioso cuando nace de una serenidad interior como la griega, cuando el hombre, al obrar individualmente, está escuchando dentro de sí las innumerables resonancias entre todas las cosas y con los demás hombres.»

Repito que, en mi opinión, la supervivencia de lo que entendemos como civilización está en juego. Ya no creo que sea exagerado decir que, con los intereses económicos como justificación de cualquier barbaridad, al amparo de una sedicente libertad de empresa, nos hallamos en una encrucijada similar a la que supuso el advenimiento del nazismo. Y en esta encrucijada yo espero que el próximo domingo el pueblo griego elija, no desde el miedo, sino desde la serenidad que da la fuerza interior. Entonces, a lo mejor les toca empezar a pasar miedo a otros y a ver de nuevo la luz a muchos más.  

 

Créditos:

Luis Racionero, Oriente y Occidente, Edit. Anagrama

Foto: http://www.imagenesdeposito.com/nacionalidades/17159/caras+pintadas+con+la+bandera+griega.html

TAL VEZ EL OFICIO MÁS ANTIGUO DEL MUNDO

Pese a que solemos asociarlo con tecnología “galáctica” e impacto mediático, para conseguir financiación multimillonaria de patrocinadores de los cinco continentes, posiblemente uno de los oficios más antiguos del mundo sea el de piloto de carreras. Como cualquier oficio tan antiguo, seguramente tiende a satisfacer un deseo primario del ser humano: ser más, mejor, llegar primero, quedar por encima, reforzar el ego. Al menos en este caso lo primario puede ser simplemente otra cara de lo sublime: ¿acaso lo que en el fondo buscan los grandes campeones no es desafiar las leyes de la materia de que están hechos para convertirse momentáneamente en dioses o, como poco, acercarse más a ellos? Senna decía que, a su paso por la curva de Eaux Rouges, hablaba con Dios. Lo que nunca trascendió fue si Lo Tuteaba.

El origen de las carreras se va desdibujando a medida que su búsqueda nos acerca al territorio de lo mítico. Las primeras evidencias artísticas de la existencia de carreras de carros se han encontrado en restos de cerámica del s. XIII A.C., pertenecientes a la civilización micénica. La primera referencia literaria a dichas competiciones es la descripción que hace Homero (s. VIII A.C.) en la Ilíada de una carrera alrededor del tocón de un árbol, en la que el ganador, Diomedes, recibió como premio una esclava y un caldero. El caldero casi prefigura las copas que se entregan en el podio a los pilotos de hoy. En cuanto a la esclava… bueno, lo cierto es que, sobre todo en las actuales carreras de F1, la presencia de la mujer de puertas a fuera es casi exclusivamente decorativa, pero tampoco llegamos a semejantes extremos… Eso sí, ya que la propia esencia de esta competición consiste en romper barreras, estoy deseando que aparezca pronto una piloto de F1 que a todos sus compañeros les dé caña hasta en el carnet de identidad.

Precisamente parece ser que las carreras de carros eran la excepción a la norma que prohibía a las mujeres participar en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad, e incluso asistir a ellos como espectadoras, ya que hay constancia de que una espartana, llamada Cinisca, ganó dos veces una carrera de carros. También al contrario que en otros acontecimientos olímpicos, en que los participantes competían desnudos, en las carreras de carros los corredores vestían una prenda llamada xystis, seguramente para tratar de paliar las graves consecuencias que podía tener una caída con arrastre. Así es que los monos de los pilotos no son de ayer por la tarde…

Como en tantos otros casos, los romanos supieron transformar tradiciones heredadas o importadas de otros pueblos en grandiosos espectáculos de masas. En la antigua Roma las carreras se celebraban en un circo, y parece ser que tenían lugar conforme a una programación anual bastante regular. Nada nuevo bajo el sol. El lugar más importante donde se celebraban las carreras era el Circo Máximo de Roma, de origen muy antiguo, reconstruido por Julio César en el 50 A.C. El Circo Máximo era una pista de carreras con forma de proyectil muy alargado, cuya superficie era equivalente a seis de los actuales estadios olímpicos, rodeada por una edificación de cuatro plantas capaz de albergar a unos 200.000 espectadores. Se dice que ha sido el mayor estadio “deportivo” de toda la historia de la Humanidad. En el centro de la pista había una mediana llamada “spina”  y en cada extremo de ésta un poste, alrededor del cual tenían que girar los carros. Las carreras eran a 7 vueltas, por las 60 ó 70 en la F1 actual, pero es que el forraje da bastante menos rendimiento energético que la gasolina.

Las carreras se celebraban por equipos, llamados “facciones”. Inicialmente hubo cuatro: azul, verde, blanca y roja. Corrían 3 carros por equipo, y cada carro podía ir tirado por 2, 4 ó 6 caballos, aunque se dice que en alguna carrera de exhibición se llegó a correr con 10, lo cual exigía al conductor unas dotes prodigiosas de control; debía de ser algo así como un motor turbo de 1.500 hp. El caballo que iba situado en la parte izquierda no tiraba, sino que iba sujeto a sus compañeros y era el encargado de guiarles en las maniobras que el conductor, “auriga”, realizaba. Los aurigas llevaban protecciones de cuero y cascos y, también como hoy en día, en su vestimenta se hacían bien visibles los colores de su equipo. El oficio de auriga era muy peligroso. Se trataba de competiciones extremadamente violentas donde valía todo o casi todo, incluyendo golpear con el látigo a los rivales o engancharlos con él para arrancarlos del carro, lanzado a toda velocidad, o tratar de estrellar a los competidores contra la spina.

Los carros tomaban la salida desde unas cocheras situadas en el extremo “plano” de la pista, que se abrían mecánicamente de forma simultánea cuando el emperador, o quien ejerciera de anfitrión del espectáculo, dejaba caer al suelo un paño conocido como “mappa”. La zona preferida por el público era el extremo curvo de la pista, que era donde, al girar los carros, se producían las colisiones más violentas y, como resultado, se formaban auténticos amasijos de maderas, hierros, caballos y jinetes que, en el argot de las carreras, se denominaban  “naufragia”. Otras veces, en caso de colisión, los aurigas no podían soltar las riendas, que llevaban enrolladas a la cintura, y eran arrastrados por todo el circo hasta la muerte. No, no había FIA, ni comisarios, ni safety car, ni coche médico, no había nada de nada, los aurigas sólo disponían de un cuchillo con el que intentaban liberarse de sus riendas en caso de accidente. En esa materia, la única ventaja que indiscutiblemente tenían aquellos precursores respecto de los pilotos actuales era la TOTAL SEGURIDAD de que su vehículo no iba a incendiarse…

La popularidad de las carreras de carros llegó a ser extraordinaria entre los romanos y dio lugar a un abundante mercado de apuestas. Se dice que, con ocasión de la celebración de una de estas competiciones, la ciudad de Roma se quedó tan desierta que el emperador Augusto tuvo que establecer patrullas militares de vigilancia para evitar el pillaje. Esa popularidad y la afición del pueblo romano por los distintos equipos llevó a la cumbre del éxito a varios aurigas, algunos de los cuales han pasado a la historia, como Scorpus, de la facción verde, de quien se dice que en el s. I D.C. ganó cerca de 2000 carreras antes de morir a los 27 años en una colisión ¡¡¡ con el poste de meta !!! Otro ejemplo fue Gaius Appuleius Diocles, que ha pasado a la historia por su sobresaliente palmarés deportivo… y financiero. Este auriga vivió en el s. II D.C. y, según se dice en su lápida funeraria, tomó la salida en 4.247 carreras, de las cuales ganó un 35% y quedó segundo en un 33%. De acuerdo con un estudio de Peter Struck, profesor de la Universidad de Pennsylvania, a lo largo de su carrera este piloto llegó a ganar 35.863.120 sestercios, equivalentes hoy en día a unos casi 15.000 millones de dólares. Compitió hasta los 42 años. Por cierto, corría para el equipo rojo.  No, no era de Germania, era de Lusitania… Para ilustrar la pasión que despertaban estas estrellas de la pista, el profesor Garrett G. Fagan, también de la Universidad de Pennsylvania, refiere la siguiente anécdota: en el año 390 D.C., en la ciudad de Tesalónica, un famoso auriga se insinuó sexualmente a un general romano, quien ordenó el inmediato arresto del corredor. Fue tal la indignación popular por el trato dispensado a su ídolo, que la turbamulta enfurecida asaltó la prisión, liberó al auriga, linchó al general y, ya puestos, incendió la ciudad. Los disturbios cobraron tal magnitud que el emperador tuvo que enviar al ejército a Tesalónica y el enfrentamiento se saldó con 7.000 muertos. Eso es fanatismo por un piloto y lo demás son cuentos.

Pero no todo era idolatría. Los historiadores creen que en esa atmósfera de competitividad extrema y pasiones desbordadas no eran infrecuenten los casos de envenenamiento de caballos e incluso de aurigas rivales. En nuestra era, que se sepa, nunca se ha llegado a tanto. Los casos más escandalosos han consistido en pagar a algún empleado de una escudería rival para que añadiera “algo” a la gasolina de uno de sus pilotos, o en sacar a un competidor de la pista intencionadamente. Siempre reconforta darse cuenta de que la conciencia moral, poco a poco, va calando… A pesar de los siglos transcurridos, sigue resultando sobrecogedor el legado de odio congelado en piedra que nos dejó un aficionado en una inscripción, a modo de graffiti, que dice así:

Yo te invoco, ¡oh demonio!, quienquiera que seas, para pedirte que desde esta misma hora, desde este mismo día, desde este mismo momento, tortures y mates a los caballos de las facciones verde y blanca, y que del mismo modo aplastes y mates a los aurigas Claro, Philico, Primo y Romano, y no dejes ni un soplo de aliento en sus cuerpos.”

En esto tampoco hemos cambiado mucho, si consideramos las lindezas con que uno se tropieza en cuanto se interna en los medios de comunicación digitales especializados en F1. Nada nuevo bajo el sol. Bueno, sí, al menos entonces cuando se maldecía a un piloto, se hacía con clase.

 Fuentes consultadas:

 –          Wikipedia: Carreras de carros, Circo Máximo

–          MaDi – Arma virumque cano, Blog de aula para Latín 4º ESO

–          Diario Expansión 06/09/2010

–          History of ancient Rome, Garrett G. Fagan, The Teaching Company


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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