Se acaban de dictar medidas para sanear el sector financiero. Se trata de mejorar la confianza en el mismo exigiendo a las entidades financieras mayor transparencia y garantías en relación con sus activos inmobiliarios – en su mayoría, supongo, procedentes de embargos -. Los objetivos: incentivar la salida al mercado de viviendas a precios más asequibles y que el sector financiero recupere su función de proporcionar a las pequeñas economías el crédito necesario, todo ello, se dice, sin recurrir al dinero público. Como suele suceder en estos casos, hay quienes no confían en las medidas adoptadas y aseguran que lo que de verdad se pretende es poner entregar el mercado financiero español a los grandes bancos. Razonan que las entidades pequeñas no podrán sanear sus balances por sí solas, con lo cual la disyuntiva es proporcionarles dinero público o verse forzadas a la absorción por parte de grandes bancos, con lo que el poder financiero se concentrará en manos de gigantes. Éstos no tienen ninguna necesidad de dar salida a sus inmuebles a menor precio, porque pueden esperar lo que haga falta, y que no van a dar crédito a las pequeñas economías, porque les es más rentable destinarlo a otras operaciones.
No pretendo – ni estoy preparado para ello – juzgar el acierto técnico de cada una de esas posturas. Creo que llega un momento en que lo puramente “racional” o “lógico” sólo sirve para navegar en círculo, y ese es el momento de intentar subir un peldaño más alto, de contemplar el problema desde otra perspectiva, en un intento de trascender la contradicción que lo alimenta. Tampoco quiero ser provocador; soy consciente de que para aquél que ha perdido su trabajo o que ya vive amargado de tanto pelear desde que se levanta estas reflexiones, o cualesquiera otras, pueden resultar hasta irritantes. Pero precisamente ese sufrimiento y el que se nos anuncia, aún mayor y más extendido, me lleva a la conclusión de que lo que está pasando es demasiado importante para dejarlo en manos de técnicos, tecnócratas y “especialistas”, que los conceptos de los economistas y de los políticos son ya, no árboles, sino zarzas que nos impiden ver el bosque de lo que está sucediendo. Los hechos, a su manera, nos están contando una historia. La historia que nos cuentan es nuestra historia, una historia ancestral. Y los hechos son muy tercos: no se van a callar hasta que los/nos escuchemos.
A menudo se ha comparado a las entidades financieras con el corazón que bombea la sangre del crédito a través de la comunidad. Creo firmemente que “una imagen vale más que mil palabras”, y puestos a dejar que imágenes y símbolos empiecen a entrar en juego y a contarnos su historia, la actual situación que gran parte de la humanidad atraviesa en relación con el poder financiero me evoca la imagen de un corazón hipertrofiado a fuerza de tragarse toda la sangre que le llega, en vez de impulsarla y distribuirla. E inmediatamente esa imagen me señala el mito de Teseo y el Minotauro.
La historia del toro – hombre es bastante conocida: el legendario Minos se disputaba el trono de Creta con sus hermanos y pidió al dios Poseidón que mandara un toro del mar como señal de que el trono le correspondía por derecho divino, con el compromiso de sacrificar al animal en su honor. El toro fue enviado y Minos coronado rey, <<pero, cuando pudo apreciar la majestad de la bestia (…) pensó en las ventajas que le traería ser dueño de tal ejemplar y decidió arriesgar una sustitución mercantil, que supuso que el dios no tomaría en cuenta. Por lo tanto, ofrendó en el altar de Poseidón el mejor toro blanco que poseía y agregó el otro a su ganado>>. El caso es que, durante una de las belicosas ausencias de Minos, su esposa, la reina Pasifae, fue poseída por el toro y, fruto de aquella unión nació un monstruo, mitad hombre y mitad toro, el Minotauro. Como se verá enseguida, Minos se sintió culpable de lo sucedido y, para ocultar un hecho tan vergonzoso, hizo construir un laberinto en cuyo centro ocultó al monstruo <<y desde entonces fue alimentado con mancebos y doncellas vivos, arrebatados como tributo a las naciones conquistadas por el dominio cretense>>.
Los párrafos entrecomillados en cursiva pertenecen al libro “El héroe de las mil caras”, de Joseph Campbell, al que ya me he referido, al menos, en otra ocasión. Lo que sigue no tiene desperdicio:
<<De acuerdo con la antigua leyenda, la falta original no fue de la reina, sino del rey, y él no pudo culparla, porque recordaba lo que había hecho. Había convertido un asunto público en un negocio personal, sin tener en cuenta que el sentido de su investidura como rey implicaba que ya no era meramente una persona privada. La devolución del toro debería haber simbolizado su absoluta sumisión a las funciones de su dignidad. El haberlo retenido significaba, en cambio, un impulso de engrandecimiento egocéntrico. Así el rey elegido “por la gracia de Dios”, se convirtió en un peligroso tirano acaparador. Así como los ritos tradicionales de iniciación enseñaban al individuo a morir para el pasado y renacer para el futuro, los grandes ceremoniales de la investidura lo desposeían de su carácter privado y lo investían con el manto de su vocación. (…) Por el sacrilegio de haber rehusado el rito, el individuo se separaba como unidad de la unidad mayor de la comunidad entera; el Uno se disgregaba en los muchos y éstos se combatían los unos a los otros, luchando cada uno por sí mismo, y podían ser gobernados sólo por la fuerza.
La figura del Monstruo-Tirano es conocida (…) en todo el mundo, y sus características son esencialmente las mismas. Él es el avaro que atesora los beneficios generales. Es el monstruo ávido de los voraces derechos del “yo y lo mío”. Los estragos por él provocados están descritos en la mitología y en el cuento de hadas y son de universales consecuencias dentro de sus dominios. Éstos pueden (…) alcanzar a toda una civilización. El ego desproporcionado del tirano es una maldición para sí mismo y para su mundo aunque sus asuntos aparenten prosperidad. Aterrorizado por sí mismo, perseguido por el temor, desconfiado de las manos que se le tienden y luchando contra las agresiones anticipadas de su medio, que son en principio los reflejos de los impulsos incontrolables de adquisición que se albergan en él, el gigante de independencia adquirida por sí mismo es el mensajero mundial del desastre, aún en el caso de que en él alienten intenciones humanas. Donde pone la mano surge un grito (…); un grito por el héroe redentor, el que lleva la brillante espada, cuyo golpe, cuyo toque, cuya existencia libertará la tierra.
(…) los cismas en el alma y los cismas en el cuerpo social no han de resolverse con programas de retorno a los días pasados (arcaísmo), o por medio de programas que garanticen un futuro idealmente proyectado (futurismo) ni tampoco por el trabajo tenaz y realista de encadenar todos los elementos destructivos. Sólo el nacimiento puede conquistar la muerte, el nacimiento, no de algo viejo, sino de algo nuevo. (…)
Teseo, el héroe que mató al Minotauro, vino a Creta de fuera como símbolo y brazo de la creciente civilización de los griegos. Era lo nuevo y lo vivo. Pero también es posible buscar el principio de regeneración y encontrarlo dentro de los muros mismos del imperio del tirano>>
Sólo diré que, mientras leía, acudían a mi mente imágenes de una Grecia atenazada – qué vueltas da la historia -, de Italia, Portugal y España respirando con agitación, sabiéndose en el “corredor de la muerte” de los candidatos a ser pasto de la bestia, de antidisturbios a palos con manifestantes. También han ido pasando, sobreimpresionados en el texto, los cuadros de cada una de las décadas que llevamos dedicándonos a tergiversar las palabras, a llamar individualismo, no a la búsqueda por cada cual de su sitio en el mundo, desde la armonía, sino a la adoración compulsiva del ego, caiga quien caiga; las mismas que hemos pasado haciendo bandera de un liderazgo entendido, no como la cualidad personal que permite ayudar al otro a sacar lo mejor de sí mismo, sino como el correlato de la necesidad de sumisión de los demás, desde su inseguridad. En pintura que refleje ese período deben ocupar un lugar preeminente muchos políticos, todos los que, desde el miedo, la miopía, o la enfermedad mental, han acabado por convertir en asunto público de vida o muerte los negocios personales de los adoradores compulsivos de su propio ego. Después, como hizo Minos, a la bestia que ha nacido por culpa de su ambición o dejación la han puesto en medio de un laberinto y le han ido suministrando carnaza. Es verdad que todos tenemos parte de culpa en haber llegado a esto, pero yo sólo veo pagar a algunos.
No creo que la solución venga de un héroe foráneo, sino, como dice Campbell, desde << dentro de los muros mismos del imperio del tirano >>. Ya comenté en una ocasión – https://escritodesdelastripas.wordpress.com/2011/09/07/la-torre-de-babel/ – que, tal y como yo entiendo el mito de la Torre de Babel, la incomunicación entre los hombres no es la consecuencia de la falta que cometieron, sino la “falta” en sí, la causa misma del fracaso de la torre. La naturaleza aborta lo inviable, y no es posible para la humanidad elevarse por encima de sí misma cuando aún no tiene el grado de evolución suficiente para renunciar al culto al propio ego en la medida necesaria.
El corazón de cualquier animal está preparado para funcionar como una pieza en armonía con el resto del cuerpo de aquél, pero no podría hacerlo por mucho tiempo si trabajara sólo para alimentarse a sí mismo, porque el fallo de los demás sistemas del organismo, en los que necesita apoyarse, lo arrastraría enseguida a su propia destrucción.
En nuestra situación, seguramente será el propio “corazón” financiero, desbocado y desconectado del resto del “organismo”, el que nos abra la salida de emergencia, porque parece condenado a implosionar una vez que haya consumido todos los recursos que encuentre a su alcance. La buena noticia es que, en esa implosión, se llevará por delante todo el entramado del laberinto en que nos vemos presos. No sé qué o quién quedará en pie después de eso, pero, con la lección aprendida, a lo mejor cada uno de los fragmentos resultantes de esa ruina sea lo bastante pequeño como para tener cierta armonía interna y funcionar de un modo “orgánico”. Tal vez ese sea el comienzo de un proceso que haga posible llegar a una globalización de verdad.
Sí, parece que la naturaleza tiende a abortar lo inviable y, en este caso, creo que la globalización, tal como se entiende hoy en día, lo es, porque, al igual que pasó con la Torre de Babel, aún no ha llegado su tiempo histórico; el grado de evolución del ser humano es todavía insuficiente y, en su esfuerzo por desarrollar un “organismo planetario”, no ha sabido ir más allá de fabricar una especie de monstruo de Frankenstein aquejado, a la vez, de extrema desnutrición y de un cáncer galopante.
En el mito de Teseo, es el propio Dédalo, constructor del laberinto en que él mismo casi se pierde, el que inventa la argucia que permite al héroe griego acabar con el monstruo y volver a salir a la luz. Nuevamente, parece imprescindible citar a Campbell:
<< Y es muy curioso que el mismo científico que al servicio del rey culpable había sido el cerebro que concibió el horror del laberinto, con la misma facilidad pudo servir para alcanzar la meta de la libertad.
(…) En todas partes (…) los actos verdaderamente creadores están representados como aquellos que derivan de una especie de muerte con respecto al mundo y lo que sucede en el intervalo de la inexistencia del héroe, hasta que regresa como quien vuelve a nacer, engrandecido y lleno de fuerza creadora, hasta que es aceptado unánimemente por la especie humana >>
Tengo la sensación de que la propia estructura del sistema lo ha llevado a un coma irreversible, pero también creo que en ese estado de coma debe verse sobre todo un anuncio de renacimiento y de evolución. Como dice José Luis Sampedro, parece que << ya queda poco >>.
Foto: http://www.kalipedia.com/fotos/minotauro-collage-picasso-1933.html?x=20070718klpprcryc_178.Ies
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