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DIEZ AÑOS DEL DEBUT DE ALO (y 2)

Si lo analizas fríamente, es sólo un juego. Si lo haces con pasión, todo un espectáculo.

Es el lema de El Largero. Yo lo llevaría más allá: si lo sientes con pasión, es una experiencia vital. Creo que las personas tenemos la capacidad de recorrer ese camino del “sólo” a la “experiencia vital” tanto en un sentido como en otro y, desde luego, no limitado al deporte; somos nosotros los que damos y quitamos el sentido a cualquier experiencia de la vida. ¿Quién no recuerda haber escuchado a un compañero de colegio eso de: “Cuanto más estudio más sé. Cuanto más sé más olvido. Entonces, ¿para qué estudiar?”

Yo tampoco entendía que los resultados de cualquier torneo del fin de semana pudieran influir ni una pizca en el ánimo con el que tantos y tantos encaran el lunes; me parecía un asunto banal. Hasta que me di cuenta de que quitarle el sentido a una competición deportiva es tan absurdo, o incluso tan mezquino, como dejar de alimentarse puesto que, tarde o temprano, uno va a morir. La vida en sí no tiene mucho sentido si uno se empeña en quitárselo. Desde entonces, cada mañana me siento en sociedad secreta con todos los que van devorando la prensa deportiva en el metro.

Supongo que esa conciencia puede llegar a través de un deporte, de un deportista, o de cualquier otro mensajero. En mi caso vino viendo correr a ALO. Creo que el Nano me ayudó a bajarme de un escalón y a subir otro.

Me gusta esta foto. Para mí no sólo muestra al ganador del GP de Nurburgring en 2007, sino que congela para siempre el preciso instante en que la alquimia trasnforma la rabia en alegría.

Evidentemente, la foto es de la Cadena Ser. Si les molesta la quito y ya está. La foto puede desaparecer, pero ese momento se quedará para siempre.

DIEZ AÑOS DEL DEBUT DE ALO

Han pasado diez años del debut de Alonso en Australia, aquel 4 de marzo de 2001, y no quería que se me escapara la ocasión sin darle un pequeño sitio al campeón en este blog.

Alonso ha sido y sigue siendo como esos héroes (o villanos, para algunos) que mantienen la tensión hasta el último fotograma de la película, porque sabes que sólo la bandera a cuadros puede ya impedirle sacarse una estratagema letal de debajo de la manga, o aprovecharse del más mínimo desliz del rival; es uno de esos pilotos capaces de enardecer la pasión por un deporte, y así lo demuestran todos los españoles y no españoles que en cada GP se congregan delante del televisor esperando que haga magia o que la pifie.

 

A mí me parece muy grande, y creo que todos aquellos que se ensañan con él por no ser el Hermano Gemelo de Dios, por no quedar por encima de todos en todas y cada una de las ocasiones, no hacen más que confirmar implícitamente su grandeza. Igual que los que siguen expectantes cada GP con la esperanza de verlo hundido; con todos mis respetos por un piloto que quizás no ha tenido muchas oportunidades, y al que cito sólo como ejemplo, no creo que multitudes de hindúes mantengan los dedos cruzados durante una carrera para que a Karthikeyan le vayan mal las cosas… sería una apuesta sin riesgo ni gracia.

 

No me gusta discutir. Prefiero disfrutar del pilotaje de ALO. Para muestra os dejo un link a esta castiza versión de un clásico, y creo que sobra la dialéctica:

http://www.youtube.com/watch?v=wDRAVNd6svM

A mí Alonso me ha ayudado a descubrir la alegría que pueden dar cosas aparentemente banales, como la pasión por un deporte que me atraía desde niño, y le estoy muy agradecido por ello.

Felicidades por estos diez años, campeón. Como dice mi amiga Mamenf1, en este blog siempre tendrás tu sitio.

Fotos:

webfamosos.com

absolutgijon.com

GANAR SEGURO

Andando me cruzo con una sucursal del Santander. De forma mecánica dejo que mis ojos recorran la publicidad pegada en uno de sus ventanales mientras sigo mi camino: “HAY UNA FORMA SEGURA PARA GANAR…”. Por los pelos, ya en el límite de mi campo visual, una imagen me captura con la violencia de un cepo de caza: UNA GORRA DE FERRARI. Durante un instante las persianas blancas se vuelven dientes y la abertura del ventanal se transfigura en una bocaza desmesuradamente abierta que me despacha una carcajada ensordecedora, y entonces una especie de reacción eléctrica me impulsa “a liarme a pedradas contra los cristales”, como le pasó al Sabina. Afortunadamente, antes que de lo que me han enseñado, de quién soy o de dónde vengo, me acuerdo de a dónde voy: a la comisaría que está cincuenta metros más arriba, a renovarme el DNI, y ya un poco más centrado decido que prefiero entrar y salir de ella por mi propia voluntad.

La verdad es que el mundo en que vivimos resulta poco tranquilizador, pero aún hay que dar las gracias si piensa uno que lo que sucede cada día es sólo la punta del iceberg de todo lo que podría pasar…

Fuente foto: todoformula1.net

BAHAREIN

Bueno, ya me lo estoy imaginando y me estoy empezando a poner nervioso: Domingo 14 de marzo, 12,59 hora peninsular. Vista desde un plano largo en la televisión la parrilla de salida de Baharein parece un tapete gris con puntadas de todos los colores perfectamente alineadas a ambos lados. Los semáforos rojos se van apagando uno a uno. Los pilotos revolucionan sus motores para soltar el embrague manual en el momento justo y el bramido de las máquinas se acerca a lo inimaginable; sus corazones, como cuando los pies se van al ritmo de la música, siguen a los motores y rondan las 200 pulsaciones por minuto; los de los espectadores, que normalmente no dan tanto de sí, sólo alcanzan unas 120 en casos de fanatismo extremo. Se apaga el último semáforo rojo y empiezan a correr esos tres segundos que parecen una era geológica. Dentro de cada uno de los cascos sólo existe una idea: llegar bien colocado a la entrada de la curva 1, el resto del futuro no es más que un chiste malo.  Se encienden los semáforos verdes. El bramido de los motores llega a su paroxismo y, como si el tapete reventara, las puntadas multicolores saltan y se desparraman por toda su superficie sorteándose unas a otras, lanzadas en medio de una nube de humo hacia la primera curva. La aventura ha comenzado. Mucha suerte, chicos…

¡AGÁRRENSE A SUS ASIENTOS…!

            Cuando yo era pequeño, Antonio Lobato era un chavalín poco mayor que yo y las retransmisiones televisivas de la Fórmula 1, en blanco y negro, eran capaces de dormir a las cabras. Todo comenzaba con ese círculo en pantalla y esa música tan característica, que anunciaban la conexión con Eurovisión, luego una voz en off que te informaba de que iban a retransmitir las cinco últimas vueltas  – eso era todo lo que se daba – del Gran Premio de donde fuera y, finalmente, unos cuantos puntitos haciendo un ruido grave y moviéndose por el gris de la pista, rodeado del gris de césped. Por supuesto, no había planos subjetivos desde el monoplaza. El comentarista utilizaba poco más o menos el mismo tono con que Matías Prats retransmitía el fútbol para informarte de las evoluciones de pilotos con nombres impronunciables. Lo más parecido que existía a la Play era aprovechar esas migajas de F1 para mirar a la pantalla de la tele con cara de velocidad mientras, con los brazos semi extendidos, hacías girar a izquierda y derecha un plato de postre fingiendo que aplicabas un esfuerzo muscular extremo. Pero todo eso a mí me gustaba, me gustaba mucho.

            Las carreras eran otra cosa. Sigo recordando con angustia a Niki Lauda en su Ferrari envuelto en llamas en aquel lejano 2 de agosto de 1976, en Nurburgring, y sigo maravillado de que sobreviviera – por lo visto llegaron a darle la extremaunción – con la sangre envenenada por los gases del incendio, y sigo preguntándome, entre la curiosidad morbosa y el miedo, por los horrores que oculta el hoy anciano bajo su eterna gorra juvenil. Los pilotos, como ahora, se hacían una foto de grupo al comienzo de cada temporada, pero, mientras posaban, todos sabían que, estadísticamente, al final del año dos de ellos ya no existirían… Sí, eran tiempos duros.

            La última temporada que seguí al completo fue la de 1982, con el duelo entre los atmosféricos y los turbo y con Keke Rosberg, envuelto en constante polémica por sus maniobras en pista, que se salvó por los pelos de convertirse en el campeón del mundo de F1 más gris de la historia, porque estuvo a punto de conseguir el título sin una sola victoria. Del año 1983 sólo me llamaron la atención algunas escaramuzas protagonizadas por Nelson Piquet con aquel BMW que parecía un brick de Parmalat gigante. Luego la F1, que tanto me había gustadoo, se marchó de mi vida sin saber por qué.

            En 1994, ya desconectado por completo del mundo del motor, la muerte de Ayrton Senna me llegó simplemente como una noticia de información general, y sólo me hizo pensar que, en el fondo, Senna había sido afortunado por su vida tan intensa aunque breve, pero lo sucedido no me trajo ningún eco especial de mi infancia.

            En 1999 el accidente de Schumacher en Silverstone me llegó a través de un diario que ojeaba en el hospital donde acababa de nacer mi hija, pero esa vez ni siquiera le dediqué una reflexión de corte general a la noticia, tan ocupado como me tenía esa muñequita de aspecto frágil e imponente al mismo tiempo, que parecía que se iba a ir cada cosa por su lado al cogerla en mis brazos torpones de padre primerizo.

            Y así llegó el 2005, en el que pasé por un momento difícil. Un domingo a mediodía, no sé por qué, encendí mi denostada tele y oí el aullido del motor V10 de aquel asturiano que tenía a toda España pendiente de si sería capaz de hacer realidad lo que parecía ciencia-ficción. Y, en respuesta a ese aullido, la memoria me trajo el sonido más grave de los monoplazas de antaño.  Aquello fue como descubrir por accidente un juguete que enterraste de niño en el jardín. A partir de ahí me enganché otra vez a la F1 con la fuerza que sólo surge del afán de recuperar el tiempo perdido. Grande o pequeño, lo auténtico nunca se va del todo, y siempre se encuentra rebuscando en la niñez.

            La ilusión por ver correr a Fernando Alonso el domingo se convirtió en una buena razón para mirar con otros ojos el resto de la semana. Me contagié de las vibraciones del R 25 y aquel año Interlagos me convenció de que cualquiera que se lo proponga puede, no sólo vivir haciendo realidad el potencial que lleva dentro, sino convertir esa labor en el centro de su vida, pese a todos los obstáculos y, a la vez, gracias a ellos; cualquiera puede llegar a proclamarse campeón del mundo de sí mismo. Por eso el Nano siempre representará algo muy especial para mí. A la vez, cada uno de sus éxitos me ayudó a ir bajando del podio de mi soberbia. Para mi propia sorpresa, empecé a verme a mí mismo como uno más de los que comienzan cada lunes volcados sobre la prensa deportiva, bajo la luz pálida de los andenes del metro, dándole vueltas a la competición del pasado fin de semana y sufriendo, eso sí, con mucho disfrute, por lo que pueda pasar el próximo: – ¡A ver si llegamos “vivos” a la final…! -. Comprendí que lo que antes me parecía banal puede ser, y es para muchos, uno de los condimentos de cada nuevo día que hacen que valga la pena levantarse y vivirlo.

            Luego vino el 2006, y la ansiedad de repetir lo que ya había sido realidad una vez, y la agonía de contemplar esa sangría implacable de puntos de Fernando, perseguido por el Kaiser, y, finalmente, como la llegada del Séptimo de Caballería, la rotura del motor del alemán en Japón, equilibrando así la tuerca de Hungría y la cacicada de Monza. Después, ese 2007 en que no todo es para olvidar: siempre quedará ahí la cara de Fernando, con esa expresión de una intensidad explosiva, aún con huellas de rabia extrema recién convertida en alegría desbordada; estaba en lo más alto del podio de Nurburgring tras haber adelantado a Massa a cinco vueltas del final bajo la lluvia, bajo la lluvia de fuera y bajo la que le seguía cayendo cuando estaba dentro de su propio garaje. Luego la travesía del desierto de 2008 y 2009, hasta el 30 de septiembre del año pasado, en que no quiero decir que “comienza la leyenda”, porque eso ya lo dijo alguien el 1 de enero de 2007, y mira tú…

            Me gusta la F1,  me gusta mucho más que las motos – hay quien es de coches y hay quien es de motos -. Comprendo a quien se aburre pero, aunque no haya adelantamientos, sólo con ver el plano de la pista desde el monoplaza y con escuchar el aullido del motor, y el sonido del cambio de marchas cuando se lanza el coche en las rectas, y al frenar a la entrada de las curvas, ya se me pone la carne de gallina. Es la cumbre tecnológica, pero la paradoja es que toda esa tecnología no valdría nada si no fuera por la humanidad que se esconde en los egos de los grandes pilotos, esos egos tan brutales que en ocasiones los llevan a comportarse como niños y les causan problemas, pero que son la única fuente capaz de inyectar una energía tan desaforada a la competición. Muchas veces se les critica por eso, pero , ¿qué otra cosa más que un ego del tamaño del dirigible Hindemburg puede impulsar a alguien a meterse en un habitáculo que parece una lata de sardinas y a lanzarse, a más de trescientos kilómetros por hora, dentro de un misil atiborrado de gasolina?

            Luego la velocidad opera como una especie de alquimia espiritual, el ego ya no puede seguir al piloto y se va quedando atrás, y alrededor de los 300 Km/h los pilotos prácticamente se convierten en maestros Zen: dejan de pensar, dejan de recordar, dejan de planificar y, por supuesto, dejan de temer; ya no existe el futuro, todo es acción instantánea. Tras la bandera de cuadros, su ego va regresando en la slow-down lap, y al bajarse del coche ya vuelven a ser los de antes, a picarse unos con otros, a mosquearse con el equipo, a responder con suficiencia o a tratar de seducir a la prensa, según los casos, a dejarse adorar por los fans…

            Igual que les pasa a los pilotos, cuando llega el plano subjetivo desde el coche a 300Km/h, el aficionado deja de pensar, y se olvida del oxígeno consumido en cada fin de semana de Gran Premio, de las fortunas tan inconcebibles que se amasan con la F1, en medio de un mundo cada vez más desigual, de los intereses tan poco deportivos que animan a ese deporte, de su carácter despiadado, y entonces, durante un rato que está fuera del tiempo, todo eso se queda atrás y para el aficionado sólo permanece la emoción pura. La F1 es lo más de lo más…

            Los tiempos de Fernando nada más coger el F10 ilusionan. Yo no creo que ni él ni nadie, por muy buen coche que tenga, pueda llegar a acercarse al palmarés del Kaiser, y no es cuestión de talento, es que éste es otro momento de la F1: mucha más competencia, muchas más limitaciones, otras reglas, escritas y no escritas…, pero bueno, ya hemos aprendido a no descartar nada de lo que se pueda llegar a soñar. Deseo muchísima suerte a Fernando en este año en que comienza su andadura con Ferrari; ni que decir tiene que es un deseo muy interesado por mi parte, porque quiero que nos siga regalando tantas emociones los fines de semana de Gran Premio. Y también mi enhorabuena a Pedro de la Rosa, porque se merecía coger este último tren y lo ha logrado, y a Jaime Alguersuari, por haber cogido el primero que se le presentó sin dudarlo. Y espero que Andy Soucek o Adrián Valles, o los dos, ¿por qué no?, también puedan subirse en el primer tren que se les acerque antes de marzo, que no están los tiempos para perder ni un minuto esperando en el andén.

FIN


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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