Archivo de abril 2014

LA SECESIÓN COMO SÍNTOMA DE TODOS

Freud

España siempre ha sido un país de contrastes. Desgraciadamente, hace ya tiempo que el paisaje que dibujan tales contrastes me trae la imagen de esas explotaciones mineras salvajes que dejan todo devastado y lleno de residuos tóxicos a su alrededor.

Hace no mucho la OCDE emitió un informe que ponía de manifiesto que España es el país miembro donde más han aumentado las desigualdades sociales: entre los años 2007 y 2010 el 10% de la población española más pobre perdió prácticamente un tercio de sus ingresos, mientras que los del 10% más rico bajaron tan sólo un 1%. Ese informe no contabiliza los efectos de la crisis de la deuda, ni de los recortes en el gasto social, más intensos a partir de 2011, ni el incremento de impuestos indirectos o la disminución de los salarios que han tenido lugar después.

El informe de Unicef titulado “La infancia en España 2012 – 2013” destaca que la cifra de menores de edad que viven en hogares que se desenvuelven por debajo del umbral de pobreza se aproximaba a los 2.200.000 el año pasado, tras haber crecido alrededor de un 10% el pasado año. Eso sitúa a nuestro país en el peor lugar de la Europa de los 15 en cuanto a ese lamentable indicador.

Las anteriores cifras no son más que la expresión descarnada de una creciente fractura social que se refleja casi en tantas facetas como los ojos de una mosca:

–        Unos impuestos indirectos que suponen una carga que va de “significativa” a “intolerable” para las rentas más bajas, mientras que son “el chocolate del loro” para las más altas. La última vuelta de tuerca en este aparente propósito de separarnos a unos de otros ha sido la reducción del IVA sobre productos de lujo al 4%.

–        Los (afortunados) que cobran en nómina y no tienen escapatoria ante los impuestos frente a los (afortunados) que trabajan por cuenta propia y son más difícilmente controlables para un sistema tributario que es de los que más asfixia a algunos y menos recauda para todos.

–        Los que aún tienen un trabajo que cumple su función – permitir una vida digna – frente a los que tienen uno o varios que no la cumplen o a los que, simplemente, no tienen ninguno.

–        Aquellos desempleados que aún reciben prestaciones y aquellos otros, cada vez más, que, carentes de ellas, van deslizándose hacia las fronteras de la protección del sistema.

–        Las rentas del trabajo, cada vez más depauperadas, frente a las del gran capital, que brillan lozanas, en muchos casos bajo cielos extranjeros.

–        Colectivos sucesivamente presentados como enemigos públicos desde el poder: funcionarios, profesionales de la sanidad pública, profesores de la educación pública. Ya se sabe: “divide y vencerás”.

–        Diputados y senadores que ya se han ganado el derecho a su pensión tras haber cotizado durante un período ridículo, por una parte, y el común de los mortales, que no sabemos qué va a pasar con nosotros, por otra.

–        Partidos mayoritarios que barren de un eructo cualquier posible alternativa antes de que ésta pueda cruzar las puertas de las Cortes y partidos minoritarios luchando por escalar el Annapurna de una ley electoral pensada para dejar fuera del Parlamento a cuantos más mejor.

–        Un sistema financiero que, tras enriquecerse con una orgía de préstamos vuelve a hacer su agosto a costa de todos los que estamos pagando los platos rotos de su bacanal.

–        Una maquinaria del estado que se tira en plancha a defender a los imputados “de pata negra”, aunque ha mostrado bastante más desapego cuando se trataba de aplicar las mismas garantías a personas corrientes.

 

Este panorama, que nos remite a aquella irónica afirmación de Anatole France: “La Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”, es el de una sociedad “centrífuga” que va apiñando en el centro a determinados elementos y va desplazando hacia fuera al resto.

Está de plena actualidad la posible secesión de Cataluña, mirada generalmente con cierta inquietud en cuanto constituiría un fenómeno de desintegración nacional de escala “macroscópica”, pero quizás nos cuesta algo más reparar en que el propio tejido social está inmerso en un proceso de desintegración que afecta a cada punto de su urdimbre.

A finales del s. XIX Freud postuló que las emociones reprimidas, incapaces de ser expresadas de forma directa, daban lugar a síntomas neuróticos.

En el caso de la entonces llamada “histeria”, afirmó que la emoción se transformaba en un síntoma físico que, a menudo, expresaba los síntomas del paciente de forma simbólica. Así, una opresión en la garganta podía expresar incapacidad para “tragarse” un insulto, o un dolor en la zona del corazón representar que el paciente tenía el corazón “roto” de forma metafórica.

Si existe una conciencia colectiva – y supongo que algún sustento debe de tener cualquier expresión de nacionalismo – y, como correlato, un inconsciente colectivo, me pregunto si, al margen de otros factores, la apuesta secesionista de determinados segmentos políticos y sociales de Cataluña y su correspondiente eco en el resto de España, no podrían ser en este momento la expresión colectiva, a la manera de los síntomas neuróticos analizados por Freud, de una situación de desintegración colectiva mucho más generalizada, difusa, inquietante y no del todo reconocida y aceptada que la que se refiere sólo a las relaciones entre Cataluña y el resto de España. Esa desintegración de fondo no se referiría al concepto de nación como tal, pero afectaría directamente al sustrato social que está en la base de aquél; estaríamos hablando de la extensión progresiva, como las grietas de un impacto en un cristal, de la brecha social antes mencionada.

No quiero terminar sin dejar claro que no estoy tildando de neuróticos a quienes apoyan la independencia de Cataluña – una postura, para mí, plenamente respetable -, sólo pretendo proponer una perspectiva diferente sobre una situación que tal vez está diciendo algo de todos nosotros y no sólo de los independentistas.

 


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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