Sin duda somos la especie más poderosa de la creación; sólo así se explica que hayamos sido capaces de sobrevivir a nuestro constante esfuerzo de auto-destrucción a lo largo de la Historia. Sin embargo, creo que no estoy dramatizando si afirmo que, con la capacidad letal que hemos llegado a acumular, en este momento el problema del mal es el más acuciante de los que amenazan la continuidad de la especie humana.
En “El corazón del hombre”, obra subtitulada “su potencia para el bien y el mal”, Erich Fromm profundizó en el análisis que, acerca de este problema, había llevado a cabo en obras anteriores. Escrita en plena Guerra Fría, sus reflexiones conservan, por desgracia, plena actualidad.
En relación con la eterna controversia sobre la bondad o maldad intrínseca del ser humano, Fromm sostiene que existe en el hombre una potencia para el mal que se manifiesta, “por defecto”, cuando no se dan las condiciones que lo llevan, de forma espontánea, a hacer el bien.
Para el autor, sólo la vida en sociedad puede liberar al hombre de la angustia de la individuación, de la toma de conciencia de sí mismo como un producto de la naturaleza que, a su vez, es una rareza dentro de ella. Pero sólo podrá lograr tal redención una vida en sociedad en la que el hombre no sea sólo un medio al servicio del funcionamiento del “sistema”, sino un elemento que “cuente” dentro de éste. Lo anterior atañe a las estructuras de producción y de consumo, al sistema político, a las relaciones familiares y, singularmente, al nivel de conciencia del individuo. Se trata de que las personas sean al todo algo más que el carbón a la caldera.
Fromm dedica también un capítulo al problema de la libertad. Para él, la libertad del hombre o la falta de ella no pueden predicarse con carácter general; tal valoración sólo puede ir referida a una situación concreta, ya que en una cadena de acciones y resultados llega un momento en que aquéllas están ya tan fuertemente determinadas por las consecuencias de nuestros actos anteriores que no es posible seguir calificándolas de libres. Como ejemplo, plantea que probablemente en 1929, ante la oposición al nazismo por parte de ciertos sectores, Alemania todavía conservaba la libertad de conducir o no a Hitler al poder, pero poco más adelante ya no.
Me gustaría que los recientes ataques yihadistas en París nos hicieran reflexionar sobre nosotros mismos. Si el sistema en que nos desenvolvemos es algo parecido a un crisol, sólo tenemos que guardarnos de los peligros que vienen de fuera. Pero si es más bien una caldera, deberemos guardarnos tanto o más de los que asoman desde dentro.
También la civilización occidental engendra monstruos; de hecho lo hizo no hace tanto. Quizás aún estemos a tiempo de elegir.
Foto: trenak.com
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