Debe de ser que a mí con los libros me pasa como el primer día que tomas el sol: casi inevitablemente el cuello y los hombros se te queman un poco y, a partir de ahí, parece que se han convertido en un potente imán para todos los posibles roces y golpes que andan rondando tu cuerpo. Quiero decir que siempre que estoy leyendo algo un poco sustancioso me da la impresión de que todo lo que me echo a la cara ha sido escrito pensando en aquello.
El pasado 27 de noviembre apareció en la edición digital de EL PAÍS el reportaje titulado “Mi padre era verdugo”, de Juan Diego Quesada,
www.elpais.com/articulo/reportajes/padre/era/verdugo/elpeputec/20111127elpdmgrep_9/Tes
y estoy plenamente convencido de que el redactor jefe (que no sé ni quién es, y él ni siquiera que yo existo) ha estado esperando para publicarlo a que yo terminara de leer el análisis sobre el “carácter autoritario” que lleva a cabo Erich Fromm en “El miedo a la libertad”.
Acerca de los impulsos masoquistas y sádicos afirma Fromm:
No cabe duda de que, con respecto a las consecuencias prácticas, el deseo de ser dependiente o de sufrir es el opuesto al de dominar o infligir sufrimiento a los demás. Desde el punto de vista psicológico, sin embargo, ambas tendencias constituyen el resultado de una necesidad básica única que surge de la incapacidad de soportar el aislamiento y la debilidad del propio yo.
Más adelante el autor decide utilizar la expresión “carácter autoritario”, en vez de “carácter sádico”, para referirse a los rasgos de personalidad de los que estamos hablando, cuya tendencia motivadora básica consiste en refugiarse en la simbiosis con el otro, bien mediante el sometimiento, bien mediante el el dominio de aquél, muchas veces mezclada con un impulso más o menos destructivo hacia el otro. El psicoanalista se esfuerza especialmente en destacar en esta parte de su obra que, en contra de lo que pudiera parecer, sumisión y dominio no son más que dos caras de la misma moneda.
Por su parte, el reportaje de Juan Diego Quesada indaga en la vivencia de los hijos de dos verdugos españoles – López Sierra y Sánchez Bascuñana – acerca de la profesión de sus respectivos padres, y a través de la visión más intimista de aquéllos aparecen retazos de las personalidades de ambos ejecutores, enmarcadas en el tiempo que les tocó vivir.
Me llama la atención cómo unas cuantas referencias, además bastante breves, a ambos verdugos y a su mundo son capaces de ofrecer un encaje tan exacto a las reflexiones de Fromm, hasta el punto de mostrar, en los dos casos, un auténtico paradigma del individuo autoritario. Lo anterior es más notable, si cabe, teniendo en cuenta que el reportaje contempla a dos personas aparentemente muy distintas entre sí.
A continuación trataré de poner algunos párrafos entresacados del texto (entre corchetes) en relación con las observaciones de Fromm acerca de los rasgos del carácter autoritario.
[Pero esta historia no cuenta la vida del verdugo (López Sierra), ni sus años de prisión por el atraco a una gasolinera (…)]
Hay un rasgo del carácter autoritario que ha engañado a muchos observadores: la tendencia a desafiar a la autoridad (…) Sin embargo, esencialmente la lucha del carácter autoritario contra la autoridad no es más que un desafío. Es un intento de afirmarse y sobreponerse a sus propios sentimientos de impotencia combatiéndolos, sin que por eso desaparezca, consciente o inconscientemente, el anhelo de sumisión.
[Su nicho (el de López Sierra) en el cementerio de Carabanchel se había convertido en una especie de lugar de peregrinaje morboso para curiosos, policías y nostálgicos del régimen de Franco, convencidos de la eficacia del ojo por ojo]
El carácter autoritario adora el pasado. Lo que ha sido una vez, lo será eternamente. Desear algo que no ha existido antes o trabajar para ello, constituye un crimen y una locura. (…) El concepto de pecado original que pesa sobre todas las generaciones futuras, es característico de la experiencia autoritaria. El fracaso moral, como toda otra especie de fracaso, se vuelve un destino que el hombre no podrá eludir jamás.
[Mi viejo parecía un tipo muy duro, pero te aseguro que siempre iba borracho cuando tenía que ejecutar a alguien. Era un trago hacer eso]
El coraje del carácter autoritario reside esencialmente en el valor de sufrir lo que el destino (…) le ha asignado. Sufrir sin lamentarse constituye la virtud más alta, y no lo es, en cambio, el coraje necesario para poner fin al sufrimiento o por los menos disminuirlo.
[(…) un policía secreto le preguntó si tenía valor para ser verdugo. Él contestó: “Me da lo mismo que sea verdugo, que sea lo que sea, mientras me dé de comer]
La filosofía autoritaria es esencialmente relativa y nihilista (…). Está arraigada en la desesperación extrema, en la absoluta carencia de fe, y conduce al nihilismo, a la negación de la vida.
[Claro, en mi casa nunca se ocultó (la profesión de verdugo de López Sierra). Alguien tenía que hacerlo, ¿no? ]
Y son experimentadas como una fatalidad inconmovible no solamente aquellas fuerzas que determinan directamente la propia vida, sino también las que parecen moldear la vida en general. A la fatalidad se debe la existencia de guerras y el hecho de que una parte de la humanidad deba ser gobernada por otra.
[La realidad es que tanto los reos como los verdugos solían pertenecer a los que vivieron la miseria de la posguerra, a los que se ganaban la vida como podían. En ocasiones, tan solo el azar había colocado a uno y a otro en cada lado, a uno con la capucha y a otro manejando el garrote, como si la pena de muerte fuese un asunto estrictamente entre los desfavorecidos]
Para (el carácter autoritario) la debilidad es siempre un signo inconfundible de culpabilidad e inferioridad.
Además, ver comentarios anteriores sobre la fatalidad y la desesperación.
[A la hora de la verdad tuvieron que arrastrar hasta el patíbulo al verdugo, que para entonces estaba ya borracho. Al llegar a casa, Cándido recuerda una confesión de su padre, aún muy impactado: “Es lo más tremendo que he hecho en mi puta vida. Peor que matar a 100 hombres]
Desde el punto de vista psicológico, sin embargo, ambas tendencias (la sádica y la masoquista) constituyen el resultado de una necesidad básica única que surge de la incapacidad de soportar el aislamiento y la debilidad del propio yo.
Creo que el uso del alcohol que hacía López Sierra ilustra bien este rasgo. Además, ver comentario anterior sobre el valor suficiente para sufrir el propio destino, pero no para cambiarlo.
[Esta actitud (la de López Sierra descrita en el punto anterior) contrasta con el perfil que dibujan otros que le contemplaron dar muerte. (…) La muerte se alargó angustiosamente más de 20 minutos y el psiquiatra dijo que la actitud del verdugo fue parecida a la de Manolete ante un toro muerto en Las Ventas, como si estuviese brindando la pieza]
Para él (el carácter autoritario), el mundo se compone de personas que tienen poder y otras que carecen de él; de superiores y de inferiores. Sobre la base de sus impulsos sadomasoquistas experimentan tan sólo la dominación o la sumisión, jamás la solidaridad.
Quizás esta reflexión sobre la alternancia entre el sadismo y el masoquismo podría explicar el enorme contraste de actitudes que mostraba López Sierra en los dos últimos extractos del reportaje. Asimismo, en el último extracto tal vez podamos encontrar un ejemplo de actitud desafiante del individuo autoritario, en un intento de sobreponerse a sus propios sentimientos de impotencia, conforme al análisis de Fromm, reproducido más arriba [la actitud del verdugo fue parecida a la de Manolete ante un toro muerto en Las Ventas, como si estuviese brindando la pieza].
[Sencillamente (López Sierra), fue un señor al que le tocó hacer lo que tenía que hacer en su tiempo. (…) Mi viejo no dictaba sentencias, eso lo hacían los jueces. No tengo que pedir perdón a nadie]
Ver comentarios anteriores sobre la necesidad del carácter autoritario de obrar en nombre de un poder superior y sobre su sentido de la fatalidad, de lo inevitable.
[El verdugo andaluz que fue su maestro (el de López Sierra) se llamaba Sánchez Bascuñana (…). Dejó huérfana a una niña de cuatro años. (…) Desde siempre pensó que su padre era guardia civil (lo había sido con anterioridad). Tenía recuerdos borrosos (…) de su espíritu místico]
El carácter autoritario (…) gusta de someterse al destino. (…) Y son experimentadas como una fatalidad inconmovible (…) las (fuerzas) que parecen moldear la vida en general. (…) La fatalidad puede asumir una forma (…) como “voluntad divina” hablando en términos religiosos (…). Para el carácter autoritario se trata siempre de un poder superior, exterior al individuo, y con respecto al cual éste no tiene más remedio que someterse. (…) La definición (…) de experiencia religiosa como sentimiento de dependencia absoluta, define también la experiencia masoquista en general. (…) Pero en realidad no tiene fe, si por fe entendemos la segura confianza de que se realizará lo que ahora existe como mera potencialidad.
[Odia que le llamen verdugo: “Somos administradores de justicia. Yo no mato a nadie, lo mata la justicia”]
El carácter autoritario no carece de actividad, valor o fe. Pero (…) (la actividad) no significa otra cosa que la necesidad de obrar en nombre de algo superior al propio yo. Esta entidad superior puede ser Dios, el pasado, la naturaleza, el deber, pero nunca el futuro, lo que está por nacer, lo que no tiene poder o vida como tal. El carácter autoritario extrae la fuerza para obrar apoyándose en ese poder superior. Éste nunca no puede nunca ser atacado o cambiado.
[yo envidio al que traspasa los umbrales de la eternidad (…) esta vida es un valle de lágrimas]
La filosofía autoritaria es esencialmente relativa y nihilista (…). Está arraigada en la desesperación extrema, en la absoluta falta de fe, y conduce al nihilismo, a la negación de la vida.
Además, ver comentarios anteriores sobre el fatalismo.
[sufría siendo verdugo y ese sufrimiento se lo llevó a la tumba]
Ver comentarios anteriores sobre el valor suficiente para sufrir el propio destino, pero no para cambiarlo.
[Bernardo Sánchez colocaba siempre una capucha al condenado para que su rostro no fuese lo último que viese antes de cerrar los ojos. El verdugo le pedía que rezara el credo y ponía en marcha el mecanismo del garrote en medio de la oración]
Este último pasaje, por algún motivo, me resultó tremendamente perturbador. Me llamó la atención, sobre todo, la observación que se pone en boca del verdugo sobre la capucha del condenado [para que su rostro no fuese lo último que viese antes de cerrar los ojos].
No soy muy entendido en garrote vil, pero, por lo que sé, el verdugo acciona el garrote desde detrás del condenado, por lo que, con o sin capucha, es imposible que la última visión del reo fuera la cara de su matador. Tuve la impresión de que el ritual de la capucha, junto con el credo del condenado, tenía que ver con la falta de auténtica fe de su matador; no sé por qué se me ocurrió buscar el significado del verdugo en el tarot, y he aquí lo que encontré:
“Este personaje siniestro nos indica en nuestros sueños nuestro temor hacia lo desconocido, a lo que no podemos ver más allá de la vida o del mañana.”
(http://www.tarot-egipcio.com/Art_significado_sonar_con_verdugo.htm)
Por supuesto no creo que el tarot pruebe nada, pero sí creo que nos habla desde el inconsciente colectivo o desde algo que se le parece mucho, de hecho mi propia intuición iba en esa línea, y que, probablemente, la extrema religiosidad que manifestaba Sánchez Bascuñana no era más que una defensa frente a una profunda carencia de fe en la vida. Dicen que al muerto se le tapa como símbolo de que ha cruzado una frontera y ya pertenece a un mundo en el que no nos es dado inmiscuirnos; el ritual de encapuchar al condenado me sugiere que el peor temor de Sánchez Bascuñana era mirar al mundo de los muertos, al más allá, por miedo a no encontrar nada, y proyectaba su angustia en quien estaba apunto de partir en esa dirección, el reo, al que tapaba los ojos, cuando seguramente su deseo profundo era tapárselos él mismo. La proyección se completaba haciendo dar al condenado un testimonio de fe, último y definitivo, mediante el credo.
Sin una fe profunda en la vida y en el hombre, tal vez para Sánchez Bascuñana la existencia no era más que el corredor de la muerte y las formas de la vida sólo el ropaje de un verdugo. Su propia forma de ganarse la vida expresaba perfectamente esta visión.
Creo que aquí podemos encontrar el punto de confluencia de dos personas aparentemente tan distintas como López Sierra y Sánchez Bascuñana, las Fuentes del Nilo del “carácter autoritario”. Porque los pocos retazos de las historias de ambos que hemos podido analizar hablan, en el fondo, de una misma experiencia existencial, algo así como: nacer es ser arrojado en la jaula de una fiera que nos irá devorando hasta que no quede nada.
Me gustaría haber sido capaz de explicar y transmitir la angustia que percibo en estos personajes a través de tan sólo unas pinceladas de sus retratos. Creo que ello es importante porque, en palabras del propio Fromm:
(…) el hombre no es ni bueno ni malo, (…) la vida posee una tendencia inherente al desarrollo, a la expansión, a la expresión de sus potencialidades; (…) si se frustra la vida, si el individuo se ve aislado, abrumado por las dudas y por sentimientos de soledad e impotencia, entonces surge un impulso de destrucción, un anhelo de sumisión o de poder.
Sin duda fueron muchísimos los que, en el tiempo que les tocó vivir, podrían haber estado manejando el garrote en lugar de ambos, de la misma forma que otros tantos se librarían, por un leve soplo del destino, de ponerse la capucha.
Por otro lado, más allá de lo psicológico y de lo sociológico, pienso que cualquier sociedad es, por definición, una expresión de orden y que la creación de ese orden exige la producción de un cierto grado de desorden extramuros de la comunidad – exactamente de la misma forma que un frigorífico es un espacio aislado que se mantiene a baja temperatura a costa de calentar todo lo que hay a su alrededor -; ese desorden es, por así decirlo, la “sombra” que arroja el cuerpo social. Estoy convencido de que, si no quiere acabar sucumbiendo al caos que la asedia, toda comunidad necesita transar con su propia sombra qué espacio va a ocupar cada uno. El verdugo fue – y por desgracia sigue siendo en muchos lugares del mundo – la forma histórica que adoptó esa transacción, como concesión del cuerpo social a su sombra, la violencia. Por eso, como dice la hija de Sánchez Bascuñana, “sería hipócrita juzgarlos”.
En cualquier caso, estoy convencido de que la comprensión no es algo que demos al otro, es algo que uno se da a sí mismo. Desde este punto de vista, entender al verdugo no es más que el reencuentro con nuestra propia sombra.
Foto: http://www.abc.es/20101117/cultura-cine/berlanga-humor-negro-sombra-20101117.html
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