Posts Tagged 'Erich Fromm'

LA CALDERA O EL CRISOL

caldera

Sin duda somos la especie más poderosa de la creación; sólo así se explica que hayamos sido capaces de sobrevivir a nuestro  constante esfuerzo de auto-destrucción a lo largo de la Historia. Sin embargo, creo que no estoy dramatizando si afirmo que, con la capacidad letal que hemos llegado a acumular, en este momento el problema del mal es el más acuciante de los que amenazan la continuidad de la especie humana.

En “El corazón del hombre”, obra subtitulada “su potencia para el bien y el mal”, Erich Fromm profundizó en el análisis que, acerca de este problema, había llevado a cabo en obras anteriores. Escrita en plena Guerra Fría, sus reflexiones conservan, por desgracia, plena actualidad.

En relación con la eterna controversia sobre la bondad o maldad intrínseca del ser humano, Fromm sostiene que existe en el hombre una potencia para el mal que se manifiesta, “por defecto”, cuando no se dan las condiciones que lo llevan, de forma espontánea, a hacer el bien.

Para el autor, sólo la vida en sociedad puede liberar al hombre de la angustia de la individuación, de la toma de conciencia de sí mismo como un producto de la naturaleza que, a su vez, es una rareza dentro de ella. Pero sólo podrá lograr tal redención una vida en sociedad en la que el hombre no sea sólo un medio al servicio del funcionamiento del “sistema”, sino un elemento que “cuente” dentro de éste. Lo anterior atañe a las estructuras de producción y de consumo, al sistema político, a las relaciones familiares y, singularmente, al nivel de conciencia del individuo. Se trata de que las personas sean al todo algo más que el carbón a la caldera.

Fromm dedica también un capítulo al problema de la libertad. Para él, la libertad del hombre o la falta de ella no pueden predicarse con carácter general; tal valoración sólo puede ir referida a una situación concreta, ya que en una cadena de acciones y resultados llega un momento en que aquéllas están ya tan fuertemente determinadas por las consecuencias de nuestros actos anteriores que no es posible seguir calificándolas de libres. Como ejemplo, plantea que probablemente en 1929, ante la oposición al nazismo por parte de ciertos sectores, Alemania todavía conservaba la libertad de conducir o no a Hitler al poder, pero poco más adelante ya no.

Me gustaría que los recientes ataques yihadistas en París nos hicieran reflexionar sobre nosotros mismos. Si el sistema en que nos desenvolvemos es algo parecido a un crisol, sólo tenemos que guardarnos de los peligros que vienen de fuera. Pero si es más bien una caldera, deberemos guardarnos tanto o más de los que asoman desde dentro.

También la civilización occidental engendra monstruos; de hecho lo hizo no hace tanto. Quizás aún estemos a tiempo de elegir.

Foto: trenak.com

DE NELSON MANDELA Y WALT DISNEY

Tengo la sensación de que se ha acuñado una imagen idealizada de Nelson Mandela que circula como moneda de curso legal, y muy cotizada, entre quienes se sienten progresistas o quieren parecerlo para la ocasión.  Y me parece preocupante y triste.

Mandela

Los años de prisión de Mandela ya habían comenzado antes de lo que se denominó el “Juicio de  Rivonia” – por el barrio de Johannesburgo donde fue detenida una célula del brazo armado del Congreso Nacional Africano -, pero él se vio implicado de lleno en este proceso, que fue el que dio la vuelta al mundo y de resultas del cual Mandela pasó dieciocho años en prisión. Puede encontrarse un resumen de lo sucedido en torno al mismo (en inglés) en: http://law2.umkc.edu/faculty/projects/ftrials/mandela/mandelahome.html; el trabajo fue colgado en 2010, por lo que no se haya influido por la atmósfera que siempre rodea a la muerte de un personaje así.

Mandela y otros procesados fueron condenados a cadena perpetua por delitos de sabotaje y conspiración. Uno de los actos de sabotaje – la explosión de una bomba en una oficina de correos – se saldó con la muerte de un transeúnte.

Mandela, al igual que otros procesados seguros de su condena, quiso aprovechar el impacto mediático del juicio para explicar a la nación por qué se vio forzado a hacer lo que hizo en defensa de los oprimidos. Para ello eligió intervenir en el proceso pronunciando un discurso, en lugar de hacerlo a través del clásico esquema de preguntas y repreguntas por parte de la acusación y la defensa. En su intervención sostuvo que:

“(…) dado que la violencia en este país era inevitable, hubiera sido poco realista e inapropiado el que los líderes africanos continuaran predicando la paz y la no-violencia cuando el Gobierno respondía a nuestras peticiones pacíficas con violencia”

Lo que sigue es conocido. Parece ser que, años después, el Primer Ministro Pieter W. Botha ofreció la libertad al líder Sudafricano a cambio de renunciar a la violencia, a lo que éste replicó: “Sólo los hombres libres negocian”.

A raíz de la muerte de Mandela, determinados medios han hecho hincapié en las atrocidades cometidas por el Congreso Nacional Africano durante sus años de lucha en tiempos del Apartheid, para vincular con ellas al que fuera Premio Nobel de la Paz. De los términos en que se sustanció el proceso de Mandela queda claro que éste no fue condenado por hechos de sangre, al menos directamente intencionados – está la muerte del infortunado que pasó por delante de la oficina de correos en el peor momento -, pero también que no fue sentenciado simplemente por su oposición ideológica al régimen. Otra cuestión es que, tras haber defendido el uso de la violencia cuando el brazo armado del CNA era un embrión, él no podía ignorar el cariz que iban tomando los acontecimientos y, hasta donde yo sé, no consta que desde la cárcel se opusiera o se desligara de lo que estaba sucediendo, sino más bien lo contrario.

Hasta ahí los hechos. Ahora la pregunta: ¿por qué hay una especie de “cosmética colectiva” que se ha empeñado en presentar la lucha de Nelson Mandela como si fuera el cuento de La Sirenita? ¿Por qué no explicar lo que hay? ¿Por qué no dejar que cada cual juzgue a la persona, las circunstancias que vivió, la ideología que sustentó sus acciones, o todo ello a la vez? ¿De qué tiene miedo el “progresismo”?

Quiero recalar, a modo de meandro, en una cita de Erich Fromm (“Tener o Ser”, 1976). Para mí, una de las virtudes de éste es su capacidad para fijar ciertos conceptos como si los ensartara en la pared con un dardo:

Dios, originalmente un símbolo del supremo valor que uno puede experimentar dentro de sí mismo, se convierte, desde la perspectiva del “tener”, en un ídolo. En el concepto profético un ídolo es una “cosa” que construimos y en la que proyectamos nuestras propias capacidades, empobreciéndonos. Entonces nos sometemos a nuestra creación y a través de tal sumisión nos relacionamos con nosotros mismos de una forma alienada. Mientras puedo “tener” el ídolo, puesto que es una “cosa”, al mismo tiempo, por medio de mi sumisión, el ídolo me tiene a mí. Una vez que se ha convertido en un ídolo, las supuestas cualidades de Dios tienen tan poco que ver con mi vivencia personal como cualquier doctrina política alienada. El ídolo puede ser alabado como el Señor de la Bondad y, sin embargo, es posible cometer cualquier crueldad en su nombre, de la misma manera que no cabe la menor duda de que la fe alienada en la solidaridad humana puede dar lugar a los actos más inhumanos.

Por lo tanto, hablar de “alienación” en este contexto es referirnos a aquellos conceptos que se han desgajado de nuestras vivencias y que se han convertido, como dirá el propio Fromm en otro pasaje de su libro, en una parte “externalizada” de uno mismo.

Pienso que el convertir a Mandela en un personaje de Disney es un paso más en el inquietante proceso de “alienación” de ideas, como la libertad o la lucha por su defensa, en el que estamos metidos hasta las cejas. ¿Por qué obviar lo problemático, lo punzante? ¿Por qué hurtar a la sociedad el debate sobre el sentido profundo de la libertad, sobre los medios empleados para su conquista, sobre la alienación de la propia lucha que, en nombre de los derechos humanos, puede llevar a cabo “los actos más inhumanos”?

El problema no es ya Mandela. El problema es que los que aún nos sentimos progresistas, con tal de caer simpáticos a todo el mundo, hemos tolerado que determinadas ideas que son una piedra angular de tal sentir, como la libertad, la igualdad, la solidaridad o el progreso, se conviertan en un pastel decorado que de cuando en cuando alguna celebridad mediática corta delante de las cámaras, para beneficio principal de su apretada agenda de galas.

Hemos consentido la alienación de determinados conceptos y, claro, al haberlos “externalizado”, como dice Erich Fromm, nos los han arrebatado delante de nuestras narices, y así hemos llegado a una situación tan grotesca como que ahora los que enarbolan el supremo estandarte de la libertad son quienes únicamente defienden la libertad de vender y comprar, siempre que tengas dinero para hacerlo, por supuesto. Evidentemente, se trata de otra versión alienada de la idea de libertad; a modo de pista psicológica repárese, por ejemplo, en la obsesión por la subcontratación, es decir, por la “externalización”, que impera en el liberalismo económico.

Forges

 Pero el hecho es que nos están ganando por goleada, y que nosotros solitos nos lo hemos buscado. A partir de aquí, que cada cual saque sus propias conclusiones sobre lo que de verdad significa “progresar”.

 

 

DR. PANGLOSS, SUPONGO

No entiendo nada. No entiendo de economía ni quiero entender. No entiendo por qué la legislación laboral española puede llegar a amparar que los empresarios confisquen parte del salario de sus trabajadores – y digo “confisquen” porque esto va más allá de dar a un particular poder expropiatorio, ya que la expropiación conlleva siempre una compensación al expropiado, que aquí, desde luego, no está prevista -. En el peor de los casos, si se trata de garantizar la viabilidad de una empresa en situación crítica, ¿no se podría haber articulado algo así como un “préstamo” forzoso de los empleados? – tú me financias mi actividad con parte de tu sueldo y yo me obligo a devolverte tu dinero, con intereses,  cuando venga a mejor fortuna, o a darte una participación en los beneficios de mi actividad -, por poner un ejemplo. ¿No se podrían haber establecido, además, ciertas garantías para evitar abusos, como la prohibición al empresario que tome dicha medida de repartir dividendos? No entiendo por qué, llegado el caso, se puede obligar a los trabajadores a dar apoyo financiero a fondo perdido a sus empresas mientras que a los bancos, que están precisamente para financiar, se les permite que incumplan su función social. No entiendo por qué a los asalariados se les puede imponer una quita de sus créditos contra la empresa, a las empresas se las puede forzar a una quita frente a la Administración – si me rebajas la deuda cobras antes; si no, ponte a la cola – y a los bancos nadie puede discutirles nada; a ellos sí que la ley nos obliga a devolverles hasta el último céntimo, y de esa obligación respondemos con todo nuestro patrimonio, presente y futuro. No lo entiendo y me preocuparía si llegara a hacerlo, porque todo esto es tan absurdo, tan aberrante, tan injusto, que si lo entendiera pensaría que estaba empezando a ser víctima de una droga o de un lavado de cerebro. Lo que sí sé es que el que carga contra los débiles no hace más que demostrar su propia debilidad.

Si es cierto que quienes han dirigido y dirigen nuestra política económica siguen a pies juntillas a “Bruselas”, al BCE y al FIM, debe de ser que los responsables de dichas instituciones tienen en sus mesillas de noche, no a Hayek o a cualquier otro economista, sino a Voltaire y su “Cándido”, porque lo que estamos viviendo apunta cada vez más a aquella frase del Profesor Pangloss que uno se iba tropezando,  como una especie de estribillo, a través del libro:

“Vivimos en el mejor de los mundos posibles. De las desgracias individuales nace el bien común y, por lo tanto, cuanto más se multipliquen las desgracias individuales, mayor será el bien común”.

Supongo que, con tal razonamiento, Voltaire trataba simplemente de convertir las doctrinas de Leibnitz en un esperpento. Como broma más o menos vitriólica está bien, pero conforme uno profundiza en su convencimiento de que hay gente de mucho peso que se ha tomado esto en serio, la sensación empieza a volverse angustiosa.

Me sorprende encontrar mucha gente con sensibilidad y sentido común que afirma, casi excusándose, que “no había otra alternativa”. ¿¡Cómo que no había otra alternativa!? Dejémonos ya de historias. ¿Es que los árboles no nos dejan ver el bosque? Para entender de verdad lo que nos está pasandono es necesario hacer un curso sobre los mercados de la deuda pública, sino tomar conciencia de qué impulsos se han escapado a nuestro control, acudiendo a los mejores frutos que ha producido la creatividad de la mente humana, desde los trabajos de psicólogos y sociólogos hasta el depósito de sabiduría que encierran los mitos ancestrales – https://escritodesdelastripas.wordpress.com/2012/02/09/el-minotauro/ -.

Ese «no había otra alternativa», ese fatalismo que considera inevitable que unos estén arriba y otros tengan que estar abajo es uno de los rasgos distintivos del llamado «carácter autoritario», cuyos rasgos estudió Erich Fromm en “El miedo a la libertad”; creo que en estos tiempos resulta imprescindible volver a a esta obra . En ella, el psicoanalista alemán analiza la evolución que lleva al hombre europeo desde la sociedad pre-individual hasta el auge del nazismo. Enfrentado con la “tierra de nadie” que supone la ruptura de sus antiguos vínculos (libertad “de” o libertad negativa), pero sin ser aún capaz de dar un sentido a su libertad (libertad “para” o libertad positiva), la persona buscará defenderse de su angustia desarrollando un carácter autoritario – término aplicable tanto al de quien está «arriba» como al del que está «abajo»-, que le llevará a la sumisión a regímenes dictatoriales, como los totalitarismos de los años 30 en Europa, o bien, a través del mecanismo de la “conformidad automática”, a esa “autoridad difusa” que impregna a las democracias contemporáneas.

Respecto de estas últimas, Fromm se centró sobre todo en la sociedad de la abundancia, en el hoy llamado (ya casi como referencia histórica) estado del bienestar, sin duda por razón del momento en que aquél escribió la obra comentada. No obstante, pienso que todo cuanto dijo acerca de la “conformidad automática” a la “autoridad difusa” es perfectamente aplicable a la “globalización del malestar”, idea que parece orientar toda acción política en este momento. Sólo esa “conformidad automática” permite explicar que gente de buen sentido, ante actuaciones injustas hasta lo repugnante, repita como un mantra que “no había otra alternativa”, no ya siguiendo a “Bruselas” (bonita ciudad, que acabará equiparándose a la localidad de Auschwitz en la mente de muchos), al BCE o al FMI, sino a ese estado de opinión, a esa “autoridad difusa” que ha decidido que hay que tirar por tierra, sí o sí, los logros sociales obtenidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Esto tampoco es nuevo. En sus elucubraciones sobre el entonces lejano (y ahora ya también) 1984, Orwell nos pintó una organización política totalitaria y despiadada que, de propósito, mantenía permanentemente varias guerras de baja intensidad, tenía al grueso de los individuos inmersos en una vida gris de escasez (recuerdo que el agua para el baño sólo salía fría o “a penas templada”), y que incluso investigaba con el fin de suprimir las reacciones neurológicas que llevan al orgasmo; todo ello, supongo, como una manera tan eficaz de suprimir el auténtico individualismo como lo es fomentar la voracidad por el consumo.

Eso sí, a diferencia de otros, yo no creo que este estado de las cosas obedezca a un designio consciente por parte de nadie. Más bien creo que es un nuevo brote de esa enfermedad que aún no hemos logrado superar, que se desarrolló violentamente en los años 30 en forma de totalitarismo, que después siguió presente en la forma más atenuada de adicción al consumo y que, nuevamente, se manifiesta, cada vez con mayor claridad, en forma de una especie de adicción al “malestar”, materializado en esa fiebre de imponer “recortes” más que cuestionables. Y estoy convencido de que el primer paso para salir de donde estamos es tomar conciencia de que esa pandemia que nos amenaza se llama, nuevamente, “miedo a la libertad” y, para el caso de que ellos aún no lo hayan hecho, dejar claro al poder que nosotros ya nos hemos despertado.

MI PADRE ERA VERDUGO

 

Debe de ser que a mí con los libros me pasa como el primer día que tomas el sol: casi inevitablemente el cuello y los hombros se te queman un poco y, a partir de ahí, parece que se han convertido en un potente imán para todos los posibles roces y golpes que andan rondando tu cuerpo. Quiero decir que siempre que estoy leyendo algo un poco sustancioso me da la impresión de que todo lo que me echo a la cara ha sido escrito pensando en aquello.

El pasado 27 de noviembre apareció en la edición digital de EL PAÍS el reportaje titulado “Mi padre era verdugo”, de Juan Diego Quesada,

www.elpais.com/articulo/reportajes/padre/era/verdugo/elpeputec/20111127elpdmgrep_9/Tes

y estoy plenamente convencido de que el redactor jefe (que no sé ni quién es, y él ni siquiera que yo existo) ha estado esperando para publicarlo a que yo terminara de leer el análisis sobre el “carácter autoritario” que lleva a cabo Erich Fromm en “El miedo a la libertad”.

Acerca de los impulsos masoquistas y sádicos afirma Fromm:

No cabe duda de que, con respecto a las consecuencias prácticas, el deseo de ser dependiente o de sufrir es el opuesto al de dominar o infligir sufrimiento a los demás. Desde el punto de vista psicológico, sin embargo, ambas tendencias constituyen el resultado de una necesidad básica única que surge de la incapacidad de soportar el aislamiento y la debilidad del propio yo.

Más adelante el autor decide utilizar la expresión “carácter autoritario”, en vez de “carácter sádico”, para referirse a los rasgos de personalidad de los que estamos hablando, cuya tendencia motivadora básica consiste en refugiarse en la simbiosis con el otro, bien mediante el sometimiento, bien mediante el el dominio de aquél, muchas veces mezclada con un impulso más o menos destructivo hacia el otro. El psicoanalista se esfuerza especialmente en destacar en esta parte de su obra que, en contra de lo que pudiera parecer, sumisión y dominio no son más que dos caras de la misma moneda.

Por su parte, el reportaje de Juan Diego Quesada indaga en la vivencia de los hijos de dos verdugos españoles – López Sierra y Sánchez Bascuñana – acerca de la profesión de sus respectivos padres, y a través de la visión más intimista de aquéllos aparecen retazos de las personalidades de ambos ejecutores, enmarcadas en el tiempo que les tocó vivir.

Me llama la atención cómo unas cuantas referencias, además bastante breves, a ambos verdugos y a su mundo son capaces de ofrecer un encaje tan exacto a las reflexiones de Fromm, hasta el punto de mostrar, en los dos casos, un auténtico paradigma del individuo autoritario. Lo anterior es más notable, si cabe, teniendo en cuenta que el reportaje contempla a dos personas aparentemente muy distintas entre sí.

A continuación trataré de poner algunos párrafos entresacados del texto (entre corchetes) en relación con las observaciones de Fromm acerca de los rasgos del carácter autoritario.

 

[Pero esta historia no cuenta la vida del verdugo (López Sierra), ni sus años de prisión por el atraco a una gasolinera (…)]

Hay un rasgo del carácter autoritario que ha engañado a muchos observadores: la tendencia a desafiar a la autoridad (…) Sin embargo, esencialmente la lucha del carácter autoritario contra la autoridad no es más que un desafío. Es un intento de afirmarse y sobreponerse a sus propios sentimientos de impotencia combatiéndolos, sin que por eso desaparezca, consciente o inconscientemente, el anhelo de sumisión.

 

[Su nicho (el de López Sierra) en el cementerio de Carabanchel se había convertido en una especie de lugar de peregrinaje morboso para curiosos, policías y nostálgicos del régimen de Franco, convencidos de la eficacia del ojo por ojo]

El carácter autoritario adora el pasado. Lo que ha sido una vez, lo será eternamente. Desear algo que no ha existido antes o trabajar para ello, constituye un crimen y una locura. (…) El concepto de pecado original que pesa sobre todas las generaciones futuras, es característico de la experiencia autoritaria. El fracaso moral, como toda otra especie de fracaso, se vuelve un destino que el hombre no podrá eludir jamás.

 

[Mi viejo parecía un tipo muy duro, pero te aseguro que siempre iba borracho cuando tenía que ejecutar a alguien. Era un trago hacer eso]

El coraje del carácter autoritario reside esencialmente en el valor de sufrir lo que el destino (…) le ha asignado. Sufrir sin lamentarse constituye la virtud más alta, y no lo es, en cambio, el coraje necesario para poner fin al sufrimiento o por los menos disminuirlo.

 

[(…) un policía secreto le preguntó si tenía valor para ser verdugo. Él contestó: “Me da lo mismo que sea verdugo, que sea lo que sea, mientras me dé de comer]

La filosofía autoritaria es esencialmente relativa y nihilista (…). Está arraigada en la desesperación extrema, en la absoluta carencia de fe, y conduce al nihilismo, a la negación de la vida.

 

[Claro, en mi casa nunca se ocultó (la profesión de verdugo de López Sierra). Alguien tenía que hacerlo, ¿no? ]

Y son experimentadas como una fatalidad inconmovible no solamente aquellas fuerzas que determinan directamente la propia vida, sino también las que parecen moldear la vida en general. A la fatalidad se debe la existencia de guerras y el hecho de que una parte de la humanidad deba ser gobernada por otra.

 

[La realidad es que tanto los reos como los verdugos solían pertenecer a los que vivieron la miseria de la posguerra, a los que se ganaban la vida como podían. En ocasiones, tan solo el azar había colocado a uno y a otro en cada lado, a uno con la capucha y a otro manejando el garrote, como si la pena de muerte fuese un asunto estrictamente entre los desfavorecidos]

Para (el carácter autoritario) la debilidad es siempre un signo inconfundible de culpabilidad e inferioridad.

Además, ver comentarios anteriores sobre la fatalidad y la desesperación.

 

[A la hora de la verdad tuvieron que arrastrar hasta el patíbulo al verdugo, que para entonces estaba ya borracho. Al llegar a casa, Cándido recuerda una confesión de su padre, aún muy impactado: “Es lo más tremendo que he hecho en mi puta vida. Peor que matar a 100 hombres]

Desde el punto de vista psicológico, sin embargo, ambas tendencias (la sádica y la masoquista) constituyen el resultado de una necesidad básica única que surge de la incapacidad de soportar el aislamiento y la debilidad del propio yo.

Creo que el uso del alcohol que hacía López Sierra ilustra bien este rasgo. Además, ver comentario anterior sobre el valor suficiente para sufrir el propio destino, pero no para cambiarlo.

 

[Esta actitud (la de López Sierra descrita en el punto anterior) contrasta con el perfil que dibujan otros que le contemplaron dar muerte. (…) La muerte se alargó angustiosamente más de 20 minutos y el psiquiatra dijo que la actitud del verdugo fue parecida a la de Manolete ante un toro muerto en Las Ventas, como si estuviese brindando la pieza]

Para él (el carácter autoritario), el mundo se compone de personas que tienen poder y otras que carecen de él; de superiores y de inferiores. Sobre la base de sus impulsos sadomasoquistas experimentan tan sólo la dominación o la sumisión, jamás la solidaridad.

Quizás esta reflexión sobre la alternancia entre el sadismo y el masoquismo podría explicar el enorme contraste de actitudes que mostraba López Sierra en los dos últimos extractos del reportaje. Asimismo, en el último extracto tal vez podamos encontrar un ejemplo de actitud desafiante del individuo autoritario, en un intento de sobreponerse a sus propios sentimientos de impotencia, conforme al análisis de Fromm, reproducido más arriba [la actitud del verdugo fue parecida a la de Manolete ante un toro muerto en Las Ventas, como si estuviese brindando la pieza].

 

[Sencillamente (López Sierra), fue un señor al que le tocó hacer lo que tenía que hacer en su tiempo. (…) Mi viejo no dictaba sentencias, eso lo hacían los jueces. No tengo que pedir perdón a nadie]

Ver comentarios anteriores sobre la necesidad del carácter autoritario de obrar en nombre de un poder superior y sobre su sentido de la fatalidad, de lo inevitable.

 

[El verdugo andaluz que fue su maestro (el de López Sierra) se llamaba Sánchez Bascuñana (…). Dejó huérfana a una niña de cuatro años. (…) Desde siempre pensó que su padre era guardia civil (lo había sido con anterioridad). Tenía recuerdos borrosos (…) de su espíritu místico]

El carácter autoritario (…) gusta de someterse al destino. (…) Y son experimentadas como una fatalidad inconmovible (…) las (fuerzas) que parecen moldear la vida en general. (…) La fatalidad puede asumir una forma (…) como “voluntad divina” hablando en términos religiosos (…). Para el carácter autoritario se trata siempre de un poder superior, exterior al individuo, y con respecto al cual éste no tiene más remedio que someterse. (…) La definición (…) de experiencia religiosa como sentimiento de dependencia absoluta, define también la experiencia masoquista en general. (…) Pero en realidad no tiene fe, si por fe entendemos la segura confianza de que se realizará lo que ahora existe como mera potencialidad.

 

[Odia que le llamen verdugo: “Somos administradores de justicia. Yo no mato a nadie, lo mata la justicia”]

El carácter autoritario no carece de actividad, valor o fe. Pero (…) (la actividad) no significa otra cosa que la necesidad de obrar en nombre de algo superior al propio yo. Esta entidad superior puede ser Dios, el pasado, la naturaleza, el deber, pero nunca el futuro, lo que está por nacer, lo que no tiene poder o vida como tal. El carácter autoritario extrae la fuerza para obrar apoyándose en ese poder superior. Éste nunca no puede nunca ser atacado o cambiado.

 

[yo envidio al que traspasa los umbrales de la eternidad (…) esta vida es un valle de lágrimas]

La filosofía autoritaria es esencialmente relativa y nihilista (…). Está arraigada en la desesperación extrema, en la absoluta falta de fe, y conduce al nihilismo, a la negación de la vida.

Además, ver comentarios anteriores sobre el fatalismo.

 

[sufría siendo verdugo y ese sufrimiento se lo llevó a la tumba]

Ver comentarios anteriores sobre el valor suficiente para sufrir el propio destino, pero no para cambiarlo.

 

[Bernardo Sánchez colocaba siempre una capucha al condenado para que su rostro no fuese lo último que viese antes de cerrar los ojos. El verdugo le pedía que rezara el credo y ponía en marcha el mecanismo del garrote en medio de la oración]

Este último pasaje, por algún motivo, me resultó tremendamente perturbador. Me llamó la atención, sobre todo, la observación que se pone en boca del verdugo sobre la capucha del condenado [para que su rostro no fuese lo último que viese antes de cerrar los ojos].

No soy muy entendido en garrote vil, pero, por lo que sé, el verdugo acciona el garrote desde detrás del condenado, por lo que, con o sin capucha, es imposible que la última visión del reo fuera la cara de su matador. Tuve la impresión de que el ritual de la capucha, junto con el credo del condenado, tenía que ver con la falta de auténtica fe de su matador; no sé por qué se me ocurrió buscar  el significado del verdugo en el tarot, y he aquí lo que encontré:

“Este personaje siniestro nos indica en nuestros sueños nuestro temor hacia lo desconocido, a lo que no podemos ver más allá de la vida o del mañana.”

 (http://www.tarot-egipcio.com/Art_significado_sonar_con_verdugo.htm)

Por supuesto no creo que el tarot pruebe nada, pero sí creo que nos habla desde el inconsciente colectivo o desde algo que se le parece mucho, de hecho mi propia intuición iba en esa línea, y que, probablemente, la extrema religiosidad que manifestaba Sánchez Bascuñana no era más que una defensa frente a una profunda carencia de fe en la vida. Dicen que al muerto se le tapa como símbolo de que ha cruzado una frontera y ya pertenece a un mundo en el que no nos es dado inmiscuirnos; el ritual de encapuchar al condenado me sugiere que el peor temor de Sánchez Bascuñana era mirar al mundo de los muertos, al más allá, por miedo a no encontrar nada, y proyectaba su angustia en quien estaba apunto de partir en esa dirección, el reo, al que tapaba los ojos, cuando seguramente su deseo profundo era tapárselos él mismo. La proyección se completaba haciendo dar al condenado un testimonio de fe, último y definitivo, mediante el credo.

Sin una fe profunda en la vida y en el hombre, tal vez para Sánchez Bascuñana la existencia no era más que el corredor de la muerte y las formas de la vida sólo el ropaje de un verdugo. Su propia forma de ganarse la vida expresaba perfectamente esta visión.

Creo que aquí podemos encontrar el punto de confluencia de dos personas aparentemente tan distintas como López Sierra y Sánchez Bascuñana, las Fuentes del Nilo del “carácter autoritario”. Porque los pocos retazos de las historias de ambos que hemos podido analizar hablan, en el fondo, de una misma experiencia existencial, algo así como: nacer es ser arrojado en la jaula de una fiera que nos irá devorando hasta que no quede nada.

Me gustaría haber sido capaz de explicar y transmitir la angustia que percibo en estos personajes a través de tan sólo unas pinceladas de sus retratos. Creo que ello es importante porque, en palabras del propio Fromm:

 (…) el hombre no es ni bueno ni malo, (…) la vida posee una tendencia inherente al desarrollo, a la expansión, a la expresión de sus potencialidades; (…) si se frustra la vida, si el individuo se ve aislado, abrumado por las dudas y por sentimientos de soledad e impotencia, entonces surge un impulso de destrucción, un anhelo de sumisión o de poder.

Sin duda fueron muchísimos los que, en el tiempo que les tocó vivir, podrían haber estado manejando el garrote en lugar de ambos, de la misma forma que otros tantos se librarían, por un leve soplo del destino, de ponerse la capucha.

Por otro lado, más allá de lo psicológico y de lo sociológico, pienso que cualquier sociedad es, por definición, una expresión de orden y que la creación de ese orden exige la producción de un cierto grado de desorden extramuros de la comunidad – exactamente de la misma forma que un frigorífico es un espacio aislado que se mantiene a baja temperatura a costa de calentar todo lo que hay a su alrededor -; ese desorden es, por así decirlo, la “sombra” que arroja el cuerpo social. Estoy convencido de que, si no quiere acabar sucumbiendo al caos que la asedia, toda comunidad necesita transar con su propia sombra qué espacio va a ocupar cada uno. El verdugo fue – y por desgracia sigue siendo en muchos lugares del mundo – la forma histórica que adoptó esa transacción, como concesión del cuerpo social a su sombra, la violencia.  Por eso, como dice la hija de Sánchez Bascuñana, “sería hipócrita juzgarlos”.

En cualquier caso, estoy convencido de que la comprensión no es algo que demos al otro, es algo que uno se da a sí mismo. Desde este punto de vista, entender al verdugo no es más que el reencuentro con nuestra propia sombra.

Foto: http://www.abc.es/20101117/cultura-cine/berlanga-humor-negro-sombra-20101117.html

CIVILIZACIÓN Y DÉBITO

Freud sostenía que la civilización era opresiva porque restringía la satisfacción de los instintos en mayor medida de lo que la mayoría de las personas podía soportar sin desarrollar, al menos, ciertos síntomas neuróticos. Por supuesto, el padre del psicoanálisis tenía sus limitaciones personales e históricas, como cualquier otro hombre, y muchas de sus ideas, si se interpretan literalmente, resultan hoy en día difíciles de aceptar. No obstante, creo que las mismas presentan esa cualidad que solo los genios consiguen imprimir a su pensamiento, y es la capacidad casi mágica de éste para escapar de tales limitaciones y proyectar su esencia hacia el futuro, aunque sea cambiando el ropaje de su literalidad.

Para mí, un buen ejemplo de lo anterior es la siguiente afirmación del también psicoanalista y pensador Erich Fromm:

(…) en la mayoría de las sociedades – incluida la nuestra – (…) siempre hay una discrepancia entre el propósito de asegurar el fluido funcionamiento de la sociedad y el de promover el desarrollo pleno del individuo. Este hecho obliga necesariamente a distinguir de una manera bien definida entre dos conceptos de salud o normalidad. Uno es regido por las necesidades sociales, el otro por las normas y valores referentes a la existencia individual. *

Esta última tesis, más matizada que la del vienés, adopta una forma también más acorde con la visión actual del problema, pero conserva la esencia y la fuerza del mensaje de aquél.

A donde voy a parar con todo esto es a que la organización social exige un cierto nivel de sacrificio por parte del individuo para hacer posible su funcionamiento y, como contraprestación por ese sacrificio, la sociedad se convierte en deudora del individuo desde que éste se incorpora, sin que nadie le pida su opinión, a aquélla. Es decir, cada uno de nosotros tenemos el derecho de que la sociedad nos ayude en cierta medida por el mero hecho de ser sus huéspedes forzosos. Y hasta ahí leo… porque no creo que se pueda generalizar sobre el tipo y la cuantía de tal ayuda, o por lo menos yo no me siento en condiciones de hacerlo; solo de afirmar que la sociedad debe ciertas prestaciones a sus miembros. Pienso que no se trata únicamente de una exigencia de justicia, sino de una necesidad ontológica, porque una sociedad no podría llamarse tal si la organización no fuera más que la suma de sus integrantes, y no se daría tal caso si cada uno de los miembros no recibiera una ventaja real con respecto a lo que tendría en estado de aislamiento.

En este momento histórico la máxima expresión de la organización social es el Estado (en sentido amplio), o el poder político, o llámesele como se quiera. Por eso, sigo convencido de que los individuos tenemos derecho a que el Estado nos ayude en cierta medida proporcionándonos determinadas prestaciones. Y, como regla general, también pienso que tales prestaciones no deben constituir un negocio, salvo por propia elección de cada uno, porque, desde la perspectiva comentada, resulta injusto que ningún sujeto privado se lucre prestando una ayuda que realmente constituye un débito.

¿No es casi tan inquietante como triste la idea de que cualquiera pueda llegar a cuestionarse si le compensa aceptar los límites que le permiten vivir en sociedad?

* Erich Fromm; «El miedo a la libertad»


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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