Sigo vagando por un paraje hosco y estéril en la sola compañía de este hombre extraño. Siempre parece estar totalmente inmerso en su propia realidad, como si fuese por el mundo con la cabeza dentro de una pecera. Pero algo indefinible me dice que él es muy peligroso, que súbitamente podría tomar conciencia de mi presencia, caer sobre mí y acabar conmigo como si fuera un insecto sin que yo supiera ni por qué.
No tenemos un idioma común. A veces saca un móvil de sus ropas y habla con alguien que supongo tan ajeno a mi mundo como él. Al principio trataba de descifrar su lenguaje buscando pistas que me ayudaran a hacerme entender, pero me convencí de que era algo así como intentar traducir un mensaje que viniera grabado en un meteorito, así que ya hace tiempo que he desistido.
Hablo de “tiempo” por pura convención. No sé qué hago en este desierto ni cuánto días, meses o años llevo en compañía de este hombre. Sin embargo, parece que, de algún modo, todo esto ha llegado a adquirir algo que se parece aceptablemente al sentido; será la fuerza de la costumbre. Supongo que si me pusiera a hacerme preguntas me invadiría la perplejidad e incluso la zozobra, pero entonces igual perdería fuelle y no podría seguirle el paso a quienquiera que sea este personaje y entonces, ¿qué? No, no, me he jurado que no voy a hacerme más preguntas…
Si tengo hambre o sed me dirijo a él por señas o trato de imitar la palabra que pronuncia cuando me ofrece algo que satisface mis necesidades. Cuando necesito descansar hago ademán de sentarme. A veces me hace caso y a veces me ignora; no sé si me entiende o no. Imagino que esto es un poco como jugar a las tragaperras; dado que lo que ocurre cuando echas una moneda es completamente impredecible, si pierdes lo único que te queda es volver a probar suerte echando otra. Ya he renunciado a cualquier aprendizaje.
No sé si soy yo quien lo acompaña, si es él quien me guía o si, simplemente, soy objeto de un secuestro. A veces pienso en empezar a caminar en otra dirección con toda naturalidad delante de sus narices y tratar de salir de aquí por mi cuenta, pero no puedo hacerlo; tengo esa certeza absoluta y misteriosa propia de los sueños de que no puedo hacerlo, porque, por algún motivo, no hay duda de que él es el dueño de la situación.
Tras unas horas de descanso comienza una nueva jornada y, aunque sea por escuchar un lenguaje familiar, como cada mañana, cuando lo veo por primera vez levanto la cabeza de lo que estoy haciendo y lo saludo en mi idioma: “buenos días, Sr. Jareño”.
En fin, ya estamos a jueves y el viernes se sale a las dos. ¡Qué maravilla! ¡¡Ya no queda nada para el finde…!!
Últimos comentarios