Archivo de marzo 2024

EL COBRA (EDITADO)

 

Llega de regreso a su sitio sin haber logrado salir aún de la desorientación y el vértigo producidos por la interacción que acaba de tener. Ante su presencia el sonido de las conversaciones se escurre debajo de las mesas como una lagartija para brotar de nuevo un instante después, mientras la expectación en las caras de todos se esconde de golpe detrás de una aparente normalidad. Percibe esta reacción de los demás como un relámpago en una noche sin luna y, sin prestarle la más mínima atención, vuelve a sumergirse en su caos interior mientras ellos siguen rumiando en silencio:

– ¿Para qué habrá subido a verlo…?

– ¿Ha tomado la iniciativa “él”…?

– ¿Qué habrán hablado…?

– ¿Esto va ser bueno o malo…?

– ¿Y ahora qué viene…?

Se sienta en su mesa, evita deliberadamente cualquier contacto visual con los otros y finge concentrarse en los folios que tiene delante mientras los pensamientos se le desbocan: “Me desestabiliza. ¿Por qué me siento así de cada vez que hablo con “él”? No puedo soportar el sentimiento de sometimiento por angustia que me inocula ese tío desde esa aparente «naturalidad» que exhibe como si nunca pasara nada, no puedo… ¿O es que en el fondo lo admiro? ¿En el fondo puede existir miedo sin algún tipo de admiración? ¡Madre mía, admirar a alguien que te hace daño…! ¿Cuántas historias de maltrato he leído? ¿Cuántas veces me he indignado? ¿Cuántas veces me he preguntado cómo es posible? ¿Y si yo…?»

Alarga el brazo para coger su botella de agua y siente de nuevo la opresión de esa falsa normalidad que se le impone a uno como si se le desplomara el techo encima cuando se es el centro de atención pero todos tratan de hacer como si nada: cuellos que se doblan bruscamente hacia la mesa o giran hacia la pantalla, globos oculares que saltan de pronto para alejar la mirada, hay quien consulta la hora o se pone a leer un mensaje en el móvil con repentino interés… Sin dedicarles un segundo vuelve al punto en que dejó sus pensamientos y desde ahí sigue navegando a través de su tormenta intracraneal: “No siente ni padece, en el fondo quizás sea una “fuerte”…, o sea, suerte, fortaleza… ¿O no? ¿El no sentir no es que algo funciona mal? Así es una parestesia, ¿no? Eso lo tratan los neurólogos como algo patológico…”

De repente se da cuenta de que su mano izquierda está presionando tan fuertemente la derecha que deja una huella blanquecina en la zona de contacto por falta de riego sanguíneo y que ésta ya hormiguea casi insensible: “Al final la conmoción que siento, ¿no es un criterio de realidad? ¿No es signo de salud? Si no te mueven los sentimientos y las emociones, ¿qué te mueve? ¿Tu cerebro reptiliano? ¿Comer sin ser comido…?”

Se sobresalta, atiende la llamada del móvil con monosílabos, cuelga, lo silencia, lo deja bruscamente sobre la mesa y vuelve a fingir atención a los folios que lleva un rato mirando sin ver: “¿Puede ser que “él” viva bajo los efectos de un trauma y se defienda transfiriendo sus síntomas a los demás? ¡¡¡Es que es como si te inyectara un tóxico que te hace sentirte mal contigo mismo, como si fuera un anguila eléctrica que te da calambre, como si notaras el frío de un cuchillo en la garganta, pero lo hace desde una arrogancia correcta y calmada, desde una campechanía condescendiente puramente impostada que resulta más escalofriante en el fondo que las voces o los ademanes más agresivos!!! Parece que te está diciendo «mira qué majo soy, que te trato como si fuéramos iguales, cuando estaría en mi derecho a reventarte de un pisotón como a una cucaracha» ¿Quizás su padre o su madre, o ambos, eran personas educadas que lo trataban con la amabilidad correcta con que se hospeda a un invitado por compromiso, pero que en realidad permanecieron siempre indisponibles afectivamente? ¿Tal vez así lo hicieron sentir como un estorbo, como un gusano? ¿O ellos eran como él y tuvo que volverse todavía peor para sobrevivir psíquicamente? ¿¿¡¡Y encima por qué tengo yo que intentar comprenderlo!!?? ¡¡No es mi problema!! ¡¡No soy yo quien tiene que hacer un esfuerzo de comprensión para encontrar alivio, sino “él” quien tiene que trabajarse para no vivir traspasando su mierda a los demás!! ¿En el fondo un trauma no se parece mucho a un reptil? Sale, lo muerde a uno mismo o a otro, se escurre para ponerse a salvo y desaparece hasta el siguiente ataque. ¿Esa frialdad que exhibe “él” no es reptiliana? ¿Este sitio no es una especie de terrario donde alguien nos guarda a “él” y a los demás? “Él” sería una cobra y nosotros no sé si lagartijas, ratoncillos, camaleones, insectos o más bien una muestra de toda la cadena trófica que está haciendo las delicias de algún zoólogo muy perturbado…”

Y esta vez gira la cabeza fijando la vista abiertamente en los demás y, cuando sus miradas se cruzan, tiene la extraña sensación de estar contemplando un cuadro de Dalí que muestra un grupo de sillas con grandes ojos en los respaldos, porque todos los otros rasgos de quienes están a su alrededor se han mimetizado con el mobiliario y se han fundido con éste en un todo indistinguible. Y entonces se pregunta con una mezcla de profunda pena y de angustia para qué ha empleado la Naturaleza tantos cientos de millones de años en producir seres capaces de sentimientos si, en el fondo, el reptilismo está demostrando cada día ser una indudable ventaja evolutiva.

Crédito foto: <img src=»https://s3.animalia.bio/animals/photos/medium/original/ouraeus-in-the-egy-countrysidejpg.webp»>


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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