Archivo de febrero 2022

EL BOL (EDITADO)

Si bebo ron con Coca – Cola me emborracho; si bebo vodka con Coca – Cola me emborracho; si bebo ginebra con Coca – Cola me emborracho. Conclusión: la Coca – Cola emborracha.

¿Qué le vamos a hacer? Me temo que no nos queda otra que resignarnos al hecho de que el camino del saber discurre íntegramente por terrenos minados por el error cognitivo.

Si vierto algo en un bol que ya está lleno se sale; si vierto algo en un bol que está boca abajo se resbala; si vierto algo en un bol que está roto se derrama. Conclusión: lo que yo quiero poner en el bol tiene algo de malo y por eso es rechazado.

Seguramente escucharíamos este comentario con profunda pena si viniera de alguien víctima de un delirio psicótico y con terrible preocupación si ese diagnóstico aún no estuviera confirmado. Sin embargo, muchas personas de la máxima inteligencia y en estado de plena lucidez sufren terriblemente cuando el afecto que ofrecen a otras no es aceptado, porque se sienten heridas. Y es exactamente el mismo caso; no puede recoger nuestro afecto quien no se encuentra en situación de hacerlo por circunstancias, afortunadas o desafortunadas, que, por lo general, tienen mucho más que ver con esa persona que con nosotros mismos. Quizás el corazón del otro ya esté lleno, o lo tenga roto, o esté cerrado, y no podemos ser como serenos, con una llave para cada cerradura en nuestro juego.

No somos fuertes como un gorila ni tenemos las garras de un oso ni la vista de un águila o la velocidad de un guepardo. Somos animales débiles. Hemos sobrevivido como especie gracias al desarrollo de nuestro cerebro, pero hay expertos que opinan que, para ello, la evolución de éste ha tenido que llevarse a cabo casi a destajo.

Nuestra inteligencia lógica es tan prodigiosa que la mente humana ha sido capaz de adentrarse en el interior del núcleo atómico o de viajar al corazón de las estrellas; podría decirse que nuestro cerebro contiene el Universo. Pero el motor de esa inteligencia está más allá de ella misma y se adentra en el territorio de lo inaprensible.

En alguna parte he oído que nuestra evolución cerebral tiene una deuda impagable con la cocción de los alimentos, que permitió «rediseñar» el cráneo de nuestros antecesores y aprovechar mucho mejor los nutrientes. Por tanto, se fue limitando considerablemente el tiempo dedicado a la obtención de comida, lo que que dejó espacio para intensificar el desarrollo intelectual de aquéllos. Pero probablemente el impulso de utilizar el calor para elaborar los alimentos surgiera en gran parte de la fuerza del instinto. Por otro lado, quizás el motor más poderoso del conocimiento haya sido desde siempre la emoción de la búsqueda. Todo eso queda al margen de lo explicable en términos puramente lógicos.

Siempre he pensado que el cerebro humano es un producto mal terminado. Nos guste o no, lo que ocurre en los primeros años de nuestras vidas nos condiciona para siempre o, al menos, nos deja cicatrices profundas que a veces duelen, como las lesiones físicas, con los «cambios de tiempo». Puede que uno de nuestros problemas esté precisamente en el ensamblaje de lo instintivo, lo emocional y lo intelectual. Hoy por hoy aún no funciona bien.

No es que el sueño de la razón produzca monstruos. Lo que produce monstruos es que un motor tan potente como la razón a veces se vea lanzado a velocidad de vértigo contra un muro o directamente hacia un campo de minas por un volante manejado desde el escenario de un sueño o de una pesadilla.

Tal vez algún día los desequilibrios psíquicos que en un grado u otro nos afectan a todos se vean con los mismos ojos con que nosotros miramos a las infecciones mortales del pasado, que hoy se curan con un antibiótico, pero mientras tanto creo que no queda otra que apostar de verdad por el desarrollo de la inteligencia emocional desde el comienzo mismo de la educación infantil y seguir trabajando en ello, cada uno consigo mismo, hasta el último día.


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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