Archive for the 'F1' Category

JULES BIANCHI

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A propósito de los efectos positivos o negativos de la cobertura mediática, hace unos años leí el relato de un cámara sobre lo sucedido en un conflicto armado en algún lugar de África que ya ni recuerdo. Sus palabras tenían tanto poder visual como su cámara y me dejaron grabadas las imágenes de algo que, por definición, nunca llegué a ver.

El cámara venía a contar algo así:

“Yo estaba grabando en el campamento. De repente un hombre enérgico, con aspecto de ser un mando militar, surgió no sé muy bien de dónde y se abalanzó gritando sobre uno de sus soldados, sin duda cubriéndolo de improperios. Consciente de mi presencia, y seguramente deseoso de hacer alarde de su poder en aquel escaparate ante el mundo entero, desenfundó su pistola, la amartilló y la apoyó contra la cabeza del soldado, paralizado de terror. Entonces levanté una mano para llamar su atención y, ostensiblemente, dejé mi cámara apoyada en el suelo, diciéndole con ese gesto: <<no vas a matarlo para mí>>. Tras la inesperada interrupción aquél hombre brutal pareció aplacarse y se limitó a propinar un culatazo en la cabeza al soldado y a alejarse con paso firme>>.

Hoy, tras el Gran Premio de Fórmula 1 de Japón, el piloto de Marussia Jules Bianchi se debate entre la vida y la muerte, con graves lesiones en el cráneo. La carrera se desarrolló en todo momento bajo la lluvia y, en la curva 7 del circuito de Suzuka, Bianchi perdió el control de su monoplaza y se estrelló contra la grúa que estaba retirando otro coche accidentado, al Force India de Adrián Sutil.

Cualquiera que haya cogido los mandos de una Play Station – un simulador bastante realista, dentro de su nivel – sabe lo difícil que es mantener un Fórmula 1 sobre la pista seca, es como patinar sobre hielo. No es difícil darse cuenta de que conducir un monoplaza auténtico en condiciones de lluvia debe de ser una empresa sobrehumana. Concretamente, en la zona del accidente los coches tomaban la curva a 150 Km/h sobre el asfalto mojado, con escasa visibilidad y contando sólo con una pequeña escapatoria.

En un artículo en El País – http://deportes.elpais.com/deportes/2014/10/05/actualidad/1412502237_274261.html -, el periodista deportivo Oriol Puigdemont nos habla de los entresijos de este tristísimo suceso:

Por otro lado, la organización sabía desde hacía días que las precipitaciones derivadas del tifón Phanfone iban a cebarse el domingo en el área geográfica de Suzuka.

Después de múltiples reuniones, tanto Formula One Management (FOM), el titular de los derechos comerciales del campeonato, como Honda, el promotor del evento, decidieron seguir con el plan previsto a pesar de haber barajado la posibilidad de anticipar la prueba unas horas o incluso trasladarla al sábado, una medida que se descartó por cuestiones televisivas. La tormenta provocó estragos, obligó al pelotón a arrancar detrás del coche de seguridad y neutralizó el gran premio durante casi media hora, antes de que el accidente de Bianchi llevara a la suspensión definitiva ocho vueltas antes de las 53 que estaban programadas.

 Cada domingo de carrera me alegra el corazón ver el espectáculo de color, sonido y movimiento de los coches sobre la pista, pero yo no me siento delante de la pantalla a ver el circo romano, y espero que la mayoría de los aficionados tampoco.

Me pregunto si, en condiciones como las de la carrera de ayer, los amantes de este espectáculo (siempre me ha costado llamarlo deporte) no deberíamos apagar la televisión y decir todos a una, como el cámara de África: <<no van a matarse para mí>>.

Deseo profundamente que se recupere Jules Bianchi.

 

Foto EFE

 

GRANDEZA TRÁGICA

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Nietzsche nos dejó una descripción vívida de la grandeza trágica. En “El origen de la tragedia”, a través de personajes como Edipo o Prometeo, el filósofo trata de mostrar cómo el ser humano es capaz de rebelarse contra la naturaleza, a veces arrancándole sus secretos, con el objeto de ampliar sus propios horizontes. El alemán desvela la significación trágica de la empresa al señalar que tal rebelión consiste, por definición, en llevar a cabo actos antinaturales que acaban destruyendo a su protagonista en beneficio del común de los mortales, que se ven elevados un peldaño por encima de sí mismos gracias a la audacia de aquél.

Por mi parte, dentro de esa línea, propongo añadir los actos sobrenaturales, o casi, a aquéllos que encarnan la rebelión del hombre contra la naturaleza o, al menos, contra su propia naturaleza. Creo que de este modo se puede incluir sin dificultad el deporte de élite dentro de esa constelación trágica que presentaba Nietzsche.

Muchas veces he creído encontrar conexiones mitológicas en lo más extremo del espectro del deporte – v. https://escritodesdelastripas.wordpress.com/2011/10/29/faeton-wheldon-simoncelli/; https://escritodesdelastripas.wordpress.com/2013/10/01/rush/ –  y ahora no me cabe la menor duda de que aquél es hoy en día un modo residual de expresar lo trágico, y de ello tenemos un triste ejemplo de actualidad: Michael Schumacher ha hecho de su vida deportiva una partida incesante de ruleta rusa, tratando de redibujar todas las fronteras que ha encontrado, y su terrible accidente esquiando “fuera de pista” no es más que una frase simbólica coherente con ese guion. Si en él ha acabado por encontrarse con la bala que lo rondaba en el tambor del revólver, no habrá hecho más que poner el lógico colofón a una existencia vivida desde ese lugar trágico que sólo unos pocos pueden elegir. Si su accidente ha sido, además, absurdo, éste no representará, en el fondo, más que un último gesto de hermandad con el común de los mortales, ya que desde el mito de Sísifo podemos sospechar que cualquier existencia humana no es más que la fruta que arropa a la semilla de lo absurdo.

Pero, por todo lo que tú y los que sois de tu misma pasta representáis para los demás, yo te deseo, Michael, de todo corazón, que lo sucedido no sea tan trágico como yo lo acabo de pintar y que te recuperes pronto. Y cuando te recuperes, no me cabe la menor duda de que volverás a intentar lo mismo que tratabas de hacer cuando te caíste, y por el mismo sitio, y a más velocidad.

Foto AFP

RUSH

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No sé quién fue de verdad Niki Lauda ni me importa. Lo que sí sé es que, más allá de sus coincidencias o no con el hoy viejo bocazas, el personaje que le da vida en “Rush” me ha hecho el mismo efecto que un cuchillo al rojo hincándose en un trozo de mantequilla.

Siempre he sentido que las carreras tienen una conexión directa e intensa con lo mítico: el tiempo determina la sucesión y ésta es la espina dorsal de la aritmética y de la lógica. La lucha contra el reloj es una forma de insurrección contra la tiranía de la necesidad lógica y, en última instancia, de la muerte; cada segundo arañado a una vuelta en un circuito es como una pedorreta dedicada a nuestro último e inexorable visitante.

Pero en la historia que cuenta “Rush” hay algo más, algo que penetra con la intensidad del láser en la estructura y la función del mito, y lo hace a partir de la imagen especular de un mito prometéico: Prometeo, al robar el fuego a los dioses, dio testimonio del deseo de independencia del hombre frente al reino de lo mágico y rubricó los primeros pasos de la razón en la historia. Por el contrario Lauda, paradigma de comportamiento cerebral frente al intensísimo Hunt, no necesitaba reivindicar el peso de lo racional. Tampoco escogió su hazaña, sino que se vio forzado a seguir un camino, por lo demás, inverso al de Prometeo: en lugar de apropiarse del fuego como símbolo de la libertad ganada, tuvo que someterse a él como poder destructor capaz de transformar su necesidad de victoria en libertad interior: al volver al mundo de los vivos tras su accidente, Lauda había conquistado la libertad de escoger qué hacía, no con su rival, sino con su rivalidad. Tal vez por eso en el último gran premio de la temporada, en Japón, el austríaco decidió abandonar: ya no dependía interiormente de lo que pudiera lograr Hunt y, por tanto, no tenía por qué someterse al juicio de dios de una carrera suicida lanzado a cerca de trescientos kilómetros por hora en medio de una lluvia torrencial.

Me vienen a la cabeza las palabras de Joseph Campbell en las primeras páginas de “El héroe de las mil caras”:

No sería exagerado decir que el mito es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas. (…)

Lo asombroso es que la eficacia característica que conmueve e inspira los centros creadores profundos reside en el más sencillo cuento infantil (…) Porque los símbolos de la mitología no son fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente. Son productos espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de sí mismo, intacta, la fuerza germinal de su fuente. (…)

Siempre ha sido función primaria de la mitología y del rito suplir los símbolos que hace avanzar el espíritu humano, a fin de contrarrestar aquellas otras fantasías humanas constantes que tienden a atarlo al pasado.

Por eso, porque los símbolos de la mitología no pueden suprimirse permanentemente, resulta esperanzadora la aparición en este momento de una película como “Rush”, que va mucho más allá de las carreras de Fórmula 1, que nos pone de nuevo en presencia del mito a través de un tiempo no tan lejano en que el mundo aún marchaba “hacia delante”. Aunque se empeñen en hacernos creer que su lógica está escrita en las entrañas de la realidad, que no hay alternativas, es patente que los símbolos siguen ahí, que van abriéndose paso y que, llegado el momento, nos harán arrancar. Como decía José Luis Sampedro: “ya queda poco”.

 

Imagen: https://www.google.es/search?hl=es&site=imghp&tbm=isch&source=hp&biw=1920&bih=893&q=rush+pelicula&oq=rush&gs_l=img.1.2.0l10.1118.1708.0.4507.4.4.0.0.0.0.162.611.0j4.4.0&#8230;.0…1ac.1.27.img..0.4.609.lGqg4LsuxdA#facrc=_&imgdii=_&imgrc=2wDbp28DVME6ZM%3A%3BYe-AnET2FT6xuM%3Bhttp%253A%252F%252Fwww.loqueyotediga.net%252Fwp-content%252Fuploads%252F2013%252F04%252FRush01.jpg%3Bhttp%253A%252F%252Fwww.loqueyotediga.net%252Fespresso%252Fshow%252Fespresso-trailer-de-rush-el-duelo-de-niki-lauda-y-james-hunt%3B697%3B276

FAETÓN, WHELDON, SIMONCELLI

Febo razonaba, pero Faetón no cedía. Incapaz de retirar su juramento, el padre retardaba el cumplimiento tanto como el tiempo se lo permitía, pero finalmente se vio obligado a conducir a su obstinado hijo al carro prodigioso (…) Las Horas sacaron a los cuatro caballos de los altos establos y los caballos respiraban fuego y habían comido aliento ambrosiaco. Los colocaron en las resonantes bridas y los grandes animales pateaban las barras. (…)

“Si, por lo menos, quisieras obedecer las advertencias de tu padre – aconsejó la divinidad – , procurarías no usar del látigo y tirar de las riendas fuertemente. Los caballos van siempre muy deprisa sin necesidad de apurarlos. (…) Muchacho, que la Fortuna te guíe y te conduzca mejor de lo que lo harías tú mismo. He aquí las riendas.”

Tetis, la diosa del mar, abrió las rejas, y los caballos dando un brinco echaron a correr violentamente; hendieron las nubes con sus cascos; batieron el aire con sus alas, corrieron más deprisa que los vientos que se levantaban de la misma parte de oriente. Inmediatamente, pues el carro iba tan ligero sin su acostumbrado peso, el carro empezó a mecerse como un barco sin lastre entre las olas. El conductor, aterrorizado, olvidó las riendas y no supo nada del camino. Remontándose en forma enloquecida, los caballos alcanzaron las alturas del cielo y llegaron a las más remotas constelaciones. La Osa Mayor y la Osa Menor se chamuscaron. La Serpiente que yace enrollada cerca de las estrellas polares se calentó peligrosamente. El Boyero voló, cargado con su arado, El escorpión atacó con su cola.

El carro, después de haber corrido por algún tiempo entre desconocidas regiones del aire, atropellando a las estrellas, golpeó locamente las nubes cercanas de la tierra, y la Luna pudo ver con gran asombro a los caballos de su hermano corriendo debajo de los suyos. Las nubes se evaporaron. La tierra se inflamó. Las montañas ardían y las ciudades perecían dentro de sus muros, las naciones quedaron reducidas a cenizas. (…)

La Madre Tierra, protegiéndose el rostro quemado con la mano, ahogándose con el humo caliente, levantó su gran voz y llamó a Zeus, el padre de todas las cosas, para que salvara al mundo. (…)

Zeus, el Padre Todopoderoso, llamó rápidamente a los dioses para que atestiguaran que todo se perdería a menos que se tomara rápidamente alguna medida. Entonces de apresuró a llegar al Cenit, tomó un rayo con su mano derecha y lo lanzó desde muy cerca de su oído. El carro se sacudió, los caballos, aterrorizados, se desbocaron; y Faetón, con los caballos incendiados, descendió como una estrella que cae. Y el río Po recibió su cuerpo calcinado. Las náyades de la región lo enterraron y le pusieron este epitafio:

Aquí yace Faetón; viajó en el carro de Febo, y aunque su fracaso fue grande, más grande fue su atrevimiento.*

(Del mito de Faetón, que forzó a su padre, Febo, a dejarle conducir el carro del sol).

 EN RECUERDO DE WHELDON Y SIMONCELLI, PORQUE DEL QUE SE ATREVE SIEMPRE NOS QUEDA UNA LECCIÓN.

 

 *Texto tomado de “El héroe de las mil caras”, de Joseph Campbell; Editorial Fondo de cultura económica.

EL SENTIDO EN UNA BANDERA A CUADROS

Lewis Hamilton, campeón mundial de F1, un pilotazo que, probablemente, marcará época, declaró el otro día, tras su victoria en el GP de China: “Existo, vivo y respiro para ganar.” Por su parte Vettel, también campeón del mundo con casi todos los récords de precocidad en ese deporte, preguntado hace poco por un periodista sobre cuál serán su motivación y sus retos una vez que ha ganado el Mundial de 2010, respondió con igual rotundidad que el británico: “En seguir ganando en este juego, es tan simple como eso.

Hace casi 45 años Viktor Frankl, como probablemente hacen Hamilton y Vettel, llevaba a cabo una intensa actividad física y seguía una estricta dieta, pero no se estaba entrenando para practicar ningún deporte: psquiatra Vienés, en el otoño de 1942 fue deportado al campo de concentración de Theresiendstadt , junto a su esposa y sus padres, debido a su origen judío. Sólo él sobreviviría al final de la guerra. En su famoso libro El hombre en busca de sentido,  Frankl nos dejó estas palabras:

La máxima preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta: ¿sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario, todos estos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba, era esta otra: ¿tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad, no merecería en absoluto la pena de ser vivida.

Frankl halló que, incluso en las circunstancias más extremas, hay algo que a una persona no se le puede arrebatar si no se deja: la libertad interior de elegir la propia actitud del hombre ante las fuerzas que le son ajenas. La actitud de un hombre ante su destino le da muchas oportunidades para añadir a su vida un sentido más profundo, que hace que vivirla merezca la pena:

(…) muchos de los prisioneros del campo de concentración creyeron que la oportunidad de vivir ya les había pasado y, sin embargo, la realidad es que representó una oportunidad y un desafío: que o bien se puede convertir la experiencia en victorias, la vida en un triunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse a vegetar como hicieron la mayoría de los prisioneros.

Entonces, parece que uno puede tomar la vida como una amenaza que le lleve a sacar lo peor de sí mismo, o como un desafío que le ayude a entregar lo mejor. Pero, como veíamos al principio, también hay quien se marca sus propios desafíos: son los que sienten pasión por la victoria.

Siempre me he preguntado que hay en el fondo de quienes persiguen el triunfo. ¿Se trata de alguien que sólo encuentra sentido a su vida en la victoria, o se trata de alguien que se siente capaz de ganar porque para él todo tiene sentido? En el primer caso estamos ante un ser tan frágil ante el destino como un jugador de ruleta rusa. En el segundo caso estamos ante un individuo capaz de dar sentido a un pasatiempo tan estúpido como dar vueltas a una pista, pero no más estúpido que hacer por vivir con la total certeza de que uno ha de morir; esa persona otorga un sentido a la victoria en el deporte, pero también se lo podría haber dado a la elaboración de encurtidos. Se trata de alguien tan deseoso de conocer lo mejor de sí mismo explorando los límites que se marca sus propios retos; se trata, ante todo, de un campeón de sí mismo. Tal vez todos tenemos el germen de esa capacidad de dar sentido a la vida, pero en general preferimos admirarla en otro antes que luchar por convertir nuestras experiencias en una victoria interna. No lo sé.

Cada vez que veo a un gran campeón me surge la duda de qué tiene dentro: ¿la fragilidad del que necesita el triunfo para compensar su vacío interior o la fortaleza del que se pone desafíos para expresar su grandeza? Como se trata de una “simple” cuestión de actitud, sólo las personas más próximas a ellos pueden saber quiénes son realmente. Quizás.

Fotos: highmotor.com (Hamilton), islakokotero.blogsome.com (Frankl), as.com (Vettel)

DIEZ AÑOS DEL DEBUT DE ALO (y 2)

Si lo analizas fríamente, es sólo un juego. Si lo haces con pasión, todo un espectáculo.

Es el lema de El Largero. Yo lo llevaría más allá: si lo sientes con pasión, es una experiencia vital. Creo que las personas tenemos la capacidad de recorrer ese camino del “sólo” a la “experiencia vital” tanto en un sentido como en otro y, desde luego, no limitado al deporte; somos nosotros los que damos y quitamos el sentido a cualquier experiencia de la vida. ¿Quién no recuerda haber escuchado a un compañero de colegio eso de: “Cuanto más estudio más sé. Cuanto más sé más olvido. Entonces, ¿para qué estudiar?”

Yo tampoco entendía que los resultados de cualquier torneo del fin de semana pudieran influir ni una pizca en el ánimo con el que tantos y tantos encaran el lunes; me parecía un asunto banal. Hasta que me di cuenta de que quitarle el sentido a una competición deportiva es tan absurdo, o incluso tan mezquino, como dejar de alimentarse puesto que, tarde o temprano, uno va a morir. La vida en sí no tiene mucho sentido si uno se empeña en quitárselo. Desde entonces, cada mañana me siento en sociedad secreta con todos los que van devorando la prensa deportiva en el metro.

Supongo que esa conciencia puede llegar a través de un deporte, de un deportista, o de cualquier otro mensajero. En mi caso vino viendo correr a ALO. Creo que el Nano me ayudó a bajarme de un escalón y a subir otro.

Me gusta esta foto. Para mí no sólo muestra al ganador del GP de Nurburgring en 2007, sino que congela para siempre el preciso instante en que la alquimia trasnforma la rabia en alegría.

Evidentemente, la foto es de la Cadena Ser. Si les molesta la quito y ya está. La foto puede desaparecer, pero ese momento se quedará para siempre.

DIEZ AÑOS DEL DEBUT DE ALO

Han pasado diez años del debut de Alonso en Australia, aquel 4 de marzo de 2001, y no quería que se me escapara la ocasión sin darle un pequeño sitio al campeón en este blog.

Alonso ha sido y sigue siendo como esos héroes (o villanos, para algunos) que mantienen la tensión hasta el último fotograma de la película, porque sabes que sólo la bandera a cuadros puede ya impedirle sacarse una estratagema letal de debajo de la manga, o aprovecharse del más mínimo desliz del rival; es uno de esos pilotos capaces de enardecer la pasión por un deporte, y así lo demuestran todos los españoles y no españoles que en cada GP se congregan delante del televisor esperando que haga magia o que la pifie.

 

A mí me parece muy grande, y creo que todos aquellos que se ensañan con él por no ser el Hermano Gemelo de Dios, por no quedar por encima de todos en todas y cada una de las ocasiones, no hacen más que confirmar implícitamente su grandeza. Igual que los que siguen expectantes cada GP con la esperanza de verlo hundido; con todos mis respetos por un piloto que quizás no ha tenido muchas oportunidades, y al que cito sólo como ejemplo, no creo que multitudes de hindúes mantengan los dedos cruzados durante una carrera para que a Karthikeyan le vayan mal las cosas… sería una apuesta sin riesgo ni gracia.

 

No me gusta discutir. Prefiero disfrutar del pilotaje de ALO. Para muestra os dejo un link a esta castiza versión de un clásico, y creo que sobra la dialéctica:

http://www.youtube.com/watch?v=wDRAVNd6svM

A mí Alonso me ha ayudado a descubrir la alegría que pueden dar cosas aparentemente banales, como la pasión por un deporte que me atraía desde niño, y le estoy muy agradecido por ello.

Felicidades por estos diez años, campeón. Como dice mi amiga Mamenf1, en este blog siempre tendrás tu sitio.

Fotos:

webfamosos.com

absolutgijon.com

TAL VEZ EL OFICIO MÁS ANTIGUO DEL MUNDO

Pese a que solemos asociarlo con tecnología “galáctica” e impacto mediático, para conseguir financiación multimillonaria de patrocinadores de los cinco continentes, posiblemente uno de los oficios más antiguos del mundo sea el de piloto de carreras. Como cualquier oficio tan antiguo, seguramente tiende a satisfacer un deseo primario del ser humano: ser más, mejor, llegar primero, quedar por encima, reforzar el ego. Al menos en este caso lo primario puede ser simplemente otra cara de lo sublime: ¿acaso lo que en el fondo buscan los grandes campeones no es desafiar las leyes de la materia de que están hechos para convertirse momentáneamente en dioses o, como poco, acercarse más a ellos? Senna decía que, a su paso por la curva de Eaux Rouges, hablaba con Dios. Lo que nunca trascendió fue si Lo Tuteaba.

El origen de las carreras se va desdibujando a medida que su búsqueda nos acerca al territorio de lo mítico. Las primeras evidencias artísticas de la existencia de carreras de carros se han encontrado en restos de cerámica del s. XIII A.C., pertenecientes a la civilización micénica. La primera referencia literaria a dichas competiciones es la descripción que hace Homero (s. VIII A.C.) en la Ilíada de una carrera alrededor del tocón de un árbol, en la que el ganador, Diomedes, recibió como premio una esclava y un caldero. El caldero casi prefigura las copas que se entregan en el podio a los pilotos de hoy. En cuanto a la esclava… bueno, lo cierto es que, sobre todo en las actuales carreras de F1, la presencia de la mujer de puertas a fuera es casi exclusivamente decorativa, pero tampoco llegamos a semejantes extremos… Eso sí, ya que la propia esencia de esta competición consiste en romper barreras, estoy deseando que aparezca pronto una piloto de F1 que a todos sus compañeros les dé caña hasta en el carnet de identidad.

Precisamente parece ser que las carreras de carros eran la excepción a la norma que prohibía a las mujeres participar en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad, e incluso asistir a ellos como espectadoras, ya que hay constancia de que una espartana, llamada Cinisca, ganó dos veces una carrera de carros. También al contrario que en otros acontecimientos olímpicos, en que los participantes competían desnudos, en las carreras de carros los corredores vestían una prenda llamada xystis, seguramente para tratar de paliar las graves consecuencias que podía tener una caída con arrastre. Así es que los monos de los pilotos no son de ayer por la tarde…

Como en tantos otros casos, los romanos supieron transformar tradiciones heredadas o importadas de otros pueblos en grandiosos espectáculos de masas. En la antigua Roma las carreras se celebraban en un circo, y parece ser que tenían lugar conforme a una programación anual bastante regular. Nada nuevo bajo el sol. El lugar más importante donde se celebraban las carreras era el Circo Máximo de Roma, de origen muy antiguo, reconstruido por Julio César en el 50 A.C. El Circo Máximo era una pista de carreras con forma de proyectil muy alargado, cuya superficie era equivalente a seis de los actuales estadios olímpicos, rodeada por una edificación de cuatro plantas capaz de albergar a unos 200.000 espectadores. Se dice que ha sido el mayor estadio “deportivo” de toda la historia de la Humanidad. En el centro de la pista había una mediana llamada “spina”  y en cada extremo de ésta un poste, alrededor del cual tenían que girar los carros. Las carreras eran a 7 vueltas, por las 60 ó 70 en la F1 actual, pero es que el forraje da bastante menos rendimiento energético que la gasolina.

Las carreras se celebraban por equipos, llamados “facciones”. Inicialmente hubo cuatro: azul, verde, blanca y roja. Corrían 3 carros por equipo, y cada carro podía ir tirado por 2, 4 ó 6 caballos, aunque se dice que en alguna carrera de exhibición se llegó a correr con 10, lo cual exigía al conductor unas dotes prodigiosas de control; debía de ser algo así como un motor turbo de 1.500 hp. El caballo que iba situado en la parte izquierda no tiraba, sino que iba sujeto a sus compañeros y era el encargado de guiarles en las maniobras que el conductor, “auriga”, realizaba. Los aurigas llevaban protecciones de cuero y cascos y, también como hoy en día, en su vestimenta se hacían bien visibles los colores de su equipo. El oficio de auriga era muy peligroso. Se trataba de competiciones extremadamente violentas donde valía todo o casi todo, incluyendo golpear con el látigo a los rivales o engancharlos con él para arrancarlos del carro, lanzado a toda velocidad, o tratar de estrellar a los competidores contra la spina.

Los carros tomaban la salida desde unas cocheras situadas en el extremo “plano” de la pista, que se abrían mecánicamente de forma simultánea cuando el emperador, o quien ejerciera de anfitrión del espectáculo, dejaba caer al suelo un paño conocido como “mappa”. La zona preferida por el público era el extremo curvo de la pista, que era donde, al girar los carros, se producían las colisiones más violentas y, como resultado, se formaban auténticos amasijos de maderas, hierros, caballos y jinetes que, en el argot de las carreras, se denominaban  “naufragia”. Otras veces, en caso de colisión, los aurigas no podían soltar las riendas, que llevaban enrolladas a la cintura, y eran arrastrados por todo el circo hasta la muerte. No, no había FIA, ni comisarios, ni safety car, ni coche médico, no había nada de nada, los aurigas sólo disponían de un cuchillo con el que intentaban liberarse de sus riendas en caso de accidente. En esa materia, la única ventaja que indiscutiblemente tenían aquellos precursores respecto de los pilotos actuales era la TOTAL SEGURIDAD de que su vehículo no iba a incendiarse…

La popularidad de las carreras de carros llegó a ser extraordinaria entre los romanos y dio lugar a un abundante mercado de apuestas. Se dice que, con ocasión de la celebración de una de estas competiciones, la ciudad de Roma se quedó tan desierta que el emperador Augusto tuvo que establecer patrullas militares de vigilancia para evitar el pillaje. Esa popularidad y la afición del pueblo romano por los distintos equipos llevó a la cumbre del éxito a varios aurigas, algunos de los cuales han pasado a la historia, como Scorpus, de la facción verde, de quien se dice que en el s. I D.C. ganó cerca de 2000 carreras antes de morir a los 27 años en una colisión ¡¡¡ con el poste de meta !!! Otro ejemplo fue Gaius Appuleius Diocles, que ha pasado a la historia por su sobresaliente palmarés deportivo… y financiero. Este auriga vivió en el s. II D.C. y, según se dice en su lápida funeraria, tomó la salida en 4.247 carreras, de las cuales ganó un 35% y quedó segundo en un 33%. De acuerdo con un estudio de Peter Struck, profesor de la Universidad de Pennsylvania, a lo largo de su carrera este piloto llegó a ganar 35.863.120 sestercios, equivalentes hoy en día a unos casi 15.000 millones de dólares. Compitió hasta los 42 años. Por cierto, corría para el equipo rojo.  No, no era de Germania, era de Lusitania… Para ilustrar la pasión que despertaban estas estrellas de la pista, el profesor Garrett G. Fagan, también de la Universidad de Pennsylvania, refiere la siguiente anécdota: en el año 390 D.C., en la ciudad de Tesalónica, un famoso auriga se insinuó sexualmente a un general romano, quien ordenó el inmediato arresto del corredor. Fue tal la indignación popular por el trato dispensado a su ídolo, que la turbamulta enfurecida asaltó la prisión, liberó al auriga, linchó al general y, ya puestos, incendió la ciudad. Los disturbios cobraron tal magnitud que el emperador tuvo que enviar al ejército a Tesalónica y el enfrentamiento se saldó con 7.000 muertos. Eso es fanatismo por un piloto y lo demás son cuentos.

Pero no todo era idolatría. Los historiadores creen que en esa atmósfera de competitividad extrema y pasiones desbordadas no eran infrecuenten los casos de envenenamiento de caballos e incluso de aurigas rivales. En nuestra era, que se sepa, nunca se ha llegado a tanto. Los casos más escandalosos han consistido en pagar a algún empleado de una escudería rival para que añadiera “algo” a la gasolina de uno de sus pilotos, o en sacar a un competidor de la pista intencionadamente. Siempre reconforta darse cuenta de que la conciencia moral, poco a poco, va calando… A pesar de los siglos transcurridos, sigue resultando sobrecogedor el legado de odio congelado en piedra que nos dejó un aficionado en una inscripción, a modo de graffiti, que dice así:

Yo te invoco, ¡oh demonio!, quienquiera que seas, para pedirte que desde esta misma hora, desde este mismo día, desde este mismo momento, tortures y mates a los caballos de las facciones verde y blanca, y que del mismo modo aplastes y mates a los aurigas Claro, Philico, Primo y Romano, y no dejes ni un soplo de aliento en sus cuerpos.”

En esto tampoco hemos cambiado mucho, si consideramos las lindezas con que uno se tropieza en cuanto se interna en los medios de comunicación digitales especializados en F1. Nada nuevo bajo el sol. Bueno, sí, al menos entonces cuando se maldecía a un piloto, se hacía con clase.

 Fuentes consultadas:

 –          Wikipedia: Carreras de carros, Circo Máximo

–          MaDi – Arma virumque cano, Blog de aula para Latín 4º ESO

–          Diario Expansión 06/09/2010

–          History of ancient Rome, Garrett G. Fagan, The Teaching Company

GANAR SEGURO

Andando me cruzo con una sucursal del Santander. De forma mecánica dejo que mis ojos recorran la publicidad pegada en uno de sus ventanales mientras sigo mi camino: “HAY UNA FORMA SEGURA PARA GANAR…”. Por los pelos, ya en el límite de mi campo visual, una imagen me captura con la violencia de un cepo de caza: UNA GORRA DE FERRARI. Durante un instante las persianas blancas se vuelven dientes y la abertura del ventanal se transfigura en una bocaza desmesuradamente abierta que me despacha una carcajada ensordecedora, y entonces una especie de reacción eléctrica me impulsa “a liarme a pedradas contra los cristales”, como le pasó al Sabina. Afortunadamente, antes que de lo que me han enseñado, de quién soy o de dónde vengo, me acuerdo de a dónde voy: a la comisaría que está cincuenta metros más arriba, a renovarme el DNI, y ya un poco más centrado decido que prefiero entrar y salir de ella por mi propia voluntad.

La verdad es que el mundo en que vivimos resulta poco tranquilizador, pero aún hay que dar las gracias si piensa uno que lo que sucede cada día es sólo la punta del iceberg de todo lo que podría pasar…

Fuente foto: todoformula1.net

BAHAREIN

Bueno, ya me lo estoy imaginando y me estoy empezando a poner nervioso: Domingo 14 de marzo, 12,59 hora peninsular. Vista desde un plano largo en la televisión la parrilla de salida de Baharein parece un tapete gris con puntadas de todos los colores perfectamente alineadas a ambos lados. Los semáforos rojos se van apagando uno a uno. Los pilotos revolucionan sus motores para soltar el embrague manual en el momento justo y el bramido de las máquinas se acerca a lo inimaginable; sus corazones, como cuando los pies se van al ritmo de la música, siguen a los motores y rondan las 200 pulsaciones por minuto; los de los espectadores, que normalmente no dan tanto de sí, sólo alcanzan unas 120 en casos de fanatismo extremo. Se apaga el último semáforo rojo y empiezan a correr esos tres segundos que parecen una era geológica. Dentro de cada uno de los cascos sólo existe una idea: llegar bien colocado a la entrada de la curva 1, el resto del futuro no es más que un chiste malo.  Se encienden los semáforos verdes. El bramido de los motores llega a su paroxismo y, como si el tapete reventara, las puntadas multicolores saltan y se desparraman por toda su superficie sorteándose unas a otras, lanzadas en medio de una nube de humo hacia la primera curva. La aventura ha comenzado. Mucha suerte, chicos…


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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