A principios del pasado año tuve una gratísima sorpresa: los Presidentes Magos me trajeron como regalo el reencuentro, no con uno de mis antiguos profesores, sino con uno de mis eternos maestros. Por ejemplificar la diferencia que veo: si fuéramos tazas, un profesor nos llenaría, más o menos, de café, té o achicoria, según su capacidad y sus posibilidades, mientras que un maestro nos ayudaría a descubrir si estábamos hechos de aluminio, de porcelana o de plástico, si éramos más aptos para una sobremesa elegante o para un vivac, qué colores predominaban en nuestra decoración… Así, la influencia del maestro nos acompaña siempre, porque, al no imponernos su personalidad, aquélla tiene más que ver con lo que somos nosotros que con lo que nuestro mentor es.
Antes de continuar, he de aclarar la inexactitud de calificar a mi profe de “setentero”; ya jubilado, él lleva a sus espaldas una experiencia pedagógica de unas cuatro décadas, si no me equivoco. En realidad, el “setentero” soy yo, si entendemos por tal que pertenezco a la generación que, a mediados de los setenta, estaba en esa etapa tan plástica de la vida que es alrededor de los diez años.
Ni que decir tiene que nuestro reencuentro me removió montones de vivencias de esa época, ya muy lejana. Es sorprendente cuántos cabos de ese tapiz deshilachado que forman los recuerdos pululan por nuestra mente, como flagelos, sin que nos demos cuenta, hasta que algo o alguien los hace apelmazarse; entonces los podemos agarrar y tirar, no sin cierta dosis de incertidumbre: como en el juego de los palitos largo y corto, durante una fracción de segundo no sabemos qué aparecerá detrás. Unas veces todo queda en un pequeño pasaje de un libro que leímos en pantalones cortos, en el fragmento casi insignificante de una conversación, o en el relámpago de una imagen, probablemente a medio camino entre el reportaje fotográfico y lo onírico; otras veces el trozo del mural que sale de las sombras encierra un sentido completo.
En el caso de mi maestro, me sigue sorprendiendo como una paradoja lo distintas que son nuestras visiones de la vida y, a la vez, cuánto tienen en común. Para empezar, compartimos el “color” de nuestros recuerdos. En cada una de nuestras conversaciones puedo percibir, sin el más leve asomo de duda que, desde dos perspectivas diferentes, al desgranar aquellos años en que coincidimos en las aulas nuestras emociones están teñidas de un mismo tono, que vibramos en la misma “longitud de onda”.
Quizás tratando de trasladar el acento de esa emoción común a la perspectiva propia de mi profe, me planteé jugar a reportero y hacerle una entrevista, lo que él admitió a regañadientes – a cualquiera que sepa de quién estoy hablando eso no le extrañará lo más mínimo -. Convinimos en que las preguntas se las haría por escrito, supongo que más por pudor que por otra cosa. Pasado un tiempo tras la entrega del cuestionario, me envió unos versos parafraseando a Lope, que empezaban así:
Una entrevista me manda hacer José Ignacio
que en mi vida me he visto en tal aprieto,
¡menudo mamotreto! (…)
para acabar diciéndome que creía que a mis preguntas quienes teníamos que contestar éramos los de mi generación, no él. ¡Genio y figura! Enlazando con el comienzo de esta entrada, supongo que, en el fondo, con ello me estaba dando una más de sus lecciones de maestro.
En fin que, tal cual, traslado al ciberespacio las preguntas, por si alguien se siente llamado a recoger el guante:
– ¿Has notado cambios en la actitud de los alumnos hacia el profesor como persona y hacia la enseñanza en general durante todos esos años?
– Centrémonos en la generación que ahora tiene alrededor de 45 años; ¿crees que existe algún rasgo o conjunto de rasgos personales que define a los integrantes de esa generación?
– Los integrantes de esa generación tienen unos 10 años durante la transición política en España. ¿Crees que la experiencia de la transición, vivida a través de sus mayores, ha influido en ellos? ¿En qué forma? ¿Hay, en general, una actitud más receptiva o más recelosa ante los cambios a gran escala?
– Como a cualquier niño, nos caracterizaba el gusto por la aventura y por el descubrimiento, pero pienso que, por lo común, no llegábamos a salirnos de la realidad y no contábamos con que nadie nos sacara del atolladero si nos metíamos en problemas. ¿Crees que eso mismo podría decirse de los muchachos que actualmente tienen entre 10 y 15 años?
– Tomemos, por ejemplo, los programas de televisión dirigidos a los niños. Creo que en las que vieron crecer a aquella generación había, como es lógico, una cierta distorsión de la realidad, pero sin llegar a romper totalmente con ella. Sin embargo, mi impresión es que, en general, los de hoy en día están pobladas de seres con poderes ininteligibles, o de personas que no se sabe muy bien qué edad tienen, que viven a medio camino entre el adolescente y el adulto. Tengo la sensación de que los chicos de hoy en día están mucho más desconectadas de la realidad. ¿Qué piensas de esto?
– Entonces, ¿qué diferencias destacarías entre la generación de “cuarentones” y la de los hijos de éstos?
– Hablamos de una generación que todavía vivía en la calle, que jugaba, literalmente, con fuego, que se aventuraba por solares y casas abandonadas, cuando aún quedaban en las ciudades. Muchas veces se oye decir que esa generación creció aprendiendo a asumir su responsabilidad ante las consecuencias de sus propios actos, y que los escolares actuales sólo saben exigir y les falta firmeza para enfrentarse a la vida. ¿Crees que eso es cierto? De ser así, ¿no resulta paradójica esa situación, en un mundo en el que existen unos mecanismos legales para exigir responsabilidades a los demás que eran impensables, no ya hace cuarenta, sino hace sólo veinte años?
– A veces uno piensa que a los padres de hoy nos cuesta mantenernos en nuestro sitio. ¿Qué ha cambiado? ¿Los padres antes no llegaban cansados a casa? ¿Estaban hechos de otra pasta? ¿O tenían más claro su papel ante los hijos, acertada o equivocadamente?
– ¿Quizás consentimos y, a la vez, exigimos mucho más de lo que nos consintieron y exigieron a nosotros?
– Me viene a la cabeza aquella frase que se atribuye a De Gaulle, a punto de sacar los tanques frente a las protestas del 68:<<La récréation est terminée!>> Muchas personas de entre 40 y 50 años se han vuelto más conservadoras (o liberales, si se prefiere) de lo que fueron ellos mismos en su primera juventud e incluso de lo que lo fueron sus padres. ¿Es el péndulo de la historia? ¿No esconde este cambio de actitud un cierto reproche a la generación precedente, como si aquéllos hubieran pasado más tiempo del debido en el “recreo”, jugando a la revolución, en vez de preocuparse de entender realmente las necesidades de sus hijos?
– Por último, ¿podría decirse que, en un sentido psicológico, se nace con el potencial de ser una persona, pero no siendo persona? ¿Cómo se puede ayudar a otro a llegar a ser una persona?
Foto: http://supervivenciaemocional.blogia.com/2008/071501-socrates.php
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