Archivo de febrero 2012

ENTREVISTA A UN PROFE SETENTERO

A principios del pasado año tuve una gratísima sorpresa: los Presidentes Magos me trajeron como regalo el reencuentro, no con uno de mis antiguos profesores, sino con uno de mis eternos maestros. Por ejemplificar la diferencia que veo: si fuéramos tazas, un profesor nos llenaría, más o menos, de café, té o achicoria, según su capacidad y sus posibilidades, mientras que un maestro nos ayudaría a descubrir si estábamos hechos de aluminio, de porcelana o de plástico, si éramos más aptos para una sobremesa elegante o para un vivac, qué colores predominaban en nuestra decoración… Así, la influencia del maestro nos acompaña siempre, porque, al no imponernos su personalidad, aquélla tiene más que ver con lo que somos nosotros que con lo que nuestro mentor es.

Antes de continuar, he de aclarar la inexactitud de calificar a mi profe de “setentero”; ya jubilado, él lleva a sus espaldas una experiencia pedagógica de unas cuatro décadas, si no me equivoco. En realidad, el “setentero” soy yo, si entendemos por tal que pertenezco a la generación que, a mediados de los setenta, estaba en esa etapa tan plástica de la vida que es alrededor de los diez años.

Ni que decir tiene que nuestro reencuentro me removió montones de vivencias de esa época, ya muy lejana. Es sorprendente cuántos cabos de ese tapiz deshilachado que forman los recuerdos pululan por nuestra mente, como flagelos, sin que nos demos cuenta, hasta que algo o alguien los hace apelmazarse; entonces los podemos agarrar y tirar, no sin cierta dosis de incertidumbre: como en el juego de los palitos largo y corto, durante una fracción de segundo no sabemos qué aparecerá detrás. Unas veces todo queda en un pequeño pasaje de un libro que leímos en pantalones cortos, en el fragmento casi insignificante de una conversación, o en el relámpago de una imagen, probablemente a medio camino entre el reportaje fotográfico y lo onírico; otras veces el trozo del mural que sale de las sombras encierra un sentido completo.

En el caso de mi maestro, me sigue sorprendiendo como una paradoja lo distintas que son nuestras visiones de la vida y, a la vez, cuánto tienen en común. Para empezar, compartimos el “color” de nuestros recuerdos. En cada una de nuestras conversaciones puedo percibir, sin el más leve asomo de duda que, desde dos perspectivas diferentes, al desgranar aquellos años en que coincidimos en las aulas nuestras emociones están teñidas de un mismo tono, que vibramos en la misma “longitud de onda”.

Quizás tratando de trasladar el acento de esa emoción común a la perspectiva propia de mi profe, me planteé jugar a reportero y hacerle una entrevista, lo que él admitió a regañadientes – a cualquiera que sepa de quién estoy hablando eso no le extrañará lo más mínimo -. Convinimos en que las preguntas se las haría por escrito, supongo que más por pudor que por otra cosa. Pasado un tiempo tras la entrega del cuestionario, me envió unos versos parafraseando a Lope, que empezaban así:

Una entrevista me manda hacer José Ignacio

que en mi vida me he visto en tal aprieto,

¡menudo mamotreto! (…)

para acabar diciéndome que creía que a mis preguntas quienes teníamos que contestar éramos los de mi generación, no él. ¡Genio y figura! Enlazando con el comienzo de esta entrada, supongo que, en el fondo, con ello me estaba dando una más de sus lecciones de maestro.

En fin que, tal cual, traslado al ciberespacio las preguntas, por si alguien se siente llamado a recoger el guante:

– ¿Has notado cambios en la actitud de los alumnos hacia el profesor como persona y hacia la enseñanza en general durante todos esos años?

– Centrémonos en la generación que ahora tiene alrededor de 45 años; ¿crees que existe algún rasgo o conjunto de rasgos personales que define a los integrantes de esa generación?

– Los integrantes de esa generación tienen unos 10 años durante la transición política en España. ¿Crees que la experiencia de la transición, vivida a través de sus mayores, ha influido en ellos? ¿En qué forma? ¿Hay, en general, una actitud más receptiva o más recelosa ante los cambios a gran escala?

– Como a cualquier niño, nos caracterizaba el gusto por la aventura y por el descubrimiento, pero pienso que, por lo común, no llegábamos a salirnos de la realidad y no contábamos con que nadie nos sacara del atolladero si nos metíamos en problemas. ¿Crees que eso mismo podría decirse de los muchachos que actualmente tienen entre 10 y 15 años?

– Tomemos, por ejemplo, los programas de televisión dirigidos a los niños. Creo que en las que vieron crecer a aquella generación había, como es lógico, una cierta distorsión de la realidad, pero sin llegar a romper totalmente con ella. Sin embargo, mi impresión es que, en general, los de hoy en día están pobladas de seres con poderes ininteligibles, o de personas que no se sabe muy bien qué edad tienen, que viven a medio camino entre el adolescente y el adulto. Tengo la sensación de que los chicos de hoy en día están mucho más desconectadas de la realidad. ¿Qué piensas de esto?

– Entonces, ¿qué diferencias destacarías entre la generación de “cuarentones” y la de los hijos de éstos?

– Hablamos de una generación que todavía vivía en la calle, que jugaba, literalmente, con fuego, que se aventuraba por solares y casas abandonadas, cuando aún quedaban en las ciudades. Muchas veces se oye decir que esa generación creció aprendiendo a asumir su responsabilidad ante las consecuencias de sus propios actos, y que los escolares actuales sólo saben exigir y les falta firmeza para enfrentarse a la vida. ¿Crees que eso es cierto? De ser así, ¿no resulta paradójica esa situación, en un mundo en el que existen unos mecanismos legales para exigir responsabilidades a los demás que eran impensables, no ya hace cuarenta, sino hace sólo veinte años?

– A veces uno piensa que a los padres de hoy nos cuesta mantenernos en nuestro sitio. ¿Qué ha cambiado? ¿Los padres antes no llegaban cansados a casa? ¿Estaban hechos de otra pasta? ¿O tenían más claro su papel ante los hijos, acertada o equivocadamente?

– ¿Quizás consentimos y, a la vez, exigimos mucho más de lo que nos consintieron y exigieron a nosotros?

– Me viene a la cabeza aquella frase que se atribuye a De Gaulle, a punto de sacar los tanques frente a las protestas del 68:<<La récréation est terminée!>> Muchas personas de entre 40 y 50 años se han vuelto más conservadoras (o liberales, si se prefiere) de lo que fueron ellos mismos en su primera juventud e incluso de lo que lo fueron sus padres. ¿Es el péndulo de la historia? ¿No esconde este cambio de actitud un cierto reproche a la generación precedente, como si aquéllos hubieran pasado más tiempo del debido en el “recreo”, jugando a la revolución, en vez de preocuparse de entender realmente las necesidades de sus hijos?

– Por último, ¿podría decirse que, en un sentido psicológico, se nace con el potencial de ser una persona, pero no siendo persona? ¿Cómo se puede ayudar a otro a llegar a ser una persona?

Foto: http://supervivenciaemocional.blogia.com/2008/071501-socrates.php

DEL AMOR (Y DE LO QUE SÓLO LO PARECE)

En su libro “La inutilidad del sufrimiento”, la psicóloga Mª Jesús Álava propone al lector la búsqueda de una definición del amor. La verdad es que produce un cierto rubor embarcarse en semejante empresa, y más aún anunciar su resultado, porque tratar de embotellar en categorías una idea tan llena de energía y de misterio y, por otra parte, tan ambigua y escurridiza, parece un signo de locura, cuando no de estupidez. Pero bueno, ya se tome como una empresa de exploración, como desafío, o como un simple pasatiempo, y cualquiera que pueda ser el diagnóstico del amable lector, esto es lo mejor que he sido capaz de conseguir:

Amor es la emoción, basada en una percepción de la auténtica esencia del objeto amado no reducible a lo puramente racional, que busca, a través de la relación con el mismo, la expresión más completa de su verdadero ser por parte de aquél, en el convencimiento de que tal expresión de sí mismo es lo mejor que el objeto amado puede ofrecernos a nosotros y a todos los demás.

Aquí el término «objeto» lo empleo en su acepción psicológica, que comprende a las personas como objeto de los sentimientos de otras. De hecho, tal como ha quedado la definición, creo que, en puridad, sólo es aplicable cuando el «objeto amado» es otra persona, por lo que no cabe hablar en el mismo sentido de amor hacia animales o plantas, y menos hacia «cosas»; en mi opinión ese tipo de afectos son realmente una expresión de amor hacia uno mismo, en la medida en que sentimos que nuestra relación con determinados seres (animales, plantas, cosas), potencian aspectos positivos de nuestro propio ser. 

La definición que propongo trata de subrayar la naturaleza intuitiva y no puramente racional de la atracción amorosa, para separar ésta, en lo posible, de las convicciones ideológicas o religiosas, a mi juicio más alejadas de la experiencia directa de lo intuitivo, y muy teñidas, generalmente, de elementos “racionales” – a este respecto me viene a la cabeza un párrafo de una novela francesa, de la que no recuerdo ni título ni autor, donde, de uno de sus personajes, se decía que “necesitaba más la amistad que a los amigos”; o sea, que aquel individuo encontraba mayor motivación en un concepto que en las personas de carne y hueso que podían ser encuadradas en el mismo -. También he procurado distinguir [percepción de la auténtica esencia del objeto amado] lo que yo identifico con el verdadero amor de todas las proyecciones que habitualmente rodean al enamoramiento, en que solemos investir al objeto amado, casi compulsivamente, de características que se parecen a la realidad lo que un huevo a una castaña. El fragmento “que busca, a través de la relación con el mismo, la expresión más completa de su auténtico ser por parte de aquél” intenta destacar dos aspectos que me parecen muy importantes para acercarnos al concepto buscado, a saber: que el amor es más que una pasión, requiere poner algo por parte del amante, realmente es una acción, de ahí el verbo “buscar”, y también que el amor no tiene nada que ver con las necesidades derivadas de las propias carencias, es decir, con la dependencia del ser amado; dicho de otra forma: el amor no busca que otro nos llene, sino “la expresión más completa de su auténtico ser por parte de aquél (del objeto amado)”, busca que el otro sea “más intensamente” él mismo, por el valor que a ello le concedemos. Finalmente, he incluido en la definición el elemento de “convencimiento” porque creo que el amor hacia otro no es posible sin partir de la fe en uno mismo. Esa fe es la que nos permite creer en lo acertado de la intuición que nos sirve de punto de partida y nos da la energía necesaria para emprender el camino, apenas vislumbrado, que dicha intuición nos señala.

Foto: San Valentin supervisa la construcción de su basílica en Terni; http://en.wikipedia.org/wiki/Saint_Valentine

EL MINOTAURO

Se acaban de dictar medidas para sanear el sector financiero. Se trata de mejorar la confianza en el mismo exigiendo a las entidades financieras mayor transparencia y garantías en relación con sus activos inmobiliarios – en su mayoría, supongo, procedentes de embargos -. Los objetivos: incentivar la salida al mercado de viviendas a precios más asequibles y que el sector financiero recupere su función de proporcionar a las pequeñas economías el crédito necesario, todo ello, se dice, sin recurrir al dinero público. Como suele suceder en estos casos, hay quienes no confían en las medidas adoptadas y aseguran que lo que de verdad se pretende es poner entregar el mercado financiero español a los grandes bancos. Razonan que las entidades pequeñas no podrán sanear sus balances por sí solas, con lo cual la disyuntiva es proporcionarles dinero público o verse forzadas a la absorción por parte de grandes bancos, con lo que el poder financiero se concentrará en manos de gigantes. Éstos no tienen ninguna necesidad de dar salida a sus inmuebles a menor precio, porque pueden esperar lo que haga falta, y que no van a dar crédito a las pequeñas economías, porque les es más rentable destinarlo a otras operaciones.

No pretendo – ni estoy preparado para ello – juzgar el acierto técnico de cada una de esas posturas. Creo que llega un momento en que lo puramente “racional” o “lógico” sólo sirve para navegar en círculo, y ese es el momento de intentar subir un peldaño más alto, de contemplar el problema desde otra perspectiva, en un intento de trascender la contradicción que lo alimenta. Tampoco quiero ser provocador; soy consciente de que para aquél que ha perdido su trabajo o que ya vive amargado de tanto pelear desde que se levanta estas reflexiones, o cualesquiera otras, pueden resultar hasta irritantes. Pero precisamente ese sufrimiento y el que se nos anuncia, aún mayor y más extendido, me lleva a la conclusión de que lo que está pasando es demasiado importante para dejarlo en manos de técnicos, tecnócratas y “especialistas”, que los conceptos de los economistas y de los políticos son ya, no árboles, sino zarzas que nos impiden ver el bosque de lo que está sucediendo. Los hechos, a su manera, nos están contando una historia. La historia que nos cuentan es nuestra historia, una historia ancestral. Y los hechos son muy tercos: no se van a callar hasta que los/nos escuchemos.

A menudo se ha comparado a las entidades financieras con el corazón que bombea la sangre del crédito a través de la comunidad. Creo firmemente que “una imagen vale más que mil palabras”, y puestos a dejar que imágenes y símbolos empiecen a entrar en juego y a contarnos su historia, la actual situación que gran parte de la humanidad atraviesa en relación con el poder financiero me evoca la imagen de un corazón hipertrofiado a fuerza de tragarse toda la sangre que le llega, en vez de impulsarla y distribuirla. E inmediatamente esa imagen me señala el mito de Teseo y el Minotauro.

La historia del toro – hombre es bastante conocida: el legendario Minos se disputaba el trono de Creta con sus hermanos y pidió al dios Poseidón que mandara un toro del mar como señal de que el trono le correspondía por derecho divino, con el compromiso de sacrificar al animal en su honor. El toro fue enviado y Minos coronado rey, <<pero, cuando pudo apreciar la majestad de la bestia (…) pensó en las ventajas que le traería ser dueño de tal ejemplar y decidió arriesgar una sustitución mercantil, que supuso que el dios no tomaría en cuenta. Por lo tanto, ofrendó en el altar de Poseidón el mejor toro blanco que poseía y agregó el otro a su ganado>>. El caso es que, durante una de las belicosas ausencias de Minos, su esposa, la reina Pasifae, fue poseída por el toro y, fruto de aquella unión nació un monstruo, mitad hombre y mitad toro, el Minotauro. Como se verá enseguida, Minos se sintió culpable de lo sucedido y, para ocultar un hecho tan vergonzoso, hizo construir un laberinto en cuyo centro ocultó al monstruo <<y desde entonces fue alimentado con mancebos y doncellas vivos, arrebatados como tributo a las naciones conquistadas por el dominio cretense>>.

Los párrafos entrecomillados en cursiva pertenecen al libro “El héroe de las mil caras”, de Joseph Campbell, al que ya me he referido, al menos, en otra ocasión. Lo que sigue no tiene desperdicio:

<<De acuerdo con la antigua leyenda, la falta original no fue de la reina, sino del rey, y él no pudo culparla, porque recordaba lo que había hecho. Había convertido un asunto público en un negocio personal, sin tener en cuenta que el sentido de su investidura como rey implicaba que ya no era meramente una persona privada. La devolución del toro debería haber simbolizado su absoluta sumisión a las funciones de su dignidad. El haberlo retenido significaba, en cambio, un impulso de engrandecimiento egocéntrico. Así el rey elegido “por la gracia de Dios”, se convirtió en un peligroso tirano acaparador. Así como los ritos tradicionales de iniciación enseñaban al individuo a morir para el pasado y renacer para el futuro, los grandes ceremoniales de la investidura lo desposeían de su carácter privado y lo investían con el manto de su vocación. (…) Por el sacrilegio de haber rehusado el rito, el individuo se separaba como unidad de la unidad mayor de la comunidad entera; el Uno se disgregaba en los muchos y éstos se combatían los unos a los otros, luchando cada uno por sí mismo, y podían ser gobernados sólo por la fuerza.

La figura del Monstruo-Tirano es conocida (…) en todo el mundo, y sus características son esencialmente las mismas. Él es el avaro que atesora los beneficios generales. Es el monstruo ávido de los voraces derechos del “yo y lo mío”. Los estragos por él provocados están descritos en la mitología y en el cuento de hadas y son de universales consecuencias dentro de sus dominios. Éstos pueden (…) alcanzar a toda una civilización. El ego desproporcionado del tirano es una maldición para sí mismo y para su mundo aunque sus asuntos aparenten prosperidad. Aterrorizado por sí mismo, perseguido por el temor, desconfiado de las manos que se le tienden y luchando contra las agresiones anticipadas de su medio, que son en principio los reflejos de los impulsos incontrolables de adquisición que se albergan en él, el gigante de independencia adquirida por sí mismo es el mensajero mundial del desastre, aún en el caso de que en él alienten intenciones humanas. Donde pone la mano surge un grito (…); un grito por el héroe redentor, el que lleva la brillante espada, cuyo golpe, cuyo toque, cuya existencia libertará la tierra.

(…) los cismas en el alma y los cismas en el cuerpo social no han de resolverse con programas de retorno a los días pasados (arcaísmo), o por medio de programas que garanticen un futuro idealmente proyectado (futurismo) ni tampoco por el trabajo tenaz y realista de encadenar todos los elementos destructivos. Sólo el nacimiento puede conquistar la muerte, el nacimiento, no de algo viejo, sino de algo nuevo. (…)

Teseo, el héroe que mató al Minotauro, vino a Creta de fuera como símbolo y brazo de la creciente civilización de los griegos. Era lo nuevo y lo vivo. Pero también es posible buscar el principio de regeneración y encontrarlo dentro de los muros mismos del imperio del tirano>>

Sólo diré que, mientras leía, acudían a mi mente imágenes de una Grecia atenazada – qué vueltas da la historia -, de Italia, Portugal y España respirando con agitación, sabiéndose en el “corredor de la muerte” de los candidatos a ser pasto de la bestia, de antidisturbios a palos con manifestantes. También han ido pasando, sobreimpresionados en el texto, los cuadros de cada una de las décadas que llevamos dedicándonos a tergiversar las palabras, a llamar individualismo, no a la búsqueda por cada cual de su sitio en el mundo, desde la armonía,  sino a la adoración compulsiva del ego, caiga quien caiga; las mismas que hemos pasado haciendo bandera de un liderazgo entendido, no como la cualidad personal que permite ayudar al otro a sacar lo mejor de sí mismo, sino como el correlato de la necesidad de sumisión de los demás, desde su inseguridad. En pintura que refleje ese período deben ocupar un lugar preeminente muchos políticos, todos los que, desde el miedo, la miopía, o la enfermedad mental, han acabado por convertir en asunto público de vida o muerte los negocios personales de los adoradores compulsivos de su propio ego. Después, como hizo Minos, a la bestia que ha nacido por culpa de su ambición o dejación la han puesto en medio de un laberinto y le han ido suministrando carnaza. Es verdad que todos tenemos parte de culpa en haber llegado a esto, pero yo sólo veo pagar a algunos.

No creo que la solución venga de un héroe foráneo, sino, como dice Campbell, desde << dentro de los muros mismos del imperio del tirano >>. Ya comenté en una ocasión – https://escritodesdelastripas.wordpress.com/2011/09/07/la-torre-de-babel/ – que, tal y como yo entiendo el mito de la Torre de Babel, la incomunicación entre los hombres no es la consecuencia de la falta que cometieron, sino la “falta” en sí, la causa misma del fracaso de la torre. La naturaleza aborta lo inviable, y no es posible para la humanidad elevarse por encima de sí misma cuando aún no tiene el grado de evolución suficiente para renunciar al culto al propio ego en la medida necesaria.

El corazón de cualquier animal está preparado para funcionar como una pieza en armonía con el resto del cuerpo de aquél, pero no podría hacerlo por mucho tiempo si trabajara sólo para alimentarse a sí mismo, porque el fallo de los demás sistemas del organismo, en los que necesita apoyarse, lo arrastraría enseguida a su propia destrucción.

En nuestra situación, seguramente será el propio “corazón” financiero, desbocado y desconectado del resto del “organismo”, el que nos abra la salida de emergencia, porque parece condenado a implosionar una vez que haya consumido todos los recursos que encuentre a su alcance. La buena noticia es que, en esa implosión, se llevará por delante todo el entramado del laberinto en que nos vemos presos. No sé qué o quién quedará en pie después de eso, pero, con la lección aprendida, a lo mejor cada uno de los fragmentos resultantes de esa ruina sea lo bastante pequeño como para tener cierta armonía interna y funcionar de un modo “orgánico”. Tal vez ese sea el comienzo de un proceso que haga posible llegar a una globalización de verdad.

Sí, parece que la naturaleza tiende a abortar lo inviable y, en este caso, creo que la globalización, tal como se entiende hoy en día, lo es, porque, al igual que pasó con la Torre de Babel, aún no ha llegado su tiempo histórico; el grado de evolución del ser humano es todavía insuficiente y, en su esfuerzo por desarrollar un “organismo planetario”, no ha sabido ir más allá de fabricar una especie de monstruo de Frankenstein aquejado, a la vez, de extrema desnutrición y de un cáncer galopante.

En el mito de Teseo, es el propio Dédalo, constructor del laberinto en que él mismo casi se pierde, el que inventa la argucia que permite al héroe griego acabar con el monstruo y volver a salir a la luz. Nuevamente, parece imprescindible citar a Campbell:

<< Y es muy curioso que el mismo científico que al servicio del rey culpable había sido el cerebro que concibió el horror del laberinto, con la misma facilidad pudo servir para alcanzar la meta de la libertad.

(…) En todas partes (…) los actos verdaderamente creadores están representados como aquellos que derivan de una especie de muerte con respecto al mundo y lo que sucede en el intervalo de la inexistencia del héroe, hasta que regresa como quien vuelve a nacer, engrandecido y lleno de fuerza creadora, hasta que es aceptado unánimemente por la especie humana >>

Tengo la sensación de que la propia estructura del sistema lo ha llevado a un coma irreversible, pero también creo que en ese estado de coma debe verse sobre todo un anuncio de renacimiento y de evolución. Como dice José Luis Sampedro, parece que << ya queda poco >>.

 

Foto: http://www.kalipedia.com/fotos/minotauro-collage-picasso-1933.html?x=20070718klpprcryc_178.Ies

KATMANDU

 

“Ser pobre no significa que solo puedas tener una educación pobre”. Este axioma, convertido en misión personal, llevará a Laia, una joven maestra infantil catalana, a centrar todos sus esfuerzos en enseñar a los niños más desfavorecidos de Katmandu, con la ayuda de Sharmila, también joven maestra. La película, nos mostrará las extremas contradicciones del país llevándonos desde los paisajes montañosos del Nepal, de una belleza casi onírica, hasta la sordidez de las chabolas de Katmandú, que el espectador prácticamente puede oler, y desde la mentalidad ancestral de sus habitantes, capaz de manifestarse de forma inhumana, hasta la calidez de una sociedad que jamás toleraría la soledad de un anciano.

Su encuentro con esta realidad inclasificable, unida a una vivencia casi fanática de su misión, llevará a la española al extremo de aceptar un matrimonio de conveniencia con tal de no ser expulsada del país. Por otra parte, la personalidad arrolladora de Laia empujará a Sharmila a ir más allá de los límites que siempre se había trazado, especialmente cuando entren en escena los más pobres de entre los pobres, aquéllos a los que ninguna casta puede siquiera acercarse sin comprometer su lugar en la comunidad: los “intocables”.

Con una excelente fotografía, que realza la exhibición del sabor local, y un retrato psicológico de los personajes que no pasa del boceto, la cinta hace bastantes concesiones al género documental. El personaje de Laia ayuda a poner de relieve una situación social desesperante que levanta ampollas: la tragedia de los niños excluidos de cualquier tipo de formación, ya que desde pequeños no pueden ahorrarse el más mínimo esfuerzo para arrancar a cada día su mísera subsistencia. Esta situación los deja atrapados en un círculo vicioso de pesadilla que los condena a ser esclavos perpetuos de la pobreza y que se erige en una auténtica muralla fortificada frente a los mayores esfuerzos por cambiar las cosas. En un segundo plano queda su amiga Sharmila que, para mi gusto, trae al espectador un mensaje tan importante como el anterior: lo importante que puede ser para cada uno el lugar que necesita ocupar entre los demás. De ahí que el paso de la libertad “negativa” – desprenderse de ataduras que sofocan – a la libertad positiva – crear vínculos que refuercen el sentido de la propia vida – debiera ser el resultado de un proceso totalmente consciente, regulado por las propias demandas de la persona, no un salto al vacío. Desde ese punto de vista, al salir del cine me vino a la mente la recomendación que hacía un psicólogo en un artículo sobre el tema: es muy conveniente que cualquiera que pretenda ayudar se pregunte si el otro desea ser ayudado, hasta dónde, cómo, por quién y cuándo. De lo contrario, aun con los mejores deseos, podemos caer, a escala individual, en la impertinencia, y a gran escala, en una forma de colonialismo.

Me ha llamado poderosamente la atención la figura del Lama. Su paso fugaz por la trama me recuerda a la función que suelen desempeñar los ancianos y los sabios en los mitos y fábulas. Profundamente anclado en su medio, este personaje, sin embargo, me da la impresión de levitar sobre la historia. Sin atacar lo establecido, pero contemplando todo lo que pasa como si mirara un mapa de carreteras, el Lama hace de vez en cuando las observaciones precisas para que los acontecimientos doblen recodos y sigan fluyendo.

Creo que es un película que no hay que perderse; eso sí, con dos recomendaciones: a pesar de la calificación no llevar a los niños y buscarse un plan para animarse un poco después.

Foto: http://www.google.es/imgres?q=katmand%C3%BA+un+espejo+en+el+cielo&hl=es&biw=1024&bih=571&gbv=2&tbm=isch&tbnid=1R1zwVzGXcqm0M:&imgrefurl=http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-187879/fotos/detalle/%3Fcmediafile%3D19839863&docid=ZCkBrIuqZjOJHM&imgurl=http://imagenes.sensacine.com/r_760_x/medias/nmedia/18/86/42/22/19839863.jpg&w=700&h=465&ei=ZwIwT6XcA-i-0QWJwLmtCA&zoom=1&iact=hc&vpx=701&vpy=253&dur=5812&hovh=183&hovw=276&tx=196&ty=148&sig=117599276380101896976&page=2&tbnh=125&tbnw=175&start=17&ndsp=20&ved=1t:429,r:9,s:17

EL AVIÓN

Los Reyes trajeron a mis hijos un avión teledirigido. Yo recordaba los de antaño, con esos motorcitos de dos tiempos que zumbaban como un moscardón harto de vitaminas y que apestaban a aceite quemado. Los había de vuelo circular, que eran artículo de lujo, y teledirigidos, que ya eran para extraterrestres o, al menos, para estrellas de Hollywood. Pero hoy en día son muy asequibles; van propulsados por unos motores eléctricos que casi ni se ven ni pesan, y se fabrican de poliexpán (vulgo, «corcho blanco»). A mí me escamaba mucho ese material en cuanto a la resistencia del fuselaje y, sobre todo, de las largas alas del aparato. Pero, ante mis dudas, el dependiente ponderó una y otra vez el compuesto y me aseguró que, fruto de una verdadera revolución tecnológica, no tenía nada que ver con el corcho blanco normal, porque bla, bla, bla, bla,… ; total que, según él, tenía una resistencia titánica. Y efectivamente, al igual que el Titanic, el avioncito cascó en su primera salida: mis hijos y yo nos alternábamos tratando de cogerle el aire (nunca mejor dicho); cuando le llegó su turno, uno de ellos tomó el mando y, ya con el avión en vuelo, graduó mal la velocidad y aquél cayó en picado contra el suelo y se le partió el morro. Lo que más me dolió fue el susto y el disgusto de mis chicos por tan poca cosa: un celo y el aparato como nuevo.

A raíz del “accidente” empezaron a ver la luz imágenes tiempo ha sepultadas en la caldera de mi inconsciente [fundido y encadenado]: mi infancia son recuerdos de un secarral en un pueblo de la sierra de Madrid (¿dónde he oído yo antes algo parecido?). A la caída de la tarde los chavales de mi pandilla vamos trotando alegremente por el secarral, las rodillas llenas de costras y mercromina, con un muchacho algo mayor, primo de uno de ellos; un planeador de madera de balsa se agita en su mano derecha al son de sus saltos sobre las irregularidades del terreno. Al llegar al lugar elegido nos detenemos unos instantes. Ante nuestra mirada atenta y casi reverente, el muchacho considera la dirección del viento, se pone en posición, lanza el avión por el terraplén y ¡catacrás! Con rostro inexpresivo, que contrasta con nuestras muecas de susto, se coloca entre los dientes la tapa de plástico con forma de obús que remataba el planeador, retira algunas de las bolitas de plomo alojadas en el morro del aparato, para mejorar su equilibrio, se las guarda en el bolsillo y, como prolongación de ese movimiento, saca maquinalmente de aquél un frasquito de pegamento rápido con el que arregla los desgarrones del papel barnizado de las alas y alguna que otra varilla dañada. No pasa nada [fundido y encadenado]. No hay nada nuevo bajo el sol; en realidad nunca se llega a romper nada. No pasa nada.


Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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