FIAT 500

500

“No puedo venderlo porque nadie me quiere pagar ni de lejos lo que me costó”. Acompañada de un gesto de cansancio, la frase de mi amigo se refería al encantador Fiat 500 que tenía aparcado en la acera de enfrente.

La primera serie del Fiat 500 se presentó al público el 4 de julio de 1957 y tuvo una fría acogida. Pocos meses después se lanzaría al mercado el modelo llamado “Estándar”, con un motor de 15 CV y una velocidad máxima de 90 Km/h, verdadero detonador del “boom” del 500, que se convirtió en un auténtico fenómeno social por ser un auto urbano muy práctico y al alcance de amplias capas de la población. La estrella del Fiat 500 recorrió diversas versiones, alcanzó su cénit en los años 60 y, a partir de ahí, empezó a declinar.

El Fiat 500 de mi amigo es un icono de la actual moda “retro”: bajo una apariencia tradicional tiene 100 CV de potencia – un “tiro” para su peso -, climatizador, bluetooth, cambio automático y ya sólo le falta ser además “ultramático” e “hidromático”, como decía el también viejo Danny Zuko. El precio de los actuales Fiat 500 puede rondar los 20.000€, según en qué versión, lo cual no es moco de pavo para un coche en el cual alguien un poco alto tiene que meterse con calzador.

Pero, en mi opinión, la mayor diferencia entre el 500 histórico y el de nuestros días no está en el coche, sino en quien se lo puede permitir. Me explico: en sus tiempos la expresión “puedo permitírmelo” quería decir que uno estaba en algún lugar del ancho espectro de la clase media y que, tras deducir de su paga la letra del piso y la del cochecito, el remanente bastaba para que la familia comiera de forma más o menos decente. Hoy en día la clase media amenaza con convertirse en un espectro y “puedo permitírmelo” significa que, pese a la insignificante apariencia del vehículo, todo el mundo sabe que es tan escandalosamente caro que no hay peligro de que te tomen por un fracasado por el hecho de conducirlo.

El desarrollo económico de las últimas décadas, unido a la ineficiencia y la deslealtad de muchos políticos de izquierda, ha provocado la floración de una auténtica droga para nuestro ego. Las burbujas que desprende con frecuencia nos embriagan y nos llevan a sentirnos “ricos” e identificados con el sistema de la “ley del embudo” que hoy nos gobierna; con esa complicidad, muchos parecen considerarse verdaderos guerrilleros del individualismo frente a las “masas aborregadas, esclavas de las políticas sociales”. En esa experiencia psicodélica hay quien olvida que, si no tuviéramos más remedio que pagar seguros médicos, planes de pensiones y colegios privados, nuestras “fortunas” se verían bastante mermadas, si es que daban para tanto… También se pierde de vista que tal vez mañana se acabe lo que se daba. Entonces, el que sea tan afortunado como para encontrar otro empleo, probablemente tenga que trabajar por un 30% o un 40% menos que cuando era multimillonario.

Esa clase de individualismo me hace sonreír con el recuerdo de una viñeta del “Sturmtruppen”, aquel comic tan irreverente sobre la II Guerra Mundial: un soldado alemán se queja para sí del sentimiento de alienación que le genera la uniformidad del ejército alemán. ¿Cómo destacar su individualidad formando parte de semejante monolito? “¡¡Ya sé!!” – el soldado se ilumina de entusiasmo – “¡¡Yo seré el que lleve las botas más limpias de todos!!”.

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 Pero, al mismo tiempo, esa clase de individualismo me da muchísima pena. Hemos pasado de ser dueños de un duro a ser esclavos de dos. Así nos va.

 

Fuentes:

Wikipedia

diariomotor.com

 

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Una frase:

"El tiempo es lo que impide que todo suceda de golpe."

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